En México todo está al revés.
El próximo domingo 10 hay un referendo revocatorio promovido por un presidente, Andrés Manuel López Obrador, que quiere presumir del apoyo popular que todavía tiene. Y la mayoría de los opositores políticos, que deberían estar interesados en cortar legalmente o limitar el sexenio presidencial, no quieren participar bajo el argumento de que todo es una farsa para aplaudirle al jefe. Es el mundo al revés.
En otros países, cuando hay una consulta para sacar del poder al presidente en turno, quien lo organiza es la oposición. No el presidente. De hecho, el presidente debería ser el menos interesado en que le cortaran su mandato. Pero en México es el mismo AMLO quien ha empujado todo el proceso. La única explicación posible es que sabe que va a ganar, que no corre ningún riesgo y que le puede sacar mucho provecho político.
No fue el mismo caso en Venezuela en el 2004.
El entonces presidente Hugo Chávez había sobrevivido un golpe de estado, enfrentaba un debilitante paro de los trabajadores petroleros, tenía a un país totalmente dividido y él se radicalizaba cada vez más para aferrarse al poder. El fundado temor de muchos venezolanos era que Chávez quisiera eternizarse en la presidencia. “No soy un dictador”, me dijo Chávez en una entrevista en 1998. “Claro que estoy dispuesto a entregar (el poder). Si, por ejemplo, yo a los dos años resulta que soy un fiasco -un fracaso, o cometo un delito o un hecho de corrupción o algo que justifique mi salida del poder- yo estaría dispuesto a hacerlo”.
Pero Chávez era muy mentiroso.
Por eso la oposición, utilizando las leyes, llamó a un plebiscito revocatorio. El artículo 72 de la nueva constitución de 1999 claramente decía que “todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables, transcurrida la mitad del período para el cual fue elegido el funcionario”. La idea del revocatorio no le gustó a Chávez, a pesar de que él prácticamente había dictado la nueva constitución.
La oposición obtuvo 3.2 millones de firmas para convocar a votaciones. Pero, tramposamente, el Consejo Nacional Electoral (controlado por Chávez) dijo que las habían recogido prematuramente. Meses después consiguieron en solo cuatro días otras 3.6 millones de firmas para la consulta.
El esfuerzo fue tan contundente que hasta el cantante español, Alejandro Sanz, comentó que “si me dieran tres millones de firmas para que dejara de cantar, dejaría de cantar”. Sanz siguió cantando pero no en Venezuela, donde fue boicoteado durante años por el gobierno chavista.
Para no hacerles el cuento mucho más largo, el plebiscito revocatorio en Venezuela se realizó el 15 de agosto del 2004. Chávez lo ganó con el 59 por ciento del voto. Pero casi cuatro millones de venezolanos votaron por sacarlo del poder. Esa fue la última oportunidad para detener la creación de una dictadura en Venezuela. Chávez, como muchos temían, se quedó en el poder hasta su muerte tras una serie de fraudes electorales. Y hoy, por dedazo, Nicolás Maduro es el dictador en turno.
Cuento esto para enfatizar que en un proceso revocatorio es la oposición quien lleva la iniciativa, no el presidente. AMLO seguramente cree que va a arrasar el próximo domingo. Pero su gran peligro es el voto de castigo. Por la violencia. Por el improvisado manejo de la pandemia. Por la inflación. Por el desilusionante crecimiento económico. Por sus injustas críticas a los periodistas y a las feministas. Y por la manera en que acapara el poder. Si el resultado no es abrumador a su favor, o la participación es muy baja, el costo político de este juego puede debilitarlo en sus últimos 3 años.
En un país como México con una democracia tan joven -apenas tiene 22 años de edad- es muy peligroso estar jugando con la idea de quitar a un presidente la mitad de su mandato. Yo soy de la idea de que López Obrador debe quedarse como presidente hasta el 2024, como dice la constitución. Pero ni un día más.
Sin embargo, me gusta mucho el concepto del revocatorio. Hubiera sido muy útil después del escándalo de la casa blanca del expresidente Enrique Peña Nieto. O tras el rotundo fracaso de la guerra contra los narcos durante la presidencia de Felipe Calderón. O para limitar el daño que causó Carlos Salinas de Gortari tras el mayúsculo fraude electoral de 1988. O para quitar del poder a un violador de los derechos humanos como Luis Echeverría después de las matanzas de 1968 y 1971. Esas sí hubieran sido lecciones de democracia. No lo que va a pasar el próximo domingo.
Déjenme ser totalmente claro: me parece extraordinaria la idea del revocatorio. Creo que es pura democracia, que sí hay que participar y que nos servirá mucho en el futuro. Pero la forma en que se ha implementado esta vez no tiene mucho sentido.
Un proceso revocatorio es, sobre todo, para limitar el poder presidencial. Irónicamente en México se está utilizando para engrandecerlo y hacer alarde de fuerza.