Opinión: Irak, la guerra interminable

No hay guerra buena. Todas las guerras hablan de nuestra estupidez y de nuestra incapacidad de resolver los problemas sin violencia.

Pero la guerra de Irak ha sido particularmente absurda porque se inició por las razones equivocadas, ha costado decenas de miles de muertos -incluyendo a 4,487 soldados norteamericanos- y dejó al país aún más inestable y peligroso.

La guerra en Irak fue una invención del ex presidente George W. Bush. Aseguró, sin confirmarlo, que el dictador Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y en marzo del 2003 decidió atacar. Los inspectores de Naciones Unidas no pudieron terminar su trabajo antes de que empezaran a caer las primeras bombas. Al gobierno estadounidense y a sus aliados, claramente, les urgía comenzar esa guerra.

Saddam, por supuesto, era un sanguinario dictador pero en ese momento no tenía armas de destrucción masiva ni tuvo nada que ver con los actos terroristas que mataron a casi 3 mil norteamericanos el 11 de septiembre del 2001. Es imperdonable e indignante que Bush haya comenzado una guerra sin estar seguro de lo que decía. Y jamás sabremos si Bush, en realidad, siempre supo que en Irak no había armas de destrucción masiva, nos engañó y atacó por otras oscuras razones.

Ese error lo arrastraremos por décadas. En esos días el ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dijo en una entrevista con PBS que los soldados norteamericanos serían “bienvenidos” en Iraq. No fue así. A mí me tocó ver en la población iraquí de Safwan, en la frontera con Kuwait, cómo los civiles de Irak vieron llegar los tanques de Estados Unidos sin flores, sin cantos y sin sonrisas.

Hoy Irak, lejos de ser una democracia, es un país donde existen varios grupos terroristas -incluyendo Al Kaeda e ISIS- que amenazan a Estados Unidos dentro y fuera de su territorio. Esa guerra creó mil pequeños Osama bin Ladens.

Aún hay un pequeño grupo de soldados norteamericanos en Irak -cerca de tres mil, no en labores de combate, apoyando al débil gobierno en turno- pero la guerra continúa. Si los yihadistas de ISIS terminan por controlar Ramadi, su siguiente objetivo será Bagdad, la capital. Se ha perdido una buena parte del territorio que tanto costó ganar el principio del conflicto y, ahora, nadie sabe cómo terminar esta guerra.

El gobernador Jeb Bush, hermano de W., regresó esa guerra a las noticias cuando dio varias respuestas distintas sobre lo que él hubiera hecho como presidente. Al final, como todos los candidatos presidenciales, Jeb concluyó que no hubiera invadido Irak como su hermano.

Esto nos lleva a varias conclusiones. La primera es que no podemos creerle a los presidentes y muchos menos cuando se trata de un asunto de vida o muerte. Periodistas y políticos debimos haber sido más firmes y duros al exigir evidencias de lo que decía el gobierno norteamericano antes del primer disparo.

La otra conclusión es que Irak sí debe ser un tema de campaña en el 2016. Muchos de los candidatos, incluyendo a Hillary Clinton, autorizaron en el congreso o apoyaron públicamente la injustificada invasión. Esa negligencia no debe repetirse.

La tercera conclusión es que muchos presidentes comienzan guerras que impactan nuestras vidas. Si no queremos en la Casa Blanca a otro guerrerista, hay que decirlo y salir a votar. Una de las razones por las que me convertí en ciudadano de Estados Unidos en el 2008 fue para votar en contra de cualquier candidato que propusiera una guerra injustificada como la de Irak.

Irak es la guerra interminable. A pesar de que Estados Unidos oficialmente ya la dio por terminada, nos sigue atormentando y sufriremos sus consecuencias por muchas décadas más. Hay más de 32 mil veteranos que resultaron heridos y desde Irak fácilmente podría planearse el próximo ataque terrorista contra Estados Unidos.

Lo más absurdo de la guerra en Irak es que si tú le preguntas a soldados o a políticos de Estados Unidos si esa guerra se ganó o se perdió, nadie sabe. No existe ningún consenso. Nadie sabe con certeza cómo definir victoria en Irak. Eso pasa cuando se inicia una guerra por las razones equivocadas. Por eso, tenemos el derecho de saber si el próximo presidente o presidenta nos quiere meter en otra guerra inútil.

Hay que preguntar antes de votar.

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