Por Julieta Aragón
Los premios y los castigos que los hijos reciben por su comportamiento son el “cáncer” de la crianza, pues al existir en ambas acciones el factor condicionante, no se propicia el reconocimiento de los niños, ni se repara la falta que cometieron.
En entrevista con Notimex, el pedagogo Vidal Schmill Herrera comenta que en lugar de los premios, los padres deben validar las conductas positivas del niño, pues esto hará que se sientan tomados en cuenta y reconocidos.
El autor del libro “Disciplina inteligente”, señala que así la diferencia entre los premios y los regalos, radica en que estos últimos no se condicionan al comportamiento del menor y los padres los hacen porque lo quieren, como una manifestación de afecto.
En el caso del castigo, que puede ser desde un golpe hasta una prohibición, Schmill Herrera explica que es una práctica que se fundamenta en la idea de que el dolor produce conciencia moral.
Lo cual es una falacia, afirma, pues los padres tienen que saber que el dolor produce resentimiento y el que el niño haga la conducta, que tratan de corregir, a escondidas, genera una doble moral.
Muchos padres confunden los temas disciplinarios con ciclos naturales como el comer o dormir, los cuales no se pueden forzar, pero sí habituar; mientras que la disciplina conlleva conductas antisociales como el que le pegue o lastime a otros niños.
También el que no cumpla con sus tareas escolares y arrebate cosas, entre otras. Las cuales ameritan sanciones, concepto distinto al de castigo, agrega el pedagogo de la escuela para padres en México.
Explica que la consecuencia se basa en la reparación de lo que el niño hizo mal y propicia el aprendizaje mediante el resarcimiento y reparamiento de la falta.
La consecuencia, dice, “trata de fomentar la responsabilidad, qué vas hacer ahora para compensar la falta cometida, mientras que el castigo está desvinculado del área o la persona afectada”.
Por ejemplo, algunos padres cometen el error de que si el hijo o la hija le pegó al hermano le quitan lo que le compraron o no los dejan ver la televisión; cosas que no tienen relación con la falta o con el hermano.
Por tanto, además de estar desvinculado, el castigo es desproporcionado, ya sea que se exagere o se minimice, puntualiza Schmill.
En contraste, en la consecuencia hay un sentido de proporcionalidad, lo que implica que como padre “tengo que clasificar las faltas en leves, intermedias, graves y extraordinarias” y analizar cada caso y actuar con oportunidad para reparar la falta.
“El gran error que cometen muchos padres es que les van juntando las faltas a los niños” o bien, les gritan y les pegan por todo, dándole la misma importancia a todas las faltas.
Por otro lado, menciona, es común que los padres eduquen a sus hijos basados en sus humores y no en valores. Es decir, “cuando tú eres impredecible como mamá o papá, el niño aprende a manipular tus emociones. No aprende a tener criterios o juicios de valor. Aprende a ser un manipulador para obtener lo que quiere”.
Al hablar sobre algunas de las más de 50 estrategias que ofrece en su libro para ayudar a los padres a manejar diferentes circunstancias, el especialista comenta que en la actualidad muchos padres se preguntan cosas básicas, como si deben poner límites.
Esto no debería estar sujeto a duda, porque no podemos olvidar que “la función básica de la educación es civilizar, trasmitir cultura, entendida en el más amplio sentido de la palabra, pues tiene que ver con formas, con rituales con vínculos”.
El desconcierto de los padres y las madres se ve reflejado en que educan con miedo, culpa y ansiedad, pero “en la disciplina inteligente se trata de encontrar el punto medio en el estilo de trato que tengo hacia mis hijos”.
Ya que se tiende a los extremos, por un lado está el papá o la mamá que sigue maltratando física y/o emocionalmente a sus hijos y cree que así educa, puntualiza el pedagogo.
Creer que es correcto lastimar la dignidad de una persona y que así lo educas refleja el maltrato acumulado en la propia infancia de los padres, que de manera neurótica replican el patrón, lo que genera un niño resentido y con odio contenido.
En el otro extremo tenemos a los papás y mamás sobre protectores que hacen por el hijo todo porque lo “aman”, porque creen que con esa palabra todo se soluciona, pero hay formas de amar que son tóxicas, afirma el especialista.
Por lo que “debemos encontrar un punto medio que nos lleve a una salud mental”, señala.
Porque un padre sobre protector que no pone límites genera “niños antisociales que se sienten reyes, que creen que lo merecen todo por haber nacido” y que a la larga son personas incapaces de cumplir reglas y pisotean a los demás.
Schmill Herrera destaca que los padres tienen que plantearse qué juicios de valor y criterio desean fomentar en sus hijos, y aunque los padres salgan a trabajar, deben establecer límites, tener presencia en sus hijos, lo cual no significa necesariamente horas del día a su lado.
“Hay papás que están de cuerpo presente, hay mamás que no laboran fuera del hogar, pero están ajenas emocional y afectivamente. A esto le llamamos ausencia próxima”, detalla.
De ahí, la necesidad de conocer el mundo de intereses y emociones del hijo, lo cual también ayudará a entablar una comunicación con él, considera el especialista. México, (Notimex)