Opinión: Francisco, el Papa pecador

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“Soy un pecador”.

Así se definió el Papa Francisco durante una entrevista a la revista jesuita, La Civilitá Cattolica, en el 2013. Y eso lo acerca a todos nosotros. Por eso, seamos creyentes o no, el Papa nos cae bien.

Jorge Bergoglio, contrario a otros pontífices de la iglesia católica, no se presenta como un ser superior e inalcanzable. “Presentar al Papa como una especie de supermán, como una estrella, es algo ofensivo para mí”, dijo en otra entrevista al diario Corriere della Sera en el 2014. Si es cierto que dios habla a través de él -un acto de fe para los católicos del mundo- eso es algo de lo que no presume.

Cuando Bergoglio fue elegido Papa por 110 cardenales el 13 de marzo del 2013, yo estaba en la India y vi por televisión el histórico momento. Primer latinoamericano, primer jesuita, primer líder de la iglesia cuyo idioma materno es el español. Pero cuando salió a la plaza de San Pedro habló poco, sus ojos todavía denotaban sorpresa y parecía muy tímido. Era como si se preguntara ¿qué hago yo en este lugar?

Pronto supimos que, efectivamente, se trataba de un Papa distinto. No quiso vivir en el Palacio Apostólico, como la mayoría de los Papas desde el siglo 14, sino en la Casa Santa Marta, un austero recinto para huéspedes. Se mueve en Roma en un Ford Focus azul, no usa los ridículos zapatos rojos, no lleva chaleco antibalas en público, abraza a los feligreses en la calle y se toma selfies con adolescentes.

Es el primer Papa que da entrevistas. La tradición asegura que el Papa es infalible. Pero a Francisco no le preocupa ser cuestionado. Por lo tanto aceptó hablar con una revista jesuita, con un diario italiano, y con los periodistas de la televisión Henrique Cymerman, Valentina Alazraki y David Muir.

Este es un Papa que no teme equivocarse e, incluso, en debatir la inflexible doctrina de la iglesia. “¿Quién soy yo para juzgar?”, dijo sobre los homosexuales ante la prensa en su vuelo de regreso de Brasil.

Pero este es el problema con el Papa Francisco: su humildad, su sencillez y su accesibilidad no significan que vaya a modificar a fondo la doctrina católica para 1,200 millones de creyentes. El Papa Francisco no es un rebelde radical. Sus cambios son solo de estilo, no de sustancia.

El Papa Francisco apoya la rápida y gratuita anulación de matrimonios religiosos. Ese es un cambio mínimo. También ha permitido que divorciados y mujeres que han abortado se acerquen a la iglesia. Pero en su viaje a Cuba y Estados Unidos no irá más lejos. No quiere y no puede.

A pesar de presentarse como un Papa abierto al cambio, Bergoglio se niega a permitir que las mujeres ejerzan el sacerdocio, se rehúsa a levantar la prohibición del celibato a padres, rechaza contundentemente el matrimonio gay, el aborto y ni siquiera aprueba el uso de anticonceptivos. Y en su lucha contra el abuso sexual dentro de la iglesia no se ha atrevido a tocar a sus amigos y principales colaboradores.

Es cierto que el Papa Francisco, contrario a sus dos predecesores -Juan Pablo II y Benedicto XVI- ha impuesto la política de cero tolerancia en contra de sacerdotes pedófilos. Pero sigue siendo muy tibio y permisivo con obispos, arzobispos y cardenales que encubrieron esos crímenes contra niños durante décadas. Muchos de ellos siguen en sus puestos. Así es la justicia divina.

A pesar de todo lo anterior, es admirable la libertad y espontaneidad con la que habla el Papa Francisco. Eso es algo que, aparentemente, aprendió tras su difícil y doloroso paso como Superior Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina durante la guerra sucia (1976-1983). Bergoglio, como muchos otros líderes religiosos de la época, trató de ayudar en silencio y en privado a las víctimas de la dictadura pero no desafió públicamente a las autoridades. Esa experiencia lo marcó. Hoy parece no guardarse nada.

“Tuve que aprender de mis errores porque, la verdad, he cometido cientos de errores; errores y pecados.” dijo Bergoglio sobre su experiencia como líder religioso en esa época (en una entrevista que recoge Paul Villely en su libro sobre el Papa).

Pero el Papa también está viendo al futuro y se está preparando para entregar el poder. Tiene 78 años, lo impresionó mucho la renuncia de Benedicto XVI y ya busca quien lo reemplace.

¿Quién podría ser? De los 39 cardenales que ha designado durante su papado, 24 no son europeos. En uno de sus pocos actos carentes de humildad, el Papa pecador está buscando a un sucesor muy parecido a él. Por definición, no hay pecador perfecto.

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