Opinión: Nuestro error; no tener un plan B

El dilema para los inmigrantes indocumentados es este:

El presidente Barack Obama ha roto ya dos promesas para legalizarlos y ha deportado a más de dos millones de extranjeros. Sin embargo, él es el único socio que tienen y su única esperanza a corto plazo. No hay más.

Obama tiene un problema de credibilidad con los latinos. El pasado 30 de junio – ante el bloqueo de la reforma migratoria por parte de los Republicanos en el congreso- el presidente prometió en un fuerte discurso en la Casa Blanca que antes del fin del verano tomaría una “decisión ejecutiva” para ayudar a millones de indocumentados. Bueno, esa promesa no se cumplió. Pospuso la decisión hasta fin de año por pura politiquería: no quería afectar negativamente a los candidatos del partido Demócrata en las elecciones de noviembre.

Así son los juegos del poder. Entiendo el razonamiento pero no lo justifico. La Casa Blanca insiste en que es solo un problema de tiempos y que lo importante es que el presidente sí cumplirá… pero más tarde. Ojalá.

El problema es que, hasta el momento, el presidente no ha sido un socio efectivo para los inmigrantes latinos. No cuestiono sus buenas intenciones pero sí su estrategia y la falta de resultados. Les falló al incumplir su promesa de presentar una reforma migratoria en su primer año de gobierno. Luego ha deportado a más inmigrantes y separado a más familias que cualquier otro presidente norteamericano. Y ahora vuelve a romper su palabra al retrasar medidas migratorias urgentes.

Tenemos que reconocer dos cosas. La primera es que los verdaderos enemigos de una reforma migratoria han sido los Republicanos -en particular el temeroso y pasivo líder de la cámara de representantes, John Boehner. Los Republicanos entenderán muy tarde -y solo con derrotas electorales- que no pueden ser un partido antiinmigrante y, al mismo tiempo, conseguir el creciente y vital voto latino. Si siguen así, las votaciones del 2016 van a ser una pesadilla para los Republicanos.

La segunda cosa que debemos reconocer es que los hispanos no teníamos un Plan B para lograr la reforma migratoria. Fuimos muy ingenuos. Poner toda la confianza en la Casa Blanca y en algunos Demócratas no fue suficiente. Debimos de haber aprendido de la historia de otros grupos -gays, mujeres, de derechos civiles, judíos y cubanoamericanos- para crear coaliciones bipartidistas y promover acciones concretas para lograr acuerdos realistas. Ese es nuestro error y ahora estamos pagando las consecuencias: dependemos de la voluntad y buena fe de una sola persona. Ninguna causa importante puede tener éxito así a largo plazo.

Ahora dependemos de que el presidente Obama quiera ayudar a cerca de 6 millones de indocumentados, igual que tan valientemente hizo con más de medio millón de dreamers o estudiantes indocumentados. Obama podría ser, todavía, nuestro mejor aliado. Pero ¿qué pasa si en lugar de beneficiar a millones -con un permiso de trabajo y evitando su deportación- decide tímidamente ayudar a muchos menos? ¿Qué pasaría si una crisis internacional -como en Siria- o un acto terrorista cambia, retrasa aún más o elimina la posible decisión presidencial? No podríamos hacer nada.

Incluso, si a pesar de todo, Obama actúa (en noviembre, en diciembre o cuando él quiera) cualquier decisión que tome sería temporal, cuestionada legalmente por los Republicanos y pudiera ser revocada por el próximo presidente en el 2017. Por eso necesitamos un Plan B.

La reforma migratoria y el progreso de la comunidad latina no deben depender de que alguien nos haga un favor. Ya estamos muy grandecitos para eso. Tenemos que aprender de este fracaso -y es un gran fracaso, no hay otra forma de llamarlo.

Afortunadamente tenemos dos grandes ejemplos a seguir: el líder de los campesinos, Cesar Chávez, y los dreamers. Ellos nunca se dieron por vencidos, lucharon contra el miedo, actuaron con creatividad, se enfrentaron cara a cara con los poderosos, argumentaron inteligentemente sus ideas y explicaron con claridad que su triunfo era, también, un triunfo para todo el país.

Esta vez perdimos y hay que reconocer nuestro error. No le podemos echar la culpa a nadie más. Sin embargo, estoy absolutamente seguro que Estados Unidos, tarde o temprano, tratará a otros inmigrantes con la misma generosidad con que me ha tratado a mí. Esta es mi convicción muy personal. Pero el cambio lo tenemos que generar nosotros. Nadie más lo hará.

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