Opinión: Hay calores que matan

Por Jorge RAMOS

Un niño de tres años murió dentro de un auto. ¿Causa de muerte? Calor excesivo.

Esto ocurrió hace unos días muy cerca de mi casa en Miami. Lo encontraron casi a las cuatro de la tarde, cuando la sensación térmica era de 101 grados Fahrenheit (38o C). El padre, aparentemente, se descuidó y lo dejo en el auto, según reportó CNN. Esto es una verdadera tragedia. La Policía no presentará cargos contra el padre.

Es el décimo niño que muere este año dentro de un auto debido a las altas temperaturas. En promedio, 38 niños mueren anualmente en Estados Unidos en circunstancias similares.

El calor es un asesino silencioso.

Hace poco tuve que ir a San Antonio, Texas, a cubrir la muerte de 53 inmigrantes dentro de un tráiler. El chofer, según su testimonio, no se dio cuenta que el aire acondicionado no estaba funcionando en la parte posterior del camión. Cálculos extraoficiales indican que la temperatura ese lunes dentro del tráiler pudo alcanzar los 125 grados Fahrenheit (51o  C). Así es casi imposible sobrevivir.

Morir de calor es cada vez más frecuente. El planeta está sobrecalentado este verano y en todos lados se están rompiendo récords de altas temperaturas. Estos últimos días las redes sociales son un compendio de masivas calenturas: la fría Londres es uno de los hornos más candentes del planeta y esta semana registró la temperatura más alta de su historia; hay cientos de muertos por la ola de calor en España y Portugal, además de varios incendios sin control; China tiene ciudades en el norte con 104 grados Fahrenheit (40o C) e inundaciones en el sur; Monterrey sufre una sequía extrema y a sus presas apenas les queda cinco por ciento de agua; Phoenix, Arizona, que un día de junio de 1990 registró 120 grados (48o  C) a las dos de la tarde, tiene muchos días con temperaturas peligrosas que impiden salir a la calle; nadie se salva.

Con los mares tan calientes, me temo una amenazante temporada de huracanes. Lo que dan ganas estos días es irse al sur del ecuador, al invierno de Chile, Argentina o Australia.

Las olas de calor no se ven como los tornados, tsunamis o huracanes. Pero últimamente son tan intensas y peligrosas que la ciudad de Sevilla en España y varias organizaciones científicas han decidido ponerles nombres. Las olas de calor que alcancen categoría 3 -dependiendo de la temperatura, humedad, frecuencia y otros factores como el viento- tendrán los siguientes nombres: Zoe, Yago, Xenia, Wenceslao y Vega.

Hay otras ciudades -Los Ángeles, Melbourne, Atenas…- que están considerando implementar medidas similares a las de Sevilla. Y la alcaldesa Daniella Levine-Cava del condado Miami-Dade, donde vivo hace tres décadas, estableció este año la primera Heat Season para concientizar sobre los peligros del calor de mayo a octubre. De cuatro temporadas, aquí hemos pasado a dos: calor y mucho calor.

A veces, me da pena decirlo, utilizo el húmedo calor de Miami para obtener ventajas deportivas. Mi amigo Borja Echeverría siempre me gana en el tenis. En Madrid me destroza. Pero cuando viene a Miami sufre cada punto y mientras más alargo el partido, ante un sol abrasador, más posibilidades tengo de ganarle un set.

Reconozco que el aire acondicionado me molesta mucho. No lo aguanto. Prefiero sudar en la noche y abrir las ventanas del auto que ponerlo. Su ruido es tan molesto como el de un mosquito cerca del oído y no hay nada más incómodo que llegar en pleno verano a un lugar congelado. Tiendas, cines, restaurantes…son mi infierno helado. Mis mayores peleas familiares -lo confieso- son por el aire acondicionado; cuando yo paso por un termostato lo subo o lo apago mientras el resto de la familia lo vuelve a prender y a bajar. Y en la oficina, donde ponen el aire como si fuera Alaska, me verán con suéter casi todo el día. Crecí en la Ciudad de México sin aire acondicionado, donde el frío o el calor se regulan como en cualquier altiplano, poniéndose y quitándose capas de ropa.

Pero estos últimos días, igual en Europa que en América, ni un radical anti-AC como yo puede aguantar placenteramente los estragos del cambio climático. Estamos reventando al planeta.

Negar el cambio climático por nuestra culpa es tan absurdo e ignorante como decir que Donald Trump ganó las pasadas elecciones presidenciales en Estados Unidos. “Estamos experimentando un rápido calentamiento (del planeta) debido a actividades humanas, como la quema de combustibles que desprenden gases a la atmósfera”, ha concluido un reporte de Naciones Unidas. La década del 2010 al 2019 es la más caliente de la historia. Y no estamos en camino de cumplir las promesas del Acuerdo de París para evitar que el planeta se caliente más de 1.5 grados centígrados por arriba de la época pre-industrial. Si pasamos ese límite, las consecuencias serán desastrosas.

Y ya lo estamos viendo. Más olas de calor, más tormentas y huracanes, más climas extremos, más sequías e inundaciones, más glaciares derretidos con un aumento de los niveles del mar; más de todo y más intenso.

“Ahora o nunca”, concluye el último reporte de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Pero la inacción de muchos gobiernos parecería decir que hemos escogido colectivamente el “nunca”. La alternativa es clara, según las palabras del Secretario General de la ONU, António Guterres: “Podemos escoger la acción o el suicidio colectivo”.

Hay calores que matan. Las muertes por las altas temperaturas han pasado de lo anecdótico a convertirse en noticia mundial. Si las cosas siguen así, un cálculo del Atlantic Council pronostica que, solo en Estados Unidos, morirán 59 mil personas en el 2050 por el calor extremo. Y afectará desproporcionalmente a los más pobres y a las minorías.

De pronto, ese plácido verano post-pandémico que tanto estábamos esperando, nunca llegó. La pandemia sigue aquí, el calor literalmente nos está sofocando y aún quedan dos meses para el otoño.

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