Hay muchas cosas que cambian en la vida. Pero durante casi 30 años yo tuve una certeza: de lunes a viernes, en punto de las 6 y 30 de la noche, me sentaría junto a María Elena Salinas para conducir, juntos, el Noticiero Univision. Aunque el mundo se estuviera cayendo, ahí estaría ella.
Y especialmente en esos días en que parecía que el mundo se estaba cayendo, no había nadie más confiable que María Elena para estar a su lado. No exagero al decir que está obsesionada con los datos y con la verdad. Los que trabajamos con ella sabemos perfectamente cuando algo le brinca.
Hace poco, luego que ella anunciara que dejaba el noticiero y Univision, leí una nota en el teleprónter y luego nos fuimos a comerciales. Ella aprovechó los dos minutos de pausa para contarme que se había pasado un par de horas en la madrugada investigando esa noticia y que debimos haberla presentado de otra manera. Por supuesto, tenía razón. Así es María Elena. Hasta en sus últimos días en el noticiero se aseguraba de que todo lo que dijéramos fuera cierto.
María Elena y yo nos poníamos al día en los comerciales. Quienes nos han escuchado -y estoy seguro que lo han hecho a escondidas en la sala de control porque siempre llevamos los micrófonos puestos en el set de televisión- saben que hablábamos de todo. Vivimos juntos el nacimiento de sus hijas Julia y Gabriela y de mis hijos Paola y Nicolás, la muerte de su mamá y de mi papá, la difícil investigación sobre la vida de su padre (que en un momento dado fue sacerdote), divorcios y nuevas relaciones, varios cambios de dueños de Univision, y un montón de noticias que han sacudido al planeta. Y a pesar de todo, seguimos juntos.
El secreto de esta convivencia, creo, fue la igualdad y el respeto que siempre nos tuvimos. Desde el primer día en que trabajamos juntos, por ahí de 1988, nos pusimos de acuerdo en lo esencial: ella se sentaría a la derecha de la pantalla y yo a la izquierda, ella prefería las copias del guión de un color y yo de otro, ella comenzaba un día el noticiero y yo el siguiente y, en la medida de lo posible, nos repartiríamos las entrevistas, los viajes y los reportajes más importantes. La fórmula funcionó.
A pesar de todo, algo nos faltó: tiempo.
María Elena, sobra decirlo, es una gran reportera. Igual entrevistó al dictador Augusto Pinochet cuando ejercía todo su brutal poder en Chile que se metió hasta Bagdad en el momento más peligroso de la guerra en Iraq. Pero creo que no violó ningún secreto al decir que ella siempre quiso pasar más tiempo con sus hijas (al igual que yo con los míos). El periodismo es una maravillosa profesión que te permite vivir muy intensamente, ser testigo de la historia y ayudar a otros. Pero te lo cobra en grande al perderte aniversarios, cumpleaños, vacaciones, horas de sueño, fines de semana y tiempo con los que más quieres. Esta no es una profesión para gente normal.
Si algo la caracteriza es esa convicción de que puede hacer cualquier cosa. Nadie le regaló nada. Está hecha de puro esfuerzo. Es latina y mexicana, las dos cosas; nació en Los Angeles pero nunca se olvidó de inmigrantes como sus padres. María Elena siempre ha evitado ser noticia y protege al máximo su vida privada. Por eso pocos saben que medio centenar de estudiantes han podido ir a la universidad gracias a una beca que lleva su nombre. Ahora que tiene un poco más, lo reparte.
No es raro que, de pronto, se eche una carcajada. Se ríe muy rico. María Elena siempre fue más fiestera que yo. Le gusta gritar al aire “It’s Friday!” cuando llega el fin de la semana y maneja su auto mucho más rápido de lo que yo jamás me atrevería para llegar del estudio de televisión al primer evento de la noche.
María Elena fue una de las primeras personas que me dio la bienvenida cuando empecé a trabajar como reportero local en la estación de Univision en Los Angeles en 1984. Me decía “Ramitos” y yo a ella “Salinas”. Nada cambió cuando empezamos a hacer juntos el noticiero a nivel nacional. Solo dejamos California para irnos a vivir a Miami. Y llevamos tantos años como pareja al aire que algunas veces la gente se confunde y me llama Jorge Salinas. Eso siempre me divierte.
Sabía que, tarde o temprano, tendría que escribir esta columna. Pero me resistí hasta el último momento.
Una larga noche en Filadelfia, a finales de julio del 2016, me dijo al llegar al hotel: “Esta va a ser nuestra última convención juntos.” Hablamos sin reservas en uno de los pasillos y pensé que, quizás, estaba muy cansada, que extrañaba a sus hijas universitarias y reconsideraría. Pero no fue así. Tras la elección de Donald Trump, me volvió a decir: “Esta es nuestra última elección presidencial.” Y luego lo repitió el pasado 20 de enero: “Está será nuestra última cobertura de una inauguración de un presidente.” Y así fue.
María Elena, ahora lo entiendo, se estaba despidiendo.
Poco a poco.
Dudo, sinceramente, que María Elena se vaya a retirar. Creo que no sabe cómo y nos debe, todavía, muchas noticias. Sin embargo, sabe que (como a mí) nos queda una sola reinvención y la quiere aprovechar al máximo. Seguirá con su programa en inglés en el canal Investigation Discovery y, ya sin prisas, nos dará otras sorpresas.
Yo quería regalarle algo especial. Pero me conoce tan bien que solo algo escrito, como esto, le puede llegar. Tengo que agradecerle que me haya aguantado todos estos años. Nadie, nunca, lo ha hecho cómo ella y por tanto tiempo.
María Elena se va como una ganadora. Con ella en la pantalla, el Noticiero Univision siempre ha sido el más visto de la televisión en español de los Estados Unidos. Y se va a su manera y en sus propios tiempos. Típico María Elena.