Cuando el río suena, piedras trae. Ya es público que un grupo bipartidista de ocho senadores negocia un plan de reforma migratoria amplia y que la administración de Barack Obama iniciará una agresiva ofensiva para impulsar dicha reforma en el Congreso y en el país, contrario a cuatro años atrás cuando la promesa de campaña se hizo sal y agua.
Qué diferencia hacen los resultados de una sola elección. La estelar participación de los votantes latinos en las elecciones del 6 de noviembre movió la aguja como no lo han hecho años de cabildeo. Ese más de 71% de votantes latinos que prefirieron a Obama sobre el republicano Mitt Romney ha enviado un claro mensaje a los dos partidos políticos. Para los demócratas, que los votantes latinos respondieron positivamente a la decisión de Obama de amparar administrativamente de la deportación a los Soñadores pero que esperan que la cuenta pendiente se haga realidad en el siguiente cuatrienio con una vía de ciudadanía para los 11 millones de indocumentados. Para los republicanos el mensaje fue contundente: sus posturas antiinmigrantes los han descartado como alternativa política entre los latinos, el grupo demográfico de mayor crecimiento en el país, y su estrategia de querer ganar elecciones nacionales sólo con el apoyo de su base probó ser un fracaso.
El golpe electoral a los republicanos fue tal que ha resucitado muertos. Los mismos senadores que en pasados años abogaron por la reforma migratoria y luego le dieron la espalda retornan para negociar un plan con los demócratas del Senado. Los cuatro senadores republicanos mencionados son John McCain, de Arizona, Lindsey Graham, de Carolina del Sur, Mike Lee, de Utah, y el recién electo Jeff Flake, de Arizona, quien como congresista fue autor de un proyecto de reforma amplia con el legislador demócrata de Illinois, Luis Gutiérrez, aunque posteriormente abandonó los esfuerzos.
De los demócratas se mencionan los senadores Charles Schumer, de Nueva York, Bob Menéndez, de Nueva Jersey, Michael Bennet, de Colorado, y Richard Durbin, de Illinois.
La figura republicana no mencionada es el senador republicano de Florida, Marco Rubio, quien sin duda eventualmente tendrá un papel significativo en el proceso de negociaciones.
El problema es que Rubio ya tiene la mente puesta en los comicios generales de 2016, quien sabe si por interés en la propia nominación presidencial republicana o para que lo consideren seriamente como un compañero de fórmula en la mancuerna resultante. Por esto se ha dedicado a navegar entre dos aguas con posturas confusas en torno al tema.
Por un lado no quiere perturbar al movimiento conservador del Tea Party que impulsó su carrera política y se niega a afirmar que el proyecto de reforma migratoria que se debata debe ser amplio y más bien propone medidas individuales.
Y por el otro, quiere demostrarle a los votantes latinos que los republicanos sí están dispuestos a abordar este tema sin necesidad de ofender y estigmatizar a la comunidad hispana de la nación.
Pero sus comentarios son confusos. En un evento auspiciado por la publicación POLITICO la semana pasada, Rubio declaró que la reforma migratoria debe ser amplia, pero el proyecto de ley no debe ser amplio sino más bien un conjunto amplio de medidas. Si suena confuso es porque lo es.
Su premisa ni siquiera tiene sentido estratégicamente hablando porque tras el aparatoso desempeño de los republicanos en las elecciones lo menos que debería proponer ese partido es una dolorosa sucesión de proyectos de inmigración individuales y enfrentar la oposición de su ala más recalcitrante a cada oportunidad reforzando esa imagen de antiinmigrantes que el Partido Republicano se ha ganado a pulso. Este asunto es como arrancarse una curita. Se arranca de un solo jalón y se enfrenta la oposición en una sola medida y con el menor daño posible a su imagen.
Si Rubio verdaderamente tiene aspiraciones presidenciales o vicepresidenciales, esta es su oportunidad de emerger como un líder republicano que cambie la imagen de antiinmigrante y antihispanos que tiene su partido, no sólo por su retórica sino por sus propuestas específicas. El mensaje electoral hispano fue claro: quieren una vía de ciudadanía para los 11 millones, lo cual comparten además con el resto de los estadounidenses, una solución amplia y sensata y no medias tintas que no solucionen el asunto. Y Rubio puede ser uno de los abanderados en la búsqueda de esa solución y en el proceso, comenzar a enmendar la imagen de su partido entre los hispanos.
Es a través del debate migratorio que los republicanos pueden componer su más que evidente problema hispano, o seguir tercamente su marcha al precipicio demográfico y electoral con este segmento del electorado.
Pero para eso se requieren verdaderos líderes, senador Rubio. Esta es su oportunidad.
(*) Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.