Opinión: Los olvidados: latinos contagiados, sin empleo, dinero ni ayuda

Por Jorge Ramos

El coronavirus ha destruido la vida que el mexicano Arturo Morales armó en Estados Unidos con mucho esfuerzo y dedicación. Su esposa Besabed acaba de morir por Covid-19. El no tiene trabajo ni ahorros. Y ahora solo le queda un pulmón -por haber sufrido tuberculosis de joven- y la esperanza de no estar contagiado como su esposa.

Besabed, quien sufría de diabetes y una pierna amputada, tenía una cita médica en Chicago. “Ella fue a la clínica el 20 de marzo”, me contó Arturo en una entrevista. “Y ahí entró un hombre que tenía coronavirus. Y desde que salió de la clínica ella se sintió mal y le empezó a faltar aire… Al otro día le faltaba demasiado el aire, la llevamos al hospital pero ya no nos dejaron entrar”.

Esa fue la última vez que Arturo vio a Besabed. “Nos despedimos por teléfono”, me dijo llorando. “A ella la pusieron en speaker (en el hospital) para que nos escuchara”.

La tragedia de la familia Morales, con cuatro hijas y un hijo, no es única. Los latinos están sufriendo de manera desproporcionada los efectos económicos y de salud por el Covid-19. Los problemas médicos que prevalecen en la comunidad hispana -como diabetes, hipertensión y obesidad- y las diferencias sociales con otros grupos de la población se han acrecentado con el coronavirus. Y muchos están siendo olvidados.

Aunque se trata de un asunto de vida o muerte, el gobierno del presidente Donald Trump ni siquiera ha designado a un portavoz o creado un sitio de internet para dar información en español. Solo tradujo del inglés las guías de la Casa Blanca para no esparcir más el virus. Eso es todo. Ha tratado a los más de 37 millones hispanoparlantes en el país como si no existieran.No hay nadie que les explique qué pasa, como los doctores Deborah Birx y Anthony Fauci hacen en inglés. Son los olvidados. Por eso tantos hispanos han tenido que depender de los medios de comunicación en español para buscar ayuda y sobrevivir.

El caso de la ciudad de Nueva York es muy representativo de la disparidad con que el virus ha afectado a los latinos. Ahí han muerto más hispanos que personas de cualquier otro grupo. El 34 por ciento de las muertes por el coronavirus en la ciudad corresponden a latinos, a pesar de que solo son el 29 por ciento de la población.

Los latinos tienen mayores factores de riesgo.

Suelen trabajar en sectores considerados “esenciales” durante esta crisis, como plantas procesadoras de carne, y por lo tanto han estado más expuestos al virus. Trabajadores e inmigrantes latinos son el 23 por ciento de la fuerza laboral en agricultura y pesca. Ellos son los que nos dan de comer.

Pero tienen muy pocas protecciones. Muchos de estos trabajadores no tienen seguro de salud. En California, donde se concentran los campos de cultivo, el 13 por ciento de los latinos no tienen seguro de salud, al igual que el 28 por ciento de los hispanos en el Bronx de Nueva York y el 71 por ciento en Miami. Y entre los indocumentados del país el seguro médico es casi inexistente.

Y esto es particularmente grave en una comunidad, como la latina, donde hay silenciosos enemigos de la salud, como la diabetes y la hipertensión. El 71 por ciento de las latinas y el 80 por ciento de los latinos tienen, al menos, un factor de riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular, según un estudio del National Heart, Lung and Blood Institute. Y el problema es que no lo saben. Casi cuatro de cada 10 hispanos que fueron diagnosticados con diabetes no tenían ni idea que estaban enfermos.

Esta pandemia ha sido una tormenta perfecta para muchas familias hispanas. Además de estar más expuestos al coronavirus, de padecer condiciones médicas preexistentes y de no tener la protección de un seguro médico, esta crisis ha dejado a millones de latinos sin trabajo y sin dinero. Una de cada tres familias latinas (35%) reportó que al menos uno de sus miembros perdió su empleo por el coronavirus, según una encuesta de Latino Decisions-SOMOS.

Y recuperarse de esta doble crisis no será fácil. Particularmente si no se recibe ayuda del gobierno federal. Es incomprensible y cruel que el presidente Donald Trump no haya incluido a los 10 millones de indocumentados en su programa de ayuda. Muchos de ellos tienen hijos estadounidenses nacidos en este país. Es irónico que los trabajadores del campo sean considerados “esenciales” para enfrentar esta crisis y que todos los días se jueguen la vida. Pero, a la hora de repartir la ayuda, muchos quedaron fuera por no tener su documentación legal.

Afortunadamente California, que a veces es una especie de isla antitrumpeana, ha decidido ayudar a unos 150 mil indocumentados con un fondo de 125 millones de dólares. Cada uno podrá recibir 500 dólares (y un máximo de mil dólares por familia). “Ellos son nuestros hermanos y hermanas; son las personas que están ayudando a papá y mamá”, me dijo el gobernador Gavin Newson en una entrevista. “El 10 por ciento de nuestra fuerza laboral está indocumentada. La mitad de nuestros niños en California nacieron de padres inmigrantes. Es un asunto de gran orgullo para nosotros. Son esenciales. Son importantísimos”.

Este es un programa que ayuda a los más vulnerables de los vulnerables. Se necesita mucho más que buenas intenciones para resolver un problema estructural que ha puesto a los hispanos en un altísimo riesgo, médico y económico, debido al coronavirus. Las viejas heridas han quedado más abiertas que nunca. Y solo programas como el implementado en California pueden tener un efecto inmediato y positivo en la comunidad latina.Pero no veo esfuerzos similares en el resto del país.

Los próximos años no serán fáciles. Los avances logrados en contra del desempleo y la pobreza entre la comunidad latina han desaparecido en una par de meses de pandemia. Hay familias, como la de Arturo Morales, que han perdido casi todo.

 

Su esposa Besabed cocinaba los tamales, rojos y verdes, que vendían juntos en Chicago para pagar la renta y comer. Pero, tras su repentina muerte, Arturo se ha quedado sin pareja y sin ingresos. “Pues ahora mis hijas y mucha gente nos ha apoyado. Nos han traído comida y un poco de dinero también”, me contó antes de despedirse, mientras respiraba con la ayuda de un tanque de oxígeno y se limpiaba las lágrimas sobre su cara. Encerrado en su casa, Arturo solo espera que el virus no lo ataque a él.

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