La pregunta es fascinante. ¿Cuánta gente se necesita en una protesta para derrocar a un dictador? La politóloga de Harvard, Erica Chenoweth, calcula que se necesita, más o menos, que el 3.5 por ciento de la población de un país salga a protestar para acabar con una dictadura, según una entrevista que dio a la BBC.
También cree que un movimiento de protesta tiene el doble de posibilidades de tener éxito si no es violento. La violencia, dice, reduce el apoyo y simpatía de cualquier movimiento.
Pregunta: ¿Cuántos venezolanos tienen que salir a protestar pacíficamente a las calles para derrocar la dictadura de Nicolás Maduro? Con una población de 33 millones de habitantes se necesitaría que un millón 155 mil venezolanos salieran a exigir la salida de Maduro, si nos basamos en el cálculo de Chenoweth.
El artículo no especifica si tendrían que salir al mismo tiempo y en el mismo lugar o de manera escalonada y en todo el país. Pero la realidad es que ha habido múltiples protestas pacíficas contra Maduro desde la muerte de Hugo Chávez en marzo del 2013. Y Maduro sigue en el poder. Entonces ¿qué ha fallado en Venezuela? Que a los manifestantes los matan, los desaparecen, los encarcelan y los torturan. Eso es lo que ha pasado.
El nuevo reporte de 443 páginas del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas sobre Venezuela es un terrorífico manual de maldad y crueldad. Detalla con nombre y apellido los asesinatos, violaciones, mutilaciones y represiones que han sufrido quienes se han opuesto a la dictadura venezolana. Y acusa directamente a Maduro de saber de estas violaciones a los derechos humanos.
”Existen motivos razonables para creer que el Presidente tenía conocimiento de violaciones y crímenes, en particular las detenciones arbitrarias y los actos de tortura o tratos crueles, inhumanos y degradantes, incluidos los actos de violencia sexual”, dice el informe realizado con documentos y entrevistas confidenciales, ya sea en persona o con “conexiones seguras telefónicas o de video”.
Hay más contra Maduro: “Dada su posición de autoridad y control efectivo…tenía conocimiento de las violaciones cometidas contra militares disidentes, en particular, actos de tortura”.
Miles de venezolanos han sido asesinados por oponerse al régimen de Maduro. Sus muertes son reportadas como “resistencia a la autoridad” que, en realidad, es un eufemismo. Muchas de estas muertes han ocurrido durante manifestaciones o en operaciones para detener a disidentes. En el 2019 hubo 5 mil 286 muertes por “resistencia a la autoridad” y en el 2018 fueron 5 mil 287 los asesinatos, según un reporte del Observatorio Venezolano de la Violencia.Así es como la dictadura desaparece a sus opositores.
Pero antes los tortura. Un joven de 21 años, detenido tras una protesta en Valencia en el 2014, reportó que “mientras estaba en el suelo en posición fetal, un funcionario se le acercó por detrás mientras sostenía un rifle. Usó la punta del rifle para bajar la ropa interior…penetró el ano con la punta del rifle, causándole dolor extremo”.
Un sargento detenido en el 2019 luego de la publicación de un video en que militares pedían “el apoyo del pueblo de Venezuela (y que) salgan a las calles” sufre una terrible tortura. “Le golpearon con un bate y le dieron patadas, incluso en los testículos. Lo asfixiaron con una bolsa, lo electrocutaron en diferentes partes blandas de su cuerpo incluyendo detrás de las orejas y en los testículos…El sargento defecó y los oficiales lo obligaron a comer sus propias heces fecales”. Otros sargentos detenidos sufrieron actos similares, dice el reporte.
Agentes de los servicios de inteligencia (SEBIN) y de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) fueron acusados de tener relaciones sexuales con las detenidas, sin ningún tipo de protección. “Mujeres bajo custodia también enfrentaron riesgos adicionales de explotación sexual y sexo transaccional coercitivo”. Y la misión de Naciones Unidas confirmó la “violación sexual utilizando partes del cuerpo u objeto”.
Maduro, por supuesto, ha rechazado todas las acusaciones. En una entrevista en Caracas en febrero del 2019 lo confronté con las declaraciones de Hugo Carvajal, su exjefe de inteligencia, quien había dicho sobre Maduro: “Tú has matado a cientos de jóvenes en las calles por reclamar los derechos que tú les robaste”. Maduro, molesto, me dijo en la entrevista que “en Venezuela hay un estado de derecho” y que “nadie puede pretender acusarme a mí de delitos que jamás he cometido”.
Bueno, el extenso y detallado reporte de Naciones Unidas claramente establece que en Venezuela no hay un estado de derecho sino una dictadura. Sin libertades ni democracia. “El poder judicial se arrodilla ante el ejecutivo que dirige absolutamente todo”, cita el informe.
Y este es, precisamente, el contexto de las elecciones para la Asamblea Nacional el próximo diciembre. La oposición está más dividida que nunca. El líder opositor Henrique Capriles quiere participar. “El dilema es luchar o no luchar; y yo he decidido luchar”, reportó la BBC. Mientras que el presidente interino, Juan Guaidó quiere boicotear las elecciones porque no hay ninguna garantía de imparcialidad y transparencia.
La realidad es que las dictaduras, casi nunca, caen con votos. La naturaleza de todo dictador, como Maduro, es imponer su voluntad y quedarse en el poder lo más posible, utilizando todos los métodos, desde asesinato y tortura hasta fraude y corrupción.
Estados Unidos no va a invadir Venezuela. Ya lo dijo Elliot Abrams, el asesor del presidente Trump, que la oposición no debe esperar “soluciones mágicas”. La comisión de Naciones Unidas dio 65 recomendaciones, empezando por “realizar inmediatamente investigaciones rápidas, eficaces y exhaustivas”. Eso no va a ocurrir. Un dictador nunca se investiga a sí mismo. Entonces no queda más que seguir luchando y protestando desde dentro.
El costo, hasta el momento, ha sido altísimo. Pero si la investigadora Erica Chenoweth tiene razón, los venezolanos tarde o temprano terminarán con la dictadura de Maduro. Los números están de su lado.
Todo dictador cae. Pero no lo hace solito. Muchos tienen que empujarlo.