Después de cada masacre en Estados Unidos -y tenemos muchas y muy seguidas- hemos aprendido un doloroso ritual de la muerte.
Primero aparece la noticia de la matanza en las redes sociales y en la televisión, luego es la conferencia de prensa de la policía, después son los testimonios de los testigos y al final los políticos prometiendo cambios y diciendo que van a rezar por las víctimas y sus familiares. Eso, me temo, no ha servido para nada. Y ahora solo estamos esperando la siguiente masacre. Y la otra.
En menos de una semana hemos tenidos dos masacres en Estados Unidos. Una en Atlanta donde fueron asesinadas 8 personas, en su mayoría de origen asiático. Y la otra en un supermercado de Boulder, Colorado, donde perecieron 10 más. La pregunta esencial es si todas esas muertes se hubieran podido evitar. Y la triste respuesta es que en los últimos años no se ha hecho nada significativo para prevenir este tipo de asesinatos masivos.
Conseguir armas es demasiado fácil en este país. Más fácil que conseguir una medicina sin prescripción médica u obtener una vacuna contra el coronavirus sin estar en una categoría autorizada. En Estados Unidos -una nación con 332 millones de habitantes- hay 390 millones de armas, según una investigación de la BBC. Ningún país del mundo tiene, proporcionalmente, tantos rifles y pistolas en manos de su población civil.
En todos lados hay problemas, conflictos y personas con enfermedades mentales. Pero la abundancia de armas, la facilidad con que se consiguen y las leyes que protegen irracionalmente a sus dueños hacen de Estados Unidos un peligrosísimo experimento social. Así, ir al supermercado en Boulder o trabajar en un spa en Atlanta se puede convertir en una sentencia de muerte.
Cuando me toca reportar sobre muertes o asesinatos colectivos en otros países generalmente hay una razón de fondo: guerra, lucha entre carteles, robo, dinero, secuestro, control de territorio o poder. Pero la gran tragedia de estas matanzas en Estados Unidos es que son irracionales. Ocurren sin ningún motivo aparente. El asesino quería matar, iba bien armado y las inocentes víctimas estaban en el lugar y en el momento equivocados.
Ante la pregunta ¿por qué hay tantas matanzas en Estados Unidos? La absurda respuesta que tenemos es: porque se puede, porque hay muchas armas para matar y porque nada impide que un individuo descontrolado use armas de guerra para apaciguar a sus demonios internos.
Estados Unidos ha sufrido al menos 121 masacres en las últimas cuatro décadas, de acuerdo con la investigación de la revista Mother Jones. Se trata de matanzas en las que murieron cuatro personas o más. Y su conclusión es desalentadora: “La mayoría de los asesinos consiguieron sus armas de manera legal”.
En este tema me he equivocado muchas veces.
Cuando dos estudiantes mataron a 12 de sus compañeros y a un maestro en la escuela Columbine de Colorado en 1999, creí que algo se iba a hacer para restringir el acceso a las armas de fuego. Y no pasó nada. Tras la muerte de 20 niños y 6 profesores en la escuela primaria Sandy Hook en Connecticut en el 2012 pensé, erróneamente, que habíamos llegado al límite. Y cuando mataron a 17 personas en el 2018 en una escuela de Parkland, Florida, cerca de mi casa, sospeché que sería la última masacre de su tipo. Todas esas veces me equivoqué.
Después de cada una de esas masacres muchos políticos se han puesto a rezar y a enviar sus buenos deseos a los familiares de las víctimas. Se agradece, claro. Pero eso no ha sido suficiente. Y hasta ellos lo reconocen. “Buenos pensamientos y oraciones no pudieron salvar ocho víctimas en Atlanta y a 10 la otra noche, incluyendo a un policía”, dijo en su cuenta de Twitter el Senador Richard Blumenthal. “El congreso debe honrar a estas víctimas pero con acciones -acciones reales- como la revisión de antecedentes penales a todos los compradores de armas”.
El mensaje es claro: no más oraciones, por favor. Acciones es lo que necesitamos.
No soy religioso pero creo comprender el poder de la oración. Concentra los pensamientos y acciones en una idea bienintencionada. Y eso siempre es positivo.
El problema en el caso de la violencia causada por las armas de fuego es quedarse, únicamente, con los rezos y no hacer algo más.
”Los líderes religiosos tienen un papel importante en todo esto”, dijo en una audiencia el senador Dick Durbin. “Pero nosotros estamos en el senado. ¿Qué es lo que estamos haciendo?”
La respuesta es nada.
En el terrible ritual de muerte que todos hemos aprendido en EE.UU, ahora estamos en el momento de la indignación después de las matanzas y de las declaraciones públicas prometiendo cambiar las leyes. Pero después de los funerales la realidad política volverá a paralizar al congreso.
No hay suficientes congresistas que se atrevan a limitar el uso de armas de fuego, ni siquiera el uso de armas de guerra para civiles. Temen perder su reelección ante un electorado conservador que se resiste a tocar la segunda enmienda de la constitución que protege el uso de armas.
Este país no va a cambiar.
Y entonces otra crisis dominará nuestra atención, todas las promesas y oraciones se olvidarán, y luego vendrá otra masacre. Como padre, una vez más, detendré todo lo que esté haciendo y preguntaré angustiado: ¿esta dónde fue?