Mi querida Paola: Te debía esta carta hace mucho tiempo.
Pero quería dártela en un momento importante y ese momento ya llegó. Te estás graduando de tu maestría y no puedo estar más orgulloso de ti.
Hay hijos que superan en mucho a sus padres y tú estás en esa maravillosa categoría. Suena a imposible que la hija de unos inmigrantes (de Cuba y México) haya terminado estudiando en Harvard. Pero, la verdad, ya nos has acostumbrado a los imposibles. (Y Estados Unidos también. Solo espero que los inmigrantes que llegaron después de nosotros sean tratados con la misma generosidad -y con las mismas oportunidades- que recibimos).
Eres mucho más que lista. En algún momento de tu viajera juventud -saltando de casas entre Miami y Madrid- aprendiste a sacarle jugo a la vida. Adoro las fotos que nos mandas -brincando en cualquier lugar del planeta, casi volando, como si estuvieras suspendida en el aire- y una sonrisa que dice inequívoca: I love this life. (No sabes en cuántas ocasiones he pensado que yo siempre quise ser como tú).
Una de las lecciones más difíciles de la vida es ser uno mismo. A ti, aparentemente, no te costó tanto trabajo. No copias. Solo eres. Y hasta has desarrollado un estilo de vestirte que podría describir como el “Paola look”. Cómodo, cool, un poco desafiante y único.
Una amiga de la familia me dijo una vez: “Paola te va a salvar”. Acababas de nacer -me salió mi primera cana- y no entendí en ese momento lo que me quería decir. Pero poco después me quedó muy claro que lo más importante en mi vida serías tú y tu hermano Nicolás. Efectivamente me has salvado: cuando tengo dudas sobre qué hacer, ya sé a donde voltear. Al corazón, a la sangre. Eso no falla. Ustedes siempre serán mi prioridad.
Con la posibilidad de tener tres pasaportes y varios idiomas en tu lengua eres el mejor ejemplo que conozco de inclusión y diversidad en el mundo. Me encanta tu generación. Están hartos de las etiquetas, de creencias estúpidas y de valores impuestos. Es la primera generación en que hombres y mujeres son feministas y, por principio, aborrecen la discriminación. Intuyeron desde muy chicos que no hay nada permanente en la vida y por eso no les gusta esperar. Retan a la autoridad y a las tradiciones como un ejercicio diario. Eso va a crear mejores países; se trata de dejar este planeta un poquito mejor que como lo recibimos.
Podrás ser presidenta o podrás, si quieres, enfrentarte a una presidenta. O escribir. O todo. Aprendiste a que puedes hacerlo todo y que no hay que limitarse. Eso lo decidirás tú y sólo tú. Tomaste el control de tu vida, de tu destino, y eso es invaluable. No, la felicidad no viene en una App -hay cosas que no cambian con un celular- pero sabes que ser feliz es algo que se trabaja, no un regalo caído del cielo.
A tus amigos les asombra que hablamos por teléfono casi todos los días. Discutimos de política, filosofamos de amores -el amor requiere siempre de dos, te dije la última vez; uno no es suficiente- y cuando nos vemos compartimos libros, viajes, papitas con chile, queso manchego, un juego de basquetbol y ese pavor a los aviones en turbulencia. Cierro los párpados y recuerdo la canción que le cantaba a tus preciosos ojos verdes y el saludo especial que teníamos. (Para Papá para, no sigas, debes estar pensando.)
Miami que surgió del mar y los pantanos -hogar de tantos exilios- nos ha acobijado con mucho cariño, paciencia, tolerancia y trabajo. Hace tiempo que no vives en casa pero nada me ilusiona más que tus visitas. Nos faltaron tantos abrazos cuando vivíamos en dos continentes que siempre tengo la sensación de que tenemos muchos más pendientes. Por eso, no importa tu edad, siempre tendrás tu cuarto en casa. Es para ti y para mí. Quiero siempre creer que estás por llegar.
Esta carta tan pública, inevitablemente, caerá en ese lugar de lo cursi que tanto tememos tú y yo. Pero quería regalarte algo de mis propias manos. Además, no se vale pasarse la vida escribiendo para otros y no para quienes más quieres.
El mundo es tuyo. Ve por él y empieza a jugar.
Te quiero tanto Paoli, creo totalmente en ti y tienes un papá que se rompe de feliz.