Por Jorge RAMOS
Matar y morir es demasiado fácil en México. Por la violencia o por el covid-19. Y son tantos los muertos que, de pronto, parece algo normal que alguien sea asesinado o que fallezca luego de contraer el coronavirus. La triste realidad es que algo se pudo hacer para evitar tantas muertes y no se hizo.
Empecemos con la violencia que azota a México. “Este año van a haber resultados”, me había dicho el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia del prensa del 15 de enero del 2020. Y los hubo. Pero no como él y muchos mexicanos esperaban.
En el 2020 hubo 969 feminicidios, según las cifras oficiales de su propio gobierno y reportadas por la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Uno más que los 968 feminicidios reportados en el 2019.
También en el 2020 se reportaron 34,515 homicidios dolosos. Esto es un poquito menos que los 34,648 que hubo en el 2019. Claro, hay que celebrar cada vida humana que se salva. Pero la cifra de asesinatos el año pasado sigue siendo brutal. Altísima. No podemos normalizarla. Y menos en estados como Guanajuato donde los homicidios dolosos subieron de 3,540 en el 2019 a 4,490 en el 2020.
Estos son los datos. No hay otros. México es un país sumamente violento y nueve de cada 10 homicidios dolosos quedaron impunes en el 2019, de acuerdo con la organización Impunidad Cero. El mensaje para los criminales es inequívoco: si tú matas en México no te va a pasar nada.
A pesar de lo anterior, AMLO cree que las cosas están mejorando. “Mi balance objetivo y honesto es que se ha avanzado mucho”, dijo en un reporte de fin de año. “Nos faltan muchas cosas pero ha habido avances muy significativos. Desde las seis de la mañana tenemos reuniones de seguridad con todo el gabinete.”
No es la primera vez en que AMLO enfatiza lo duro que trabaja en el tema. “No hay en el mundo un presidente o un primer ministro que atienda el problema de la inseguridad y de la violencia como lo hacemos nosotros”, dijo en diciembre del 2019. “De lunes a viernes de 6 a 7 de la mañana.”
El problema es que dedicarle muchas horas a un tema no es ninguna garantía de que va a haber soluciones efectivas. En ningún país del planeta se puede considerar como un éxito la cifra de 34 mil asesinatos al año.
Lo mismo ocurre con los mexicanos muertos por el coronavirus. Es imposible decir que México tomó las decisiones correctas cuando tienes más de 152 mil muertos por Covid-19. Esa cifra es muy parecida a la de los 153 mil muertos en la India, que tiene una población 10 veces mayor a la de México.
Además, México ocupa el lugar número 18 en el mundo entre los países con el mayor número de muertos de coronavirus por cada 100 mil habitantes, según el conteo de la prestigiada Universidad Johns Hopkins. Y la pregunta obligada es ¿cuántas muertes se podrían haber evitado en México si se hubieran tomado otras medidas preventivas hace meses?
La Organización Mundial de la Salud recomendó en junio del 2020 el uso de mascarillas para reducir la transmisión del Covid-19 entre la gente. El ejemplo de usar un cubrebocas en lugares públicos debió venir desde el mismo presidente. Y eso no ha ocurrido todavía. López Obrador se contagió de coronavirus hace unos días y le deseo una pronta recuperación.
Por todo lo anterior, los muertos nos persiguen en México y, en algunas ocasiones, nunca nos dejan en paz. “No morirás sin regresar”, amenaza Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz.
Octavio Paz también escribió sobre esto. “Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan”, dijo en El Laberinto de la Soledad. La muerte “está presente en nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros amores y en nuestros pensamientos.” Y ahora también, con maldita intensidad, en nuestras calles y en las unidades de cuidados intensivos.
Normalizar la muerte por la violencia o el coronavirus es lo peor que se puede hacer en México. Debemos rebelarnos ante la idea de que eso es normal y de que no hay nada que podamos hacer. Déjenme ser brutalmente claro: no es normal tener en un año 34 mil muertos por la violencia y 152 mil por el coronavirus. No lo es. De lo que se trata es de complicarle las cosas a la muerte. Alejarla. No abrirle espacios. Ponerle un basta.
Y el primer paso para encontrar una verdadera solución es tomar absoluta responsabilidad del asunto y asumir los muertos. El gobierno de López Obrador -ya en su tercer año- no puede seguir culpando a los gobernantes en otros sexenios por lo ocurrido en este.
Estos son sus muertos.