Opinión: Los niños de Uvalde

Por Jorge Ramos

Uvalde, Texas. “¿Cómo puedes ver a esta niña y dispararle?” se preguntaba en una entrevista con CNN, Ángel Garza, el papá de Amerie. Ella tenía 10 años de edad y fue una de los 19 niños asesinados en la escuela primaria Robb. “¡Ay mi bebé! ¿Cómo le disparas a mi bebé?”

El dolor de Ángel Garza es inmenso. Incomprensible. En la entrevista sostenía con las dos manos una foto de su hija Amerie cerca del corazón. Él fue uno de primeros socorristas que llegó a atender a los niños sobrevivientes de la masacre. Y le contó a Anderson Cooper que se enteró de la muerte de su hija a través de una niña que estaba herida y ensangrentada.

He cubierto tantas masacres en Estados Unidos que ya hasta perdí la cuenta. Pero esta -en medio de una comunidad mayoritariamente latina en Texas- me ha tocado muy de cerca. Aquí he visto llorar a los reporteros más duros. Quizás es esa terrible sensación que esto le pudo ocurrir a cualquiera de nosotros.

Las matanzas en este país se han convertido en parte de nuestra cotidianeidad y ya todos sabemos cuál es el orden y los protocolos. Primero la sorpresa y el shock, habla la policía y el presidente, luego la negación y las oraciones seguidas por las propuestas de cambios en las leyes de uso de armas….y al final nada. Nada.

La masacre de 1999 en la escuela secundaria de Columbine en Colorado nos despertó a lo que era inimaginable: el brutal asesinato masivo de niños y adolescentes. Y tras el asesinato en el 2012 de 20 niños y 6 maestros en la primaria Sandy Hook en Connecticut muchos creímos, inocentemente, que ese era el límite. No lo fue. En el 2018 mataron a 17 personas en otra escuela muy cerca de mi casa en Parkland, Florida.

Eso cambió la vida de Manuel y Patricia Oliver. Su hijo Joaquín, de 17 años murió en esa masacre. Los padres de Joaquín se han convertido en activistas para el control de armas de fuego y han sido muy críticos con aquellos que solo piden oraciones después de un matanza. “Algunos (políticos) van a decir: ‘Nuestros corazones están con sus familias’”, expresó Manuel en redes sociales luego de los asesinatos de estudiantes en Uvalde. “Pero ¿saben qué? Esas familias no necesitan sus freaking corazones. Lo que necesitan es a sus niños. Y sus niños ya no están aquí”.

He recorrido, sin prisa, distintos rincones de Uvalde y pocas veces he sentido tal concentración de dolor. Y hay, sobre todo, una pregunta: ¿por qué? “Yo no entiendo como un ser humano puede dispararle en la cara a una criatura”, me dijo Irene Salinas, una maestra de la escuela Robb que le dio clases a muchos de los niños que perecieron. “Eso no es humano; es peor que un animal”.

La ayuda y el consuelo están llegando de todos lados. Religiosos de México y de poblaciones aledañas están aquí. Al arzobispo de San Antonio, Gustavo García Siller, le tocó consolar a un padre en el hospital cuando le dijeron que su niña había muerto. “Los lideres hemos fallado”, me dijo. “Son los frutos de una sociedad que hemos creado. Una sociedad de muerte, no de vida… Claro, estoy enojado porque el liderazgo es muy pobre; Estados Unidos está en decadencia cultural y social”.

A pesar del enojo y la indignación, nada va a cambiar. He perdido el optimismo. Esto no depende del presidente Joe Biden ni de una sola persona. En el senado de Estados Unidos no hay los votos necesarios para limitar el uso de armas de fuego, para prohibir la compra de rifles y municiones de guerra y ni siquiera para requerir un certificado de antecedentes penales. La Asociación Nacional del Rifle financia a muchos políticos que no están dispuestos a arriesgar su puesto por un voto.

Los políticos más conservadores, como el gobernador de Texas Greg Abbot, prefieren concentrarse en asuntos de salud mental. Pero un muchacho de 18 años de edad -como Salvador Ramos, el responsable de la masacre en Uvalde- con problemas familiares y mentales no sería el mismo peligro para la comunidad sin acceso a un rifle AR-15.

Este tipo de matanzas es un fenómeno típicamente estadounidense. En ninguna otra parte del mundo hay masacres similares con la letalidad y frecuencia con que ocurren aquí. Y mucho menos con niños de 10 años de edad como víctimas. La poetisa Amanda Gorman lo expresó mejor que nadie en Twitter: “Solo un monstruo mata a niños. Pero ver a monstruos matar a niños, una y otra vez, y no hacer nada es una locura y es inhumano”.

 

Hay momentos, durante esta cobertura, en que me he quedado sin palabras. Y sin fuerza. Vuelvo a ver el video de Ángel Garza hablando de su hija Amerie y tengo que ponerlo en pausa. Es demasiado. Esto revienta cualquier corazón.

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