Opinión: Juan Pablo II, el santo cómplice

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La canonización de Juan Pablo II es un insulto y una afrenta para las miles de víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes católicos durante su papado (1987-2005).

Este nuevo “santo” ocultó y protegió a violadores sexuales de niños dentro de la iglesia católica. Pudo haber evitado muchísimos crímenes pero decidió no hacerlo.

Es muy difícil de entender la motivación del nuevo Papa, Jorge Mario Bergoglio, al continuar con la ceremonia de canonización de Juan Pablo II este 27 de abril. Hacer santo a un cómplice de tantos delitos no tiene nada de revolucionario. En este asunto el Papa Francisco ha sido muy tibio; no se ha atrevido a pasar de las palabras a acciones concretas.

No basta que hace solo unos días el Papa Francisco haya tomado responsabilidad por esta terrible crisis moral dentro de la iglesia. “Me siento obligado… a pedir perdón personalmente por el daño que (algunos sacerdotes) han hecho por haber abusado sexualmente de niños”, dijo. Lo que le faltó fue decir que entregaría a las autoridades civiles a los criminales sexuales que aún hay vestidos de sotana y que van a dejar de proteger a delincuentes. No se atrevió. Tampoco se atrevió a decir la verdad sobre Juan Pablo II. 

A Juan Pablo II lo hacen santo por, supuestamente, realizar dos milagros: curar de Parkinson a una monja francesa, Marie Simon-Pierre, y a Floribeth Mora, una costarricense que sufría de un aneurisma cerebral. Ellas dicen que le rezaron y que él, ya muerto, las curó.

Lástima que en vida Juan Pablo II no se preocupó tanto de los niños que violó su amigo y confidente, el perverso Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo. O de otros miles de menores de edad que fueron abusados sexualmente y con plena impunidad durante sus 27 años de pontificado. ¿Cómo puede ser santo alguien que permite esto?

Lo verdaderamente revolucionario por parte del Papa Francisco hubiera sido ser congruente con sus palabras -“la iglesia está al tanto de este daño”- y detener la canonización del principal cómplice de estos crímenes. Es imposible suponer que la política institucional de la iglesia de proteger y encubrir a sacerdotes violadores ocurrió a las espaldas de Juan Pablo II. Hay innumerables evidencias de estos hechos durante su pontificado.

Juan Pablo II, claramente, se puso del lado de los violadores y no de las víctimas. Entiendo que rezar es una cuestión de fe, algo que claramente no tengo. Pero no me imagino como alguien le puede rezar a una persona que, indirectamente, permitió que se destruyeran las vidas de tantos niños.

Sí, Juan Pablo II era muy carismático, políglota, extendió el alcance de la iglesia, contribuyó a la caída de la Unión Soviética y se resistió a todo tipo de cambios doctrinales. Pero uno de los temas centrales de su papado -la protección de niños de abuso sexual- fue un verdadero y vergonzoso fracaso.

Sospecho que no se puede desantificar a un santo. Pero es preciso lloverle a la fiesta de Juan Pablo II para que su patética falta de acción no se vuelva a repetir.

Quiero creer que el Papa Francisco conoce de verdad el terrible legado de abuso sexual que dejó Juan Pablo II -hay miles de casos y pruebas penales- y que prefirió no echarse por ahora esa bronca. Claro, en el Vaticano también hay politiquería. Aunque sospecho que tarde o temprano le morderá (y remorderá) su evidente tibieza en este crucial asunto. El Papa Francisco, quiero creer, jamás guardaría el silencio criminal que mantuvo Juan Pablo II.

La infalibilidad papal es un chiste. Juan Pablo II se equivocó al proteger a criminales y el Papa Francisco también al hacerlo santo. ¿Santo? No. Juan Pablo II será recordado por miles de víctimas de abuso por parte de sacerdotes como el santo cómplice de los violadores sexuales.

 

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