Por Jorge Ramos
Todos vivimos en una burbuja. En estos tiempos de coronavirus, confinamiento obligatorio y distancia social, lo que nos define es la burbuja social en que vivimos. Y les escribo esto desde la mía.
La burbuja es el espacio que nos hemos creado para sobrevivir la pandemia. Las burbujas dependen, por supuesto, del grado de contagio que existe a nuestro alrededor y de las reglas del país donde vivimos.
El concepto de burbuja lo popularizó la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern. Contrario a la lentitud y complacencia del presidente Donald Trump en Estados Unidos, Ardern tomó estrictas medidas cuando la epidemia apenas comenzaba. Es decir, obligó a las familias neozelandesas a crear sus propias burbujas y a no permitir a extraños. Y funcionó. Hoy ese país/archipiélago tiene controlada la enfermedad y reporta muy pocos casos.
Poco a poco, Ardern ha ido abriendo y extendiendo las burbujas dentro de la nación. “Pueden expandir su burbuja un poco para incluir a otros miembros de su familia, a gente que está sola y a cuidadores”, dijo recientemente en un discurso. Pero Nueva Zelanda, al igual que Australia, no quieren que se revienten sus burbujas y por eso prohibieron desde marzo la entrada de extranjeros al país.
Las burbujas personales o familiares, por definición, no aceptan a gente de fuera. Son, digamos, burbujas cerradas. Pero es casi imposible mantener una burbuja sin contacto con el exterior durante semanas. Hay que comprar comida, ir a la farmacia, salir a caminar y, los que pueden, desplazarse para trabajar.
Por eso casi todos vivimos en burbujas imperfectas que, en cualquier momento, pueden reventar. Si uno de los miembros de una burbuja sale de ella, crece el peligro de contagio para todos los que están adentro. Un encuentro casual en la calle, el trabajo o en el metro, sin mascarilla, con el amigo del vecino de tu primo puede culminar en la infección de toda tu burbuja.
Pero, en realidad, el peligro está en la misma puerta de tu casa: en los paquetes y comida que recibes, en las personas que tienen que entrar para realizar algún trabajo -desde técnicos del cable e internet hasta plomeros- y en los amigos de tus hijos que no te atreves a rechazar. Parafraseando el superparafraseado cuento de Augusto Monterroso, cuando despertamos el virus todavía seguía allí.
Un reciente artículo de The New York Times describe las complicadas negociaciones que existen dentro y entre burbujas. “Los habitantes de dos o más burbujas pueden tener exclusividad y acordar verse entre sí aunque vivan en casas separadas”, escribió la periodista Heather Murphy. “Y hay razones prácticas para esto: quizás ayudan con la escuela (virtual) de los niños y los vecinos colaboran para cuidarlos”. Las cosas se complican, describe el artículo, cuando un novio o novia entra y sale todos los días de la burbuja de su pareja. Y ahí podría recibir un ultimátum: te quedas o te vas.
Conforme más países experimentan con el fin del confinamiento y un regreso a ciertas actividades económicas, inevitablemente tendremos que abrir un poco más nuestras burbujas. “No creo que vamos a ver grandes estadios llenos de gente por mucho tiempo”, dijo en una entrevista el alcalde de Los Angeles, Eric Garcetti. “Creo que podemos tener juegos sin audiencias. Podemos ver nuestros deportes por la televisión. Creo que podemos crear algunas burbujas. Nos urge hacerlo”.
Pero, por ahora, es impensable el concepto de burbujas masivas, incluso con termómetros en las entradas y el uso de cubrebocas. Solo los políticos más temerarios se han atrevido a proponer burbujas masivas y temporales en las escuelas, y hay un vigoroso debate sobre los cambios que deben hacerse para volar sin infectarse en un avión. Industrias (como las aerolíneas, cruceros, casinos y conciertos), cuyo modelo de negocio era meter a la mayor cantidad de gente en un espacio reducido, tendrán que transformarse radicalmente para sobrevivir hasta que haya una vacuna.
Mientras vamos reabriendo los países a una nueva y contagiosa realidad, dos cosas están muy claras: no podemos vivir permanentemente aislados y tenemos que aprender a manejar los nuevos riesgos. Pero lo que no podemos hacer, en este momento, es reventar nuestra burbuja.