Opinión: Y de pronto el mundo se detuvo

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Por Jorge Ramos

“¡Paren el mundo que me quiero bajar!” decía una frase que falsamente se le ha atribuido a Mafalda, la famosa niña de la tira cómica de Quino. Cuando la leí por primera vez, me dio risa absurda. Pero en este 2020 el mundo, de pronto, se paró. Y lo que no podemos hacer es bajarnos. Este es el único planeta que tenemos, no hay plan B y nuestro destino, como el de todas las especies, es buscar cómo sobrevivir.

Y lo vamos a hacer. Para el próximo año, espero, habrá una vacuna y un tratamiento para el coronavirus Covid-19. Mientras tanto, como lo dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, “estamos en guerra”. La canciller alemana, Angela Merkel, aseguró que “desde la segunda guerra mundial no ha existido un reto a nuestra nación que exija (como este) una acción común”. Esta es la mayor crisis de nuestra generación.

​Las cosas van a empeorar antes de mejorar. El número de casos y de fallecimientos por el Covid-19 a nivel mundial sigue aumentando. Lo más grave es que, por falta de pruebas, los casos reales son muchos más que los reportados por los cautelosos y abrumados gobiernos. La crisis los ha sobrepasado.

​La proyección más pesimista del Centro para el Control de las Enfermedades es que, si no hiciéramos nada, podría haber entre 160 y 214 millones de estadounidenses que se contagiarían durante la epidemia, según reportó The New York Times. Y los muertos podrían ir de 200 mil a 1.7 millones. Pero la esperanza es que las medidas tomadas en EU y en otras naciones empiecen pronto a surgir efecto.

​A pesar de todo, hay líderes que no han estado al nivel que requiere una emergencia como esta. “Lo tenemos todo bajo control”, dijo falsamente el presidente Donald Trump el pasado 30 de enero, cuando todavía era posible evitar una ola de contagio. “Por todo lo que hemos hecho, el riego para los estadounidenses es muy bajo”, insistió equivocadamente el 26 de febrero. Ahora ya es demasiado tarde y hay miles de nuevos casos reportados cada día.

​ Este es el mejor consejo que he escuchado para que los líderes del mundo enfrenten esta pandemia. “Actúa rápidamente, no uses excusas y tienes que ser el primero en moverte”, dijo el doctor Michael Ryan, director ejecutivo del programa de emergencias de la Organización Mundial de la Salud y a quien le toca enfrentar las principales crisis de salud en todo el planeta. “Si quieres estar seguro antes de decidir, nunca vas a ganarle (al virus). La velocidad es mejor que la perfección. El problema que tenemos es que todos tienen miedo de cometer un error. Y el peor error es no moverse”.

​El verdadero problema es cuando los políticos no siguen los consejos de sus propios expertos. Y cuando su conducta pública no se puede presentar como un ejemplo para el resto de la población. Esos errores de liderazgo se miden en vidas.

​Mientras tanto, ha desaparecido en un parpadeo cualquier idea de normalidad. Lo más humano -tocarse, saludarse, besarse, abrazarse, reunirse, salir a divertirse- es poco aconsejable y, en algunos casos, hasta prohibido. Como millones en el mundo, llevo dos semanas trabajando desde casa y ya no tengo viajes pendientes. Hojeo con nostalgia las revistas de viajes con fotos de los lugares a los que ya no puedo ir.

​Por primera vez desde mi infancia, me sobra tiempo. Atrás quedaron las agendas repletas y los días que no alcanzan. Ahora las horas pasan lentamente. Me invento horarios que no tengo que seguir porque el desayuno y la cena pueden ser en cualquier momento. Veo a los niños en sus clases virtuales y se me rompe el corazón porque sé que tendrá que pasar mucho tiempo antes que vuelvan a jugar con sus amigos. Y trato de proyectarle a los míos una sensación de seguridad a pesar de que, por dentro, estoy lleno de dudas e incertidumbre.

​Confieso -gracias Neruda- que he vivido. He reportado sobre varias guerras y cubrí en Nueva York los actos terroristas del 9/11; sus fantasmas todavía nos persiguen. Pero nunca me había tocado ser parte de una súbita y mortífera crisis global de salud como esta. Llevaremos sus cicatrices por el resto de nuestras vidas.

​¿Quién iba a pensar que el 2019 era el paraíso? El futuro, a secas, no pinta bien.

 

Por eso hasta Mafalda hubiera querido brincar del mundo.

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