Hay conductas que no cambian, que son repetitivas.
En México, cada vez que hay una crisis grande, el presidente Enrique Peña Nieto se achica.
Tres graves eventos han marcado su presidencia: la masacre de los estudiantes de Ayotzinapa, las acusaciones de corrupción por la casa que su esposa le compró a un contratista del gobierno y el escape de El Chapo. Y en los tres casos Peña Nieto se ha empequeñecido y no ha dado la cara.
Es un estilo muy particular de gobernar. En lugar de enfrentar las crisis, se esconde. En lugar de buscar soluciones, da excusas. En lugar de actuar como líder y tomar responsabilidad, envía a otros a hablar por él.
Eso exactamente hizo cuando se escapó El Chapo. En lugar de regresar a México a enfrentar la peor crisis de seguridad de su sexenio, se quedó en Francia y ni siquiera acortó su visita. Eso se llama vacío de poder.
Cuando el narcotraficante Pablo Escobar -el más peligroso del planeta en 1992- se escapó de la cárcel, el presidente colombiano Cesar Gaviria inmediatamente suspendió una importante visita a Madrid. Peña Nieto no hizo eso. Envió a otra persona a enfrentar esa humillación internacional. Pero no funcionó.
Fue vergonzoso escuchar a su Secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong, presumir cínicamente en una conferencia de prensa del sistema penitenciario mexicano. ¿Cómo puedes presumir de tus cárceles cuando se te acaba de escapar el narcotraficante más poderoso del mundo?
En ningún momento lo escuché decir: nos equivocamos. Jamás oí: hice mal mi trabajo, ofrezco mi renuncia. Fue penoso el argumento de Osorio Chong de que El Chapo se pudo escapar debido a que se respetaron sus derechos humanos y su privacidad en su celda. No. Se escapó por incompetencia, corrupción e impunidad.
Los errores cometidos tras la escapatoria de El Chapo no son nuevos. Luego de la matanza y desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa el pasado mes de septiembre, Peña Nieto se volvió a esconder. Otros hablaban por él. Al final, cedió a la presión. Pero se tardó 10 días en hablar (en público) por primera vez del caso y más de un mes en recibir a los familiares de las víctimas.
Peña Nieto hizo lo mismo (o, más bien, dejó de hacer) cuando la periodista Carmen Aristegui y su equipo denunciaron un acto de corrupción y de conflicto de intereses en la compra de la llamada “Casa Blanca”. El presidente, de nuevo, no dio la cara y continuó con su viaje a China. Más tarde, fue su esposa quien habló por él.
Angélica Rivera salió en las redes sociales con un apresurado video amateur a explicar cómo le estaba pagando una casa de siete millones de dólares a un contratista del gobierno de su esposo. Luego, ella prometió vender la casa. Eso no ha ocurrido todavía. Tampoco hay detalles de la supuesta investigación que un empleado del presidente está realizando sobre esa inusual y sospechosa transacción. (Guatemala, dicho sea de paso, está dándole un ejemplo a México de cómo deben enfrentarse los casos de corrupción cuando apuntan a la presidencia.)
Tres graves crisis, tres terribles ausencias. Muchos mexicanos, acostumbrados a presidentes fuertes y autoritarios, no reconocen a un líder débil, esquivo y que se niega a dar conferencias de prensa; no ha dado una sola en tres años. Solo eso puede explicar la foto de dos jóvenes mexicanos en el diario español, El País, con una burlona cartulina que decía: “Se les peló El Chapo”. Las encuestas también hablan de un hartazgo y de una falta de confianza en la labor presidencial.
El pensamiento mágico de Peña Nieto es creer que las cosas desaparecen si no se habla de ellas. Se equivoca. No le gusta hablar de la narcoviolencia pero desde que llegó a la presidencia han sido asesinados 42,408 mexicanos, según cifras oficiales. (Aquí está la fuente http://bit.ly/1KTkyif)
Peña Nieto y sus asesores creen que están en 1968 o en 1988 cuando se podía ocultar la realidad guardando silencio o censurando a los medios. Ya no. Las redes sociales los desbordan, hay periodistas mexicanos muy valientes que denuncian los abusos y la prensa internacional no los deja mentir.
Lo menos que podemos pedirle a un presidente es que presida, que rinda cuentas y que no se esconda. (Es una cuestión de accountability, como dicen en inglés.) Ante las grandes crisis de México, Peña Nieto ha sido un presidente paralizado. Casi irrelevante. Y así no solo se escapa El Chapo; el futuro también.