En México hablar de muertos -muchos muertos- se ha convertido en algo normal. Muertos por los feminicidios. Muertos por la violencia del narcotráfico. Muertos por la pandemia. Y de pronto, de tanto oírlo, leerlo y repetirlo, la muerte ha ido perdiendo su horror y nos acostumbramos a tenerla cerca, demasiado cerca.
La regla debe ser la vida, no la muerte.
Cada cierto tiempo, me meto en las páginas oficiales del gobierno de México y reviso las cifras de los homicidios dolosos. Y los números son espeluznantes. Desde que Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia han sido asesinados 83 mil 405 mexicanos. De seguir así, su sexenio se convertirá en el más sangriento en la historia moderna de México.
Les doy unos puntos de comparación. En todo el sexenio de Enrique Peña Nieto, con el mismo método de conteo, fueron asesinadas 125 mil 508 personas. Con Felipe Calderón -quien declaró la guerra contra el narco y utilizando una fuente distinta- hubo 121 mil 683 asesinatos. Al ritmo en que van los asesinatos en el actual gobierno, rápidamente superará la violencia de los últimos dos sexenios.
Pero AMLO está viendo otros datos. O el vaso medio lleno.
En su “mañanera” del 21 de mayo reconoció que respecto a los asesinatos “hemos bajado muy poco pero ya no subió la tendencia que había cuando tomamos el gobierno.” Y luego dijo: “Esperamos seguir bajando. Este delito (homicidio doloso) está muy vinculado con la delincuencia organizada”.
El problema es que la muerte se ha convertido en la constante. La estabilización a la que se refiere el presidente es de muertos. Y cuando te matan casi tres mil personas al mes en el país no puedes decir que la estrategia está funcionando. En esa misma conferencia de prensa se anunció que había aumentado a 99 mil el número de miembros de la nueva Guardia Nacional. Buena idea. Malos resultados.
AMLO, por más que insista, ya no puede culpar a otros presidentes por los muertos durante su gobierno. Ya no. Está muy claro que la guerra contra el narco no comenzó con él, que hay exfuncionarios vinculados con la mafia de las drogas, que aún tienen un enorme poder para corromper y matar, y que hay partes de México -hasta el 35 por ciento según el Comando Norte de Estados Unidos- donde no hay presencia del gobierno. Pero precisamente para eso lo eligieron más de 30 millones de mexicanos: para que resuelva los problemas más graves del país.
Con este no ha podido.
Y tampoco con los feminicidios. De enero a abril de este año se reportaron, oficialmente, 318 asesinatos a mujeres debido a su género. Esta cifra es casi igual -319- que la del mismo período el año anterior. Muy pocos de estos asesinatos se esclarecen y aún menos terminan en la cárcel los culpables. Pero no por esos fracasos de los impartidores de justicia en México debemos acostumbrarnos a que esto es lo normal.
Decía Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad que “la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida”. Sus palabras, escritas a mediado del siglo pasado, se aplican perfectamente a este 2021. “La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos. Ante ambas el mexicano se cierra, las ignora”.
Ya no podemos seguir ignorando la muerte en México. No solo las de la violencia sino también las de la pandemia. Mientras que las cifras oficiales confirmadas por Covid llegan a los 214 mil casos, las muertes excesivas asociadas al coronavirus sobrepasan las 337 mil. ¿A cuál de las dos cifras le creemos? Basta decir que los encargados de las políticas públicas y de salud dentro del actual gobierno son responsables de los gravísimos errores que permitieron llegar a ese gigantesco número de muertes. Solo Estados Unidos, Brasil y la India reportan más defunciones por la pandemia que México.
México tiene elecciones el próximo 6 de junio para renovar el congreso federal, gubernaturas y puestos locales en los 32 estados. Por los asesinatos de decenas de candidatos, varios medios la han llamado “la campaña electoral más sangrienta en la historia de México”. El estado tenía la obligación de proteger a los candidatos y falló. Y estas votaciones serán, como casi todas, un referendo sobre el presidente López Obrador.
Entiendo que AMLO sigue gozando de mucha popularidad -61 por ciento según una encuesta de Consulta Mitofsky. Su lucha contra la corrupción -y su fiera oposición a los regímenes que saquearon al país y fueron responsables de fraudes y matanzas durante décadas- tiene el apoyo de millones de mexicanos. Es, sin duda, un cambio. Pero la pregunta es si lo seguirán apoyando quienes votaron por él en el 2018. AMLO y su partido MORENA serán juzgados, más que por su oposición al pasado, por su manejo actual de la violencia, la pandemia y la economía.
A la larga, todos los gobiernos son juzgados por sus resultados y no por los mitos que crean a su alrededor. Y respecto a los muertos en México, no hay resultados. Hemos normalizado el horror.