Opinión: La crisis permanente en la frontera

Por Jorge Ramos

Brownsville. Mientras escribo esto desde Texas, del otro lado de la frontera -en México- hay más de 60 mil migrantes esperando cruzar.

Vienen, en su mayoría, de los países más pobres, violentos, desiguales y golpeados de América Latina. Y con el fin del llamado Título 42 -un regla sanitaria que permitió las deportaciones exprés durante la pandemia- su esperanza es que muy pronto puedan entrar a Estados Unidos. No será fácil. Pero ya pasaron lo más difícil.

En Matamoros, Tamaulipas, apenas pasando el puente desde Brownsville, me encontré con familias de venezolanos que cruzaron la terriblemente lodosa y cruel selva del Darién en Panamá con niños en brazos. Hay que vivir con altísimos niveles de desesperación y angustia para atreverse a hacer algo así. Pero Matamoros, al igual que Ciudad Juárez, Tijuana y todas las poblaciones fronterizas en el norte de México, están llenas de desesperados.

Son los más vulnerables de los vulnerables. No tienen papeles, dinero y, a veces, ni zapatos con que seguir. Los vi dormir a la intemperie, en un campamento improvisado junto al río Bravo/Grande, entre montañas de basura, moscas y baños de plástico desbordados. Y sus niños, desorientados, jugando en el lodo y preguntando: ¿cuándo nos vamos de aquí?

Mucho se ha hablado de una nueva ola migratoria por el levantamiento el jueves pasado del Título 42, una decisión que venía desde la época de Trump. Pero, la verdad, es que esa marejada -surge, le dicen en inglés- comenzó en el 2021, cuando casi dos millones de personas cruzaron ilegalmente la frontera, y creció aún más en el 2022, con más de 2.7 millones haciendo lo mismo. Y este año pinta igual. O peor.

Ningún gobierno reciente -ni el de Biden, ni el de Trump, ni el de Obama- ha podido resolver el desorden y la improvisación que se vive en la frontera. Enviar mil 500 soldados (como hizo Biden hace poco), crear una aplicación (CBP1 que no funciona bien), y alinear en la frontera a miles de agentes migratorios y miembros de la Guardia Nacional, no va a resolver el problema de fondo. Es como tirar piedras a un río; nunca va a detener la corriente.

La realidad es que Estados Unidos tiene que hacerse a la idea de que es preciso aceptar a muchos más inmigrantes cada año. Y que es mejor hacerlo legalmente y con el debido proceso para refugiados y solicitantes de asilo. Actualmente Estados Unidos recibe alrededor de un millón de inmigrantes legales cada año. Esa cifra debería subir, al menos, al doble. Pero el problema es que no existe un sistema eficaz para procesar a tanta gente, ni la voluntad política en el congreso para hacerlo.

Entonces, tenemos que lidiar con esta crisis permanente en la frontera. No hay de otra.

Las cosas no van a mejorar pronto. Al contrario. A pesar de que el secretario de seguridad interna, Alejandro Mayorkas, ha dicho en repetidas ocasiones que la frontera no está abierta, lo que ven los migrantes en las redes sociales -y lo que escuchan de sus familiares y amigos que ya viven en Estados Unidos- es algo distinto. El mensaje es que es difícil cruzar pero no imposible.

Además, no tienen otra opción. La gran mayoría, una vez que salió, no está dispuesta a dar vuelta atrás. Quemaron las naves, vendieron todo lo que tenían, cerraron casas, se endeudaron hasta las uñas. El miedo, el hambre y el deseo de una vida mejor son más fuertes que cualquier frontera.

Las razones que expulsaron a estos migrantes de sus países son mucho más poderosas que cualquier obstáculo en la frontera entre México y Estados Unidos. Si cruzaron el Darién, ya nada parece infranqueable. Estos inmigrantes están huyendo de tres dictaduras en la región -Venezuela, Cuba y Nicaragua-, de terrible violencia en México (con más de 30 mil asesinatos el año pasado), de extrema pobreza en todo el hemisferio acrecentada por la pandemia, y de la región más desigual de todo el mundo. No es poca cosa.

El cálculo que hicieron es que quedarse era morir. Poco a poco. Y por eso se fueron.

Lo normal es que los más pobres y vulnerables busquen lugares más ricos y donde se sientan seguros. Eso ocurre en todo el planeta y, particularmente, en la frontera entre México y Estados Unidos. Y, más allá de los estereotipos, Estados Unidos sigue siendo muy atractivo. Es un imán. El desempleo es de apenas 3.4 por ciento, necesitan inmigrantes para la agricultura y los trabajos más difíciles, y tiene una larguísima historia de aceptación a los recién llegados (aunque al principio se queje y resista).

Es inútil tratar de sellar la frontera. Es imposible. Desde el fin de la guerra entre México y Estados Unidos en 1848 lo han tratado y nadie lo ha logrado. La naturaleza de esa impuesta línea divisoria es ser porosa, llena de huecos y fácil de saltar. Desde luego que hay soluciones, incluyendo un aumento de la migración legal y un gran acuerdo migratorio entre Estados Unidos y América Latina (como lo hizo la Unión Europea). Pero nadie se atreve a hablar de eso en Washington.

Así que seguiremos teniendo una crisis tras otra en la frontera. Como dicen en inglés: It’s the new normal.

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