Por Jorge RAMOS
La imagen es el horror de cualquier dictador.
Cientos de manifestantes están sobre el techo del palacio presidencial enarbolando la bandera del país. Miles más ocupan el patio y la que era la residencia oficial del tirano. Tras varios días de protestas contra el régimen autoritario, el dictador fue obligado a huir. Lo hizo en un helicóptero con rumbo desconocido. Es el fin de su dictadura.
No, esto no es Venezuela. Todavía.
Lo que acabo de describir ocurrió en Bangladesh, donde la primera ministra Sheikh Hasina fue obligada a renunciar luego de años de abusos y represión. El pueblo se le volteó.
Y lo mismo está ocurriendo en Venezuela. La gente se le volteó al dictador Nicolás Maduro. La gente más pobre, la de los barrios, la que por años defendió el chavismo y salía a las calles a defenderlo, ya no pudo más. Y tras las elecciones del 28 de julio que ganó abrumadoramente la oposición, ahora esa misma gente ha salido a defender los verdaderos resultados electorales.
La dictadura, como era de esperarse, ha respondido con golpes, rifles y encarcelamientos. Hay más de dos mil detenidos, según dijo el propio Maduro. En lugar de mostrar las actas de su supuesta victoria, el gobierno ha sacado a los militares a las calles. Lo que no pudieron ganar con votos lo están tratando de imponer con balas.
“La única manera de que Maduro pueda quedarse es producto de un fraude monumental”, me dijo la líder opositora María Corina Machado dos semanas antes de las elecciones. Y eso fue exactamente lo que pasó. María Corina insistía en que Venezuela ya no era la misma de los fraudes electorales denunciados por la oposición en 2013 y 2018. “Nunca fuimos a un proceso electoral con 30 o 40 puntos de ventaja. Nunca fuimos en un país organizado con una plataforma de defensa del voto como la que hemos instalado”.
Y eso fue lo diferente esta vez. La oposición ha logrado publicar la mayoría de las actas de votación y esas muestran que el ganador de la elección es Edmundo González Urrutia, no Nicolás Maduro como falsamente y sin mostrar pruebas ha informado el Consejo Nacional Electoral (controlado por el gobierno chavista). “El resultado es claro”, escribió Edmundo en su cuenta de X. “Obtuve más del 67% de los votos según el 81% de los datos emitidos por el sistema automatizado… El régimen ha proclamado resultados falsos e indemostrables, deben ser rechazados”.
Esos resultados presentados por la oposición venezolana coinciden con una investigación independiente realizada por The Washington Post. Con más de 23 mil actas escrutadas, el diario le atribuye a Edmundo el 67 por ciento de los votos y a Maduro solo el 30 por ciento.
La dictadura, está claro, no ha reconocido su derrota. Entonces, ¿cómo sacarla del poder? Las protestas en las calles y la presión internacional ayudan. Pero no es suficiente. Lo que falta es que el régimen se rompa por dentro.
Esto dice la historia. Entre 1950 y 2012 casi dos terceras partes de los 473 líderes autoritarios que perdieron el poder fueron sacados por gente dentro de su propio gobierno, concluyó la profesora Erica Frantz de la Universidad Estatal de Michigan en un artículo de The New York Times. Y así, también, Maduro podría dejar el poder; traicionado por sus mismas fuerzas de seguridad o por miembros del ejército.
Esto ya ha ocurrido. Un disidente dentro del gobierno, y a quien no puedo identificar, nos hizo llegar una copia de la entrevista que le hice en 2019 a Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores y cuyas tarjetas de video habían sido confiscadas, junto con nuestras cámaras. Y todo porque a Maduro no le gustaron las preguntas. Los siete miembros del equipo de Univision que participamos en la grabación en Caracas fuimos detenidos y deportados. Pero pudimos recuperar la entrevista meses después gracias a esa traición palaciega.
Cinco años más tarde otra traición pudiera sacar a Maduro del poder.
Mientras tanto, la permanencia ilegítima de Maduro en la presidencia tendrá enormes y muy graves consecuencias, como me dijo María Corina Machado: “Venezuela se ha convertido, hoy en día, en el conflicto más importante de este hemisferio. Si Nicolás Maduro se queda por la fuerza, como ha amenazado, eso implicaría la profundización de sus relaciones con Rusia e Irán, aquí, a pocos kilómetros de la frontera con Estados Unidos… (Además) veríamos la ola migratoria más grande que hemos visto hasta ahora”.
Venezuela no es Bangladesh. Pero un dictador es un dictador y todas las dictaduras caen. Todas. Es solo cuestión de tiempo y de método.