Por Jorge Ramos
Sophie McLoud de 10 años de edad tenía una pregunta para Sonia Sotomayor, la jueza de la Corte Suprema de Justicia: “¿Tú crees que una niña como yo puede ser presidenta de Estados Unidos?” La maravillosa respuesta de la jueza Sotomayor a Sophie un poco más adelante. Pero empecemos con lo último.
En los próximos días el virtual candidato presidencial, Joe Biden, va a decidir quien será la candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos por el partido demócrata. Además de la posibilidad histórica de escoger a una afroamericana como su compañera de fórmula, el entusiasmo también estriba en que esa mujer podría convertirse, eventualmente, en la primera presidenta de Estados Unidos.
Esta esperanza lleva mucho tiempo. Aún recuerdo con nostalgia una entrevista que le hice en 1984 en Los Angeles a Geraldine Ferraro, la primera mujer en ser candidata a la vicepresidencia de uno de los dos partidos políticos tradicionales. Tengo una foto con ella en que aparece con el puño levantado. Ferraro y el candidato presidencial, Walter Mondale, perdieron esa elección frente a Ronald Reagan. Pero así la recuerdo; como una guerrera.
Tras la derrota de la campaña presidencial de Hillary Clinton en el 2016 es difícil entender como el país más rico y poderoso del mundo nunca ha escogido a una mujer para la Casa Blanca. Otros países del hemisferio -Nicaragua, Panamá, Chile, Argentina, Brasil, Bolivia, Costa Rica – si han tenido presidentas. Estados Unidos no.
A pesar de que hay cada vez más participación de las mujeres en los principales puestos de la política estadounidense -desde gobernadoras hasta la presidenta de la cámara de representantes, Nancy Pelosi- Estados Unidos no figura entre las principales naciones del mundo en cuanto al porcentaje de mujeres en el congreso o parlamento nacional. Apenas ocupa el lugar número 83. Actualmente solo hay 101 mujeres en la cámara de representantes de Estados Unidos (o un 23 por ciento del total).
¿Qué se puede hacer para lograr una mayor igualdad política? “Necesitas leyes y necesitas una estructura para alcanzar igualdad de genero”, dijo en CNN la primera ministra de Finlandia, Sanna Mirella Marin, quien a los 34 años es la líder más joven del mundo. “Eso no pasa por sí mismo”. En Finlandia, por ejemplo, las leyes obligan a que haya al menos un 40 por ciento de mujeres en los puestos gubernamentales que no son de elección popular.
En Estados Unidos no hay leyes parecidas a las de Finlandia. Pero si se aprobara el Equal Rights Amendment (ERA), propuesto originalmente en 1923, habría un gran avance. Esa enmienda a la constitución dice simple y llanamente: “La igualdad de derechos bajo la ley no debe ser negada o coartada por Estados Unidos o por ninguno de los estados debido al género o sexo”. Un nuevo congreso en el 2021 podría quitar los obstáculos legales que ha impedido que se apruebe por casi un siglo esta enmienda que garantiza la igualdad.
Y eso nos lleva a la entrevista que tuve a principio de año en Miami con la jueza Sotomayor. Ella acababa de publicar un nuevo libro para niños llamado Just Ask! Be Different, Be Brave, Be You en que habla de las cosas que nos hacen fuertes y distintos, de su problema con la diabetes -que la obliga a inyectarse insulina varias veces al día- y de cómo enfrentar el miedo.
“Cuando me nombraron jueza de la Corte Suprema tenía yo un miedo terrible. Es un trabajo grandísimo. ¿Quién vive la vida sin miedo?” me dijo en español. “Pasé momentos diciendo: ‘No quiero hacer este trabajo’. No estaba segura que lo podía hacer bien. Y casi casi le dije que no al presidente de Estados Unidos. Unas amistades mías oyeron que yo estaba dudando, y una de ellas vino y me dijo: ‘Mira Sonia, para de pensar en ti. This is not about you. Esto es de todas las nenas pequeñitas que te van a mirar en esa posición’”.
Nenas pequeñitas como Sophie, quien nos escuchaba atentamente. Al final de la entrevista y venciendo los ojos vigilantes de los adultos, se acercó a la jueza para preguntarle si ella, una niña latina, algún día podría ser presidenta de Estados Unidos. La jueza -la primera hispana de la Corte Suprema- le dio un abrazo y luego su sabia respuesta.
“Sí, sí”, le dijo, en lo que se convertiría en una verdadera lección de vida.
“Primero, una niña como tú tiene que soñar en grande siempre.
Segundo, nunca puedes dejar que nadie te diga que no lo puedes hacer. Porque al minuto que te lo digan, tienes que reaccionar como yo. ¿Tú me dices a mí que no lo puedo hacer? Yo te voy a enseñar que lo puedo hacer. Nunca dejes que nadie te diga a ti que no lo puedes hacer.
Tercero, tienes que estudiar, estudiar y estudiar. Es la única manera de lograr lo que quiere hacer uno en la vida. La educación es la llave al futuro.
Y cuarto, tienes que trabajar muy fuerte. En la vida nadie ni nada te da algo. Tú te tienes que ganar todo en esta vida. Y estudiando y trabajando fuerte, son las dos maneras de llegar a ser presidente de Estados Unidos”.
Antes de despedirse, la jueza Sotomayor volvió a abrazar a Sophie y le pidió un favor. “Espero que yo esté viva cuando tú seas presidenta de Estados Unidos”, le dijo, para tomarle el juramento constitucional.
Y espero, yo también, estar frente a las dos. Pero para que eso ocurra se necesita mucho más que buenas intenciones y un enorme trabajo personal. Entiendo que la idea de cuotas es rechazada en un país que le gusta pensarse a sí mismo como una meritocracia. La realidad es que si no imponemos porcentajes mínimos de género -como lo hacen en Finlandia- en los consejos de gobierno de las ciudades, en las comisiones estatales y en las secretarías a nivel nacional, será difícil romper con los prejuicios y las actuales desigualdades. Lo que nos falta es un sentido de urgencia y nuevas reglas que reflejen nuestra indignación.
Sophie, sí, algún día podrá ser la primera presidenta Latina de Estados Unidos. Pero antes tiene que haber muchas como ella que le vayan abriendo el camino. Como dijo la primera ministra Marin: “Eso no pasa por sí mismo”.