¿Qué es lo que realmente quisiera hacer? Esta es una pregunta que, seguro, nos hacemos varias veces al año.
Generalmente la contesto con lo básico y trivial: viajar a un lugar nuevo, hacer una entrevista con alguien interesante, escribir algo relevante o ver a viejos amigos. Pero, la verdad, muchas veces quisiera contestar así: nada, no quisiera hacer absolutamente nada.
Estamos tan bombardeados de información y de estímulos, tan cargados de estrés y arrastrando un cansancio atrasado, que estamos llevando a nuestro cuerpo y mente al límite de lo saludable. Por eso, cuando vi el anuncio, casi brinco.
Dentro de poco, este sábado 21 de marzo, los habitantes de la isla de Bali en Indonesia, celebran Nyepi o el día del silencio. Es el antídoto perfecto a nuestros excesos por estar hiper-conectados a aparatos. Todo se paraliza en el paraíso. Nadie trabaja ni maneja, cierran el aeropuerto, parques, teatros, restaurantes y playas, no hay ruido de la radio o la televisión, los celulares y las luces se apagan, no se organizan fiestas ni reuniones, no se habla ni se come.
Nyepi dura de las seis de la mañana hasta la misma hora del día siguiente. Los únicos que laboran son agentes de la policía que vigilan que se cumpla esta tradición hindú. Pero hasta los que son de otra religión en Bali, respetan las prohibiciones y aprovechan el día del silencio para ayunar y meditar.
Nyepi va en contra de lo que hacemos todos los días. Es un alivio que no sería tan bien recibido en Nueva York, Buenos Aires, ciudad de México y Beijing. Para muchos, de hecho, sería el mismo infierno.
La mayor parte de la gente que conozco duerme con su teléfono celular. Literalmente y no exagero. Algunos lo ponen en vibrador, otros aprovechan la noche para cargarlo y lo primero que hacen al despertarse –antes de ir al baño y decir “buenos días”- es checar los mensajes y llamadas perdidas, como si el mundo dependiera de eso.
(Confieso que duermo con mi celular. Soy un ciber-pecador. Digo que es para no perderme ninguna noticia o llamada de emergencia de algún familiar. Pero todos sabemos que es una vil excusa.)
El celular es la nueva adicción. Todos los días vemos nucas y dedos apretando botoncitos. Un estudio de la Universidad de Missouri reportó recientemente que la gente sufre de ansiedad al separarse de su teléfono móvil. Los investigadores pusieron a dos grupos a armar un rompecabezas y, luego, a uno de ellos le quitaron sus celulares. Los participantes que estuvieron alejados de sus teléfonos aumentaron su pulso cardíaco, su presión arterial y les costó más trabajo completar el rompecabezas.
Como me decía hace poco el comediante, George López, una de las cosas que más teme cualquier persona es esta orden de su pareja: “Dame tú teléfono.” Ahí guardamos nuestros secretos, códigos, la lista de nuestros afectos y de los videos vistos. Lejos de ser un aparato ajeno a nuestra vida, cada vez vivimos más a través de los celulares. Los hemos convertido en una parte esencial de lo que somos.
Sin embargo, hay una corriente mundial que busca apartarnos de ellos. Por nuestro bien. El escritor Pico Iyer, en su nuevo libro The Art of Stillness (El Arte de la Quietud) propone sentarnos, quedarnos quietos y en silencio. Lo más posible. Eso es todo. Parecería, en principio, una broma. Pero en detenernos y en desconectarnos podría estar la verdadera felicidad.
“En la era de la velocidad, empecé a pensar que nada es más alentador que ir despacio”, escribió Iyer, uno de los periodistas de viajes más reconocidos del mundo. “En la era de la distracción, no hay mayor lujo que poner atención. En la era del constante movimiento, nada es más urgente que sentarse y estar quieto.”
Sentarse –“en una posición digna” me dice un amigo- sin hacer nada, concentrados en la respiración. ¿Cuánto tiempo? Diez minutos o dos horas, hasta que podamos ir de afuera hacia dentro, hasta que nos desconectemos del mundo exterior y nos conectemos con nuestro mundo interior. Sí, ya sé que suena a volada new age; imposible, impráctica y hasta absurda. ¿Quién tiene tiempo para no hacer nada?
Bueno, los habitantes de Bali lo tienen. Una vez al año. La legendaria sabiduría de los balineses les impuso un día de silencio. Y nadie lo pelea. No conozco a gente más alegre y agradecida que los balineses.
Esta, es cierto, puede ser una columna totalmente desperdiciada. Pero la próxima vez que alguien me pregunte “¿qué quieres hacer?” voy a contestar: irme en marzo a Bali a celebrar Nyepi y no hacer nada.