En memoria de Julio Scherer.
Pude haber sido yo o cualquier de mis compañeros periodistas. El brutal ataque contra los integrantes de la revista satírica Charlie Hebdo en París, que dejó 12 muertos, es también un ataque contra todos los que ejercemos el periodismo en cualquier parte del mundo. Los estúpidos atacantes creen que matándonos nos van a callar. No se dan cuenta que cuando asesinan a un periodista mil más retoman sus batallas.
De hecho, la consecuencia inmediata de la matanza de comunicadores en Francia es que el contenido de la revista –que tanto ofendía a los pistoleros- se ha reproducido por millones de veces en las redes sociales y en el resto del planeta. Es su peor pesadilla.
No importa si el contenido de la revista era ofensivo, racista o antirreligioso. Eso es absolutamente irrelevante. Si no estás de acuerdo con algo en un medio de comunicación, entonces replicas, debates, argumentas, lo ignoras o demandas pero no censuras, silencias, golpeas o mandas matar. Eso se aplica por igual en Francia, Siria o México.
Matar periodistas no es nuevo. Lo nuevo es la influencia global e incuestionable independencia de muchos periodistas en esta era digital. Es el fin de la censura. Pero, también, tener más poder y visibilidad significa ser un creciente blanco de ataques de grupos y gobiernos intolerantes.
El ataque en París fue planeado minuciosamente y tenía por objetivo asesinar a periodistas involucrados en la publicación de una revista que se burla de todas las religiones y que destruye mitos con humor. En Siria se ha utilizado la ejecución de corresponsales extranjeros para vengar las operaciones militares de Estados Unidos en Irak y en el medio oriente. Y en México el crimen organizado y la impresionante negligencia del gobierno han convertido al país en uno de los más peligrosos del mundo para ser periodista.
En México han matado a 97 periodistas desde el 2010 a la fecha, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Solo en el estado de Veracruz han asesinado a 10 reporteros desde que el priísta Javier Duarte llegó a la gubernatura hace cuatro años. Desde el 2006 han atacado las instalaciones de 42 medios de comunicación en México. Y la mayoría de estos crímenes se han realizado con absoluta impunidad.
Gracias a valientes y aguerridos periodistas como Julio Scherer, ahora en México se puede decir cualquier cosa. Scherer nos abrió el camino. El riesgo fue enorme. Criticar presidentes era casi imposible en México durante décadas. Pero Scherer fue brutal con el poder y no vendió sus principios por “chayotes”, como muchos periodistas lo hacían (y siguen haciendo).
Hoy el presidente Enrique Peña Nieto no puede censurar burdamente a la radio, prensa escrita y televisión como lo hacían sus predecesores priístas. Pero con la complicidad de muchos medios ha tratado de presentar un México que no existe. Es la estrategia del avestruz. El problema es que el avestruz ya se quedó sin cabeza.
La incompetencia y negligencia gubernamental en la desaparición de 43 estudiantes en Iguala es noticia mundial. Barack Obama lo mencionó el 6 de enero en la Casa Blanca. Y no se puede culpar a periodistas independientes por reportar sobre el enorme conflicto de intereses en la compra de las casas de la esposa del presidente y de su Secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Así es como lo reportó esta semana el diario The New York Times: “Peña Nieto ha sido golpeado por las revelaciones de que su esposa y su ministro de finanzas han comprado casas de un conocido contratista del gobierno”.
Pocos periodistas mexicanos siguen reportando sobre la llamada “casa blanca mexicana” y la casa en Malinalco de su principal asesor. Muchos han cedido a la presión del gobierno de Peña Nieto. Pero, por más que traten, no hay manera de censurar los reportes de medios extranjeros. ¿Quién tiene la culpa, los periodistas que denuncian la corrupción o quienes realizan el acto corrupto?
Cuando hay dudas sobre qué hacer como reporteros al enfrentar al poder, basta preguntarnos: ¿Qué hubiera hecho Julio Scherer? ¿O Elena Poniatowska? Exacto. La respuesta es: seguirían investigando y reportando hasta sus últimas consecuencias. Gracias a Elena y su Noche de Tlaltelolco tenemos un valiosísimo testimonio de primera mano de la masacre de 1968.
La valiente entrevistadora italiana, Oriana Falacci, decía que ser periodista es, a la vez, un privilegio y una responsabilidad. No conozco oficio más bello. Nada nos es ajeno. El planeta es nuestra casa. Pero nos obliga, también, a cantarle sus verdades a los que tienen el poder y a los intolerantes. Y eso a veces cuesta la vida, como quedó demostrado esta semana en Francia.
No estamos en el negocio de quedarnos callados.