Por Jorge Ramos
Los presidentes de México y Estados Unidos deben creer que somos tontos, que no leemos las noticias o que por el simple hecho de repetir mentiras les vamos a creer. A los dos les encanta inventarse una versión muy distinta de la realidad con el objetivo de proteger su reputación y, con suerte, subir sus niveles de aprobación.
Pero no se dan cuenta que esa burda estrategia de comunicación los presenta como demagogos y no funciona en una era de hiper-realidad (donde todo se sabe y nada se puede esconder en las redes sociales).
Tras el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México, Enrique Peña Nieto prácticamente desapareció del mapa. El presidente electo, de prisa y con un claro sentido de urgencia, dominó la agenda del país y los titulares (digitales y en papel). Pero luego, tardío y tentativo, Enrique Peña Nieto salió con varias entrevistas y videos promocionales para defender su nombre y su legado.
El experimento no salió bien.
La Casa Blanca lo va a perseguir toda su vida. En una entrevista televisiva con Denise Maerker, cambió la versión oficial de que la casa de siete millones de dólares -comprada a un contratista del gobierno- había sido adquirida solo por su esposa. Ahí reconoció que él también estaba involucrado. “Como matrimonio que estábamos haciéndonos de una nueva casa”, aceptó en la entrevista.
Y luego, en lugar de decir que se arrepentía de haber permitido que se llevara a cargo la sospechosa transacción por el evidente conflicto de interés, se atoró en lo personal y en las formas: “Me lamenté de haber involucrado a mi esposa en la explicación del tema”.
Su explicación sobre los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa en 2014 tampoco cuadra. En lugar de haber permitido una investigación independiente o una comisión de la verdad, insistió (en un video gubernamental) en apoyar la versión de que “los 43 jóvenes habían sido incinerados”. Familiares y muchos investigadores rechazan esa inverosímil “verdad histórica”. Esto -y los más de 100 mil muertos- será el gran fracaso de su sexenio.
Pero pocas cosas generaron tanto rechazo como su actitud temerosa y sumisa ante Donald Trump. Fue vergonzoso ver la incapacidad de Peña Nieto para decirle al candidato Trump en Los Pinos que México no pagaría por el muro en la frontera. Hoy, sin embargo, Peña Nieto le quiere dar un spin distinto a esa fatídica reunión.
La nueva versión es que semejante indignidad culminó en la firma del nuevo acuerdo comercial con Estados Unidos. Escribió Peña Nieto en su cuenta de Twitter: “¿La visita de Trump a México? Un encuentro apresurado que a la postre dejó algo positivo…Ahí están hoy los resultados”.
El presidente de Estados Unidos también es campeón de yoyo y en darle la vuelta a las cosas. Esta semana se confirmó una de las peores tragedias en la historia reciente del país. Investigadores de la Universidad George Washington calcularon que 2,975 personas murieron tras el paso del huracán María en Puerto Rico, que es una colonia estadounidense. Esta cifra es muy distinta a los 64 muertos oficiales que se habían contabilizado originalmente.
Y en lugar de reconocer su incapacidad en el manejo de la crisis -que generó muchas de las muertes- Trump salió a presumir. “Creo que hicimos un trabajo fantástico en Puerto Rico”, dijo el presidente en la Casa Blanca. Pero los puertorriqueños siempre recordarán cómo Trump les tiró rollos de papel toalla a sobrevivientes del huracán en San Juan y la falta de ayuda cuando más lo necesitaban.
¿Cómo llamar “fantástico” a lo que culminó en una tragedia nacional con casi tres mil muertos? ¿Cómo decir que “hemos dejado un saldo positivo para México” cuando habrá más de 100 mil muertos en seis años?
Trump y Peña Nieto parecen vivir en una realidad virtual, donde no importan los datos ni las cifras sino su propia y distorsionada versión de los hechos. Tienen esa visión simplista de que todo se puede resolver con una buena campaña de relaciones públicas. Así es como llegaron al poder y así es como se van a ir: masajeando el mensaje.