Opinión: No quiero vivir en un metaverso

Mark Zuckerberg puede ser acusado de muchas cosas. Más no de timidez en sus ideas.

El fundador de Facebook piensa en grande y ha logrado que casi tres mil millones de personas se conecten mensualmente a su plataforma social, la más grande en un planeta que ronda los ocho mil millones de habitantes. Ahora Zuckerberg quiere dominar el futuro de la realidad virtual o aumentada. Pero yo no quiero vivir en ese metaverso.

El universo que nos propone Meta -el nuevo nombre de Facebook- es el de trabajar, jugar, estudiar o ejercitarnos en mundos imaginarios. El concepto del metaverso es deslumbrante: te pones un par de lentes o un casco y eso te transporta a oficinas, gimnasios, escuelas o conciertos virtuales. Así de fácil.

“Imagina que pudieras estar en la oficina sin tener que manejar”, dijo Zuckerberg hace poco en un video anunciando el nuevo nombre y objetivo de la compañía que creó hace 17 años. “Y ahora imagina que pudieras estar en la oficina perfecta, mucho mejor que en la que estás actualmente, y que además podrías seguir usando tus pants favoritos”.

Me lo imaginé.

Por ejemplo, a mí me toca viajar muy seguido para hacer entrevistas y reportajes. Pero si alguna vez tuviera una cita en la Casa Blanca o en el Palacio Nacional de México pudiera aparecer mi holograma o mi silueta electrónica sin necesidad de subirme a un avión. Ahora bien, si ese día no me quiero rasurar y quedarme en pijama, puedo mejorar mi avatar -mi otro yo en el mundo virtual-, quitándole unos añitos y poniéndole un traje italiano. Cuando la gente viera la entrevista al aire, no sabría si físicamente estuve en Washington o en México. Aunque parecería que así fue.

En lugar de quedar de verse por zoom, Skype o Teams las reuniones de trabajo serían virtuales. Y podríamos hacer casi lo mismo que en persona, excepto tocarse, oler el perfume y las flores o saborear unos tacos picosos.

Lo mismo puede ocurrir a la hora de hacer ejercicio. El metaverso “te permite ejercitarte en maneras totalmente nuevas”, explicó Zuckerberg. “Solo necesitas tu casco de realidad virtual y puedes hacer cualquier cosa, desde boxear y pelear con espadas hasta bailar. Incluso podrías boxear en mundos nuevos y pelear contra monstruos creados con inteligencia artificial”.

 Es, también, una manera nueva de entretenerse. El grupo Coldplay dio un concierto histórico en el 2018 en Sao Paulo, Brasil. Se me enchina la piel cada vez que veo el video. Y aunque ya compré mis boletos para el concierto que van a dar en Los Angeles el próximo año, me encantaría haber estado en Brasil hace tres años. El metaverso puede ayudarme. O llevarme a los conciertos que dieron The Beatles en su gira por Estados Unidos y cuando yo era apenas un niño.

Para estudiar historia el metaverso podría recrear el primer encuentro que tuvieron el 8 de noviembre de 1519 Moctezuma y Hernán Cortés. Y permitirnos virtualmente caminar por las calles de Tenochtitlan y navegar por sus canales. Esa lección de historia, les prometo, nunca la olvidaríamos.

Desde luego que el metaverso tiene su encanto. Pero me preocupa muchísimo que reemplace la búsqueda de contacto humano real. La pandemia demostró dos cosas: una, la enorme necesidad que tenemos de ver y tocar a otros seres humanos; y dos, nuestra gigantesca capacidad de adaptación y de sobrevivir solos, si es necesario.

Un mundo dominado por el metaverso sería como vivir encerrados en nuestras casas en una pandemia permanente y evitando el contacto personal en las actividades más importantes de nuestras vidas. No le podemos dar la espalda al futuro. Pero me resisto a creer que ese universo virtual es lo mejor a lo que podemos aspirar. ¿Para qué reemplazar la realidad con una experiencia digital? El verdadero peligro es que esta tecnología creada para conectarnos termine separándonos más.

Recuerdo que de niño la gran aventura de la imaginación era viajar en el tiempo a épocas remotas y a lugares desconocidos. Ese futuro está por llegar digitalmente y no acaba de gustarme. Existe, también, la amenaza de que alguien se meta virtualmente en tu vida, te robe tu avatar o se presente como alguien que no es. Pero no importa cuántos inconvenientes pudiera tener el metaverso, no hay nada que pueda detener una idea. El metaverso viene.

“Es hora de adoptar una nueva marca para la compañía que englobe todo lo que hacemos”, dijo Zuckerber. “Que refleje lo que somos y lo que esperamos construir. Nuestra misión sigue siendo la misma: conectar a la gente. Pero ahora tenemos un nuevo objetivo: hacer una realidad el metaverso”.

El anuncio del cambio de nombre y de misión -de Facebook a Meta- ocurrió en un momento sospechoso y para distraer la atención a los ataques políticos que estaba recibiendo la compañía. Se dio luego que una exempleada de Facebook, Frances Haugen, denunciara en audiencias en el congreso de Estados Unidos y en el parlamento británico que la empresa pone “las ganancias por encima de la seguridad” de sus usuarios. Durante las audiencias surgieron duras preguntas sobre el peligro de Facebook para la democracia y para las mentes de los adolescentes.

La congresista de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortes, fue de las más críticas con el cambio de nombre. “Meta como en que nos estamos convirtiendo en un cáncer para la democracia, y haciendo metástasis en una máquina de espionaje y propaganda para promover regímenes autoritarios y destruir la sociedad civil a cambio de ganancias”, escribió en Twitter.

Antes de que Facebook pueda crear su metaverso, tiene que invertir un enorme capital en nuevas tecnologías y sobrevivir los intentos políticos de regular sus operaciones e, incluso, de romper a la corporación -que tiene también Instagram y WhatsApp- en partes más pequeñas.

Al final de cuentas, el futuro no se puede detener. El metaverso será una realidad. No sé si en mi tiempo o en el de mis hijos. Pero no quisiera vivir en él. Tengo la sospecha que me estaría perdiendo lo más importante: la vida misma.

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