Donald Trump dice que los periodistas somos “enemigos de la gente”.
qqqqqqNo es cierto. Miente otra vez. Lo que el presidente de Estados Unidos no entiende es que nuestro trabajo es cuestionarlo, obligarlo a rendir cuentas y, cuando no dice la verdad, denunciarlo y apuntar a los hechos.
Lejos de ser sus enemigos, a los reporteros no toca hacer las preguntas de la gente. Si no las hacemos nosotros ¿quién? Ese es precisamente nuestro trabajo en cualquier democracia. Balanceamos al poder. Para eso sirve socialmente el periodismo. Los reporteros somos servidores públicos, ni más ni menos.
Pero eso no lo agradece Trump. Como tampoco lo reconoció el líder venezolano, Hugo Chávez, en su momento. Ambos escogieron la misma estrategia: insultar a la prensa libre y saltarse a los periodistas. Chávez obligaba a los canales de televisión a unirse a sus transmisiones a nivel nacional -en su programa Aló Presidente- mientras que Trump, olímpicamente, le envía mensajes directos a sus más de 50 millones de seguidores en Twitter. El objetivo es el mismo: evitar las preguntas incómodas.
Sobra decir que mis experiencias con Trump y con Chávez no fueron muy buenas. El candidato Trump le pidió a un guardaespaldas que me sacara de una conferencia de prensa en el 2015 porque tuve la osadía de hacerle una pregunta sin que me diera la palabra. Chávez, al menos, no me echó por la fuerza. Pero también se negó a contestar mis preguntas.
Tras un fuerte intercambio durante una entrevista en Venezuela en 1999, le tuve que aclarar a Chávez que “mi labor es preguntar”. A lo que contestó: “Está bien. Pero estás recogiendo la basura.” Y luego, trató de desacreditarme. “Ustedes vienen -¿de allá de Miami vienes tú?- con una bolsa de basura”, me dijo. “¿Estoy yo obligado a responder solo lo que tú quieres preguntar?”
Bueno, en una democracia sí. Los políticos sí están obligados a contestar las preguntas de la gente. Los presidentes, en realidad, no son los jefes. Ellos trabajan para quien los eligió -y también para los que votaron en contra.
Daniel Ortega ha dado entrevistas a medios internacionales pero se rehúsa a hablar con periodistas y activistas nicaragüenses sobre las protestas en su contra (que han cobrado casi 500 muertes). La última vez que Ortega se expuso en un foro público, en mayo pasado, se paró el estudiante universitario, Lesther Alemán, y le pidió en su cara que dejara el poder. “Esta no es una mesa de diálogo”, le dijo. “Es una mesa para negociar su salida.” Ortega, claramente, está cuidando la silla.
El rol de la prensa también se está poniendo a prueba esta semana en Colombia
-donde Iván Duque tomó posesión como nuevo presidente- y en México -donde Andrés Manuel López Obrador fue declarado oficialmente como presidente electo. Siempre me ha llamado la atención cómo los candidatos se transforman de hablantines y chupa cámara a reticentes y hasta temerosos de la prensa cuando llegan al poder. Eso le pasó a Enrique Peña Nieto.
Para Duque y López Obrador debe ser difícil que los mismos reporteros que tanto espacio les dieron durante la campaña se volteen, los critiquen y les hagan preguntas que no quieren contestar. Es clara la incomodidad de Duque cuando le preguntan sobre la influencia que el expresidente Alvaro Uribe podría tener sobre él. De igual manera, López Obrador se siente más a gusto hablando de sus planes para reducir el crimen y la corrupción en México que justificando el nombramiento de Manuel Bartlett -acusado de participar en un enorme fraude electoral en 1988- para manejar la electricidad del país. La combinación hace corto circuito.
No, los periodistas independientes no somos los “enemigos del pueblo”, como nos ha tratado de pintar Trump. Pero lo que sí es cierto es que nos toca ser adversarios de los que están en el poder, sea quien sea. Es algo casi automático. Y en los casos más graves
-cuando se trata de racismo, corrupción o violación a los derechos humanos- los periodistas sí nos convertimos en enemigos de los que abusan de su poder. (Watergate es el caso más emblemático.)
Así que cuando nos pregunten si los periodistas somos enemigos del presidente, la respuesta más honesta es: “A veces”. ¿Y enemigos de la gente? No, nunca.