Opinión: Votando desde lejos

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Todo comenzó con un tuit. Acababa de votar en mi casa en Miami para escoger al próximo presidente de México. Este es un derecho que tenemos todos los mexicanos.

Pero al poner el voto dentro del sobre de UPS que lo llevaría a México, me di cuenta que la etiqueta pre-impresa iba dirigida a un individuo -Alejandro Sosa- y no al Instituto Nacional Electoral (INE). ¿Por qué? Puse mi queja en Twitter y a los pocos minutos el INE me contestó.

“Jorge buenas noches”, me respondió alguien desde la cuenta @INEMexico. “Te compartimos información al respecto. Saludos”. Efectivamente, la respuesta estaba ahí. “Por un error de impresión”, 44 mil 197 de los 181 mil 256 sobres para votar iban con un remitente distinto al del INE. ¡El 24 por ciento de las etiquetas tuvo un error! El INE nos asegura que “cada voto enviado desde el extranjero está seguro.” Pero la larga historia de fraudes electorales en México no tranquiliza a nadie.

Es una tristeza que apenas 181 mil mexicanos (nacidos en México) puedan votar este año desde el exterior cuando somos más de 12 millones viviendo en Estados Unidos y otros países. Y de esa frustración salió otro tuit: “¿Por qué los millones de mexicanos en el exterior no podemos votar en embajadas, consulados y centros de votación como lo hacen muchos otros países? El INE paga muchísimo más por un voto en el exterior que por uno en México. El actual sistema desalienta y complica el voto.”

Esta vez @VotoExtranjero me contestó: “Hola Jorge…el modelo aprobado por el Consejo General para el voto en el extranjero fue la vía postal (…) En la ley no se contempla aún que existan casillas el día de la jornada electoral en embajadas o consulados. Saludos.” ¿Por qué no? Entiendo la necesidad del voto por correo donde no haya consulado o embajada. Pero debería existir la opción de votar el día de la elección en sitios preestablecidos. El actual sistema ha sido un fracaso. En el 2012 apenas votaron 40 mil 714 mexicanos desde el exterior.

Estos tuits y sus respuestas generaron un sorpresivo debate en las redes sociales. Nunca me imaginé que hubiera tanto resentimiento hacia el voto de los mexicanos en el exterior y tan poco conocimiento de lo difícil que es ser inmigrante. Ahí, frente a mis ojos, estaban surgiendo dos Méxicos: uno, de los 130 millones que se quedaron; y otro, de unos 36 millones, de los que nos fuimos y de las familias de origen mexicano.

“Yo no niego los millones de dólares que mandan”, escribió CCG (y a quien solo identificaré por iniciales). Pero “muchos de los que mandan dinero tienen años que no se paran en México. ¿Cómo van a poder decidir si no conviven con la realidad diaria de este país? ¿Y si deciden mal?”.

THE coincidió diciendo: “Si tanto les interesa ‘su’ país y quieren votar, podrían ahorrar durante seis años para pagar un vuelo redondo para ir a México a votar”. REA fue más dura aún: “Injusto que cuente el voto desde el extranjero. Ustedes no viven aquí. Ustedes no tienen el derecho de elegir quien nos gobierna a los que sí vivimos aquí!!” Y DAN fue categórico: “Para empezar, ni siquiera deberían tener derecho a votar personas como tú que desde hace mucho le dieron la espalda a México”.

ERI le contestó a todos. “Nunca dejamos de ser mexicanos”.

Tiene razón. No importa cuánto tiempo llevemos fuera de México, nunca dejaremos de preocuparnos por lo que pase en el país. La decisión de irnos fue dificilísima. La violencia, corrupción y falta de oportunidades nos expulsó del país. Muchos no pueden ir y volver por ser indocumentados. Pero seguimos ligados por sangre, por celular, por avión, por la cartera, por una larga historia que no puede borrar la frontera y, ahora, por el voto.

Por eso también queremos influir en la elección del próximo presidente. Aunque pareciera que los partidos políticos han hecho todo lo posible para reducir el número de mexicanos que votan desde el exterior. “¿Por qué tanto desmadre para votar en el extranjero?” escribió AJA. “Pareciera que lo hicieron más complicado a propósito.” STR fue aún más lejos. “El fraude está en curso.” Ojalá no sea así. Por eso, aunque seamos muy pocos, necesitamos la certeza de que nuestros votos llegarán y serán contados.

 

Votar desde el extranjero no debe ser un acto de fe.

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