Regresar a México me llena de vida y, por alguna razón, siempre creo que voy a ver grandes cambios. Pero casi siempre me quedo esperando.
Tengo mi rutina para regresar. Mi primera parada, muchas veces, es para comprar unos Churrumais -frituras de maíz con limón y chile- o para comerme unos tacos al pastor. Eso me devuelve a mi adolescencia y al país que dejé. Me fui de México hace 33 años pero México no se ha ido de mí.
Mientras más tiempo paso fuera de México más aprecio lo que dejé. En mi última visita vi montones de familias, de la mano, paseando, regalándose frecuentes gestos de cariño. Los niños mexicanos son de los más apapachados y besados del mundo. Caí en comidas largas, sin prisa y con sobremesa, como si no hubiera nada más importante que hacer. En México la comida es un ritual en que el alma y la boca se entrelazan como sopa de fideos.
Lo que más me gusta de México son sus intangibles, esas cosas que no se pueden tocar pero que te alimentan por dentro. En México nunca me he sentido solo. En cambio, la vida en Estados Unidos puede ser muy solitaria para los inmigrantes, sobre todo en navidad y en días de fiesta.
Me gustan las fiestas mexicanas que rompen con la rutina -por algo le llaman “reventones”– y el uso del humor (en memes, caricaturas y albures) para balancear momentáneamente nuestras desigualdades. Criticar, sí, es una forma de querer a México.
Admiro esa sana y clara distancia del mexicano con sus gobernantes y con sus jefes. No les creen nada. Antes dudábamos del tlatoani azteca y de los virreyes españoles. Hoy dudamos del presidente y de los mirreyes (ese grupito de ricos y prepotentes que ahorcan al resto del país).
Después de tantos sexenios de abusos, escándalos y engaños, México se ha convertido en un país de incrédulos. Y a mí eso me parece muy saludable; todo cambio se inicia sospechando de la autoridad, de las tradiciones y de las conductas aprendidas.
Pero ¿viene el cambio? “En México nunca pasa nada”, me dijo un amigo y corresponsal extranjero afincado en el país hace varios años. Entiendo por qué lo dice. Más del 98 por ciento de los crímenes permanecen en la impunidad, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Pero en México sí están pasando cosas.
Pasan cosas -para robarme la frase del periodista colombiano Julio Sánchez Cristo- cuando muchísimos mexicanos ya no le creen a su presidente, Enrique Peña Nieto, y lo dicen en la calle y en las redes sociales. ¿Cómo creerle cuando él y su esposa le compran una casa de 7 millones de dólares a un contratista gubernamental?
Gracias a los llamados Papeles de Panamá, ahora sabemos que ese contratista -Juan Armando Hinojosa Cantú, dueño del grupo Higa- envió 100 millones de dólares de su fortuna en paraísos fiscales poco después que se inició la investigación de la Casa Blanca mexicana. (¿Habrá ahí algo que investigar don Virgilio?)
Pasan cosas en México cuando -con un diario pase de lista- no olvidamos a los 43 jóvenes de Ayotzinapa que el gobierno quiso desaparecer dos veces. ¿Cómo resaltar lo positivo cuando ha habido 52 mil muertes violentas en los últimos tres años y el de Peña Nieto podría ser el sexenio más violento de nuestra historia moderna? Veo con esperanza las denuncias y protestas de muchos mexicanos indignados y frustrados. El mensaje es claro: No nos vamos a dejar.
Algunos creían que esa indignación y frustración se convertiría en una pacífica rebelión ciudadana, obligaría a renunciar a altos funcionarios y daría un golpe de timón al país. Por ejemplo, el primer ministro de Islandia se apartó de su puesto por acusaciones de corrupción tras la publicación de los Papeles de Panamá. Pero en México todo sigue igual. Nadie renunció tras las denuncias de la Casa Blanca, ni de la fuga del Chapo, ni de las matanzas de Ayotzinapa y Tlatlaya.
Hay grandes cambios en Guatemala, Argentina, Brasil y Venezuela. Y millones de mexicanos se preguntan ¿cuándo nos toca a nosotros? Quizás nuestra fuerza radica más en resistir que en exigir. ¿Por qué no aceptar la creación de una Comisión Internacional contra la Impunidad en México, dependiente de Naciones Unidas, al igual como lo hicieron en Guatemala? Sería un buen primer paso.
Sí, ya sé. En México siempre da la impresión de que algo está a punto de reventar… y no revienta. Pero lo viejo y lo corrompido no acaban de morir. Por eso, hace varias primaveras que estamos esperando la primavera mexicana.