Opinión: Fuera el ejército de las calles

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El presidente de México dijo hace poco que el país no era un infierno. Pero sí lo es para quienes vivieron en Jalisco, Guanajuato, Chihuahua, Baja California, Veracruz y otros estados una reciente ola de violencia.

Los asesinatos y secuestros, la quema de vehículos, los ataques a tiendas de autoservicios y los narcobloqueos no son una invención o una exageración. Son, tristemente, la crónica diaria del país.

En México la violencia es lo normal.

Nos hemos acostumbrado tanto a estos hechos violentos que hasta Andrés Manuel López Obrador repite constantemente que “vamos bien”. Y no es cierto. ¿Cómo puedes decir que “vamos bien” cuando te están asesinando a 88 personas, en promedio, cada día?

Lo que pasa es que los cantos de sirena que escucha Andrés Manuel López Obrador por parte de colaboradores y de algunos comunicadores no reflejan la violenta realidad del país. En Palacio Nacional no se oyen las ametralladoras, ni los gritos de auxilio de las víctimas de secuestro y feminicidio, ni ese brutal silencio de los más de 100 mil desaparecidos. En la burbuja del palacio, México es un país feliz, feliz, feliz.

En estos días el gobierno de López Obrador se va a convertir en el más violento en la historia moderna del país. Más de 120 mil mexicanos han sido asesinados desde la toma de posesión de AMLO el primero de diciembre del 2018 hasta finales de junio de este 2022. Estos son datos oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública y del INEGI. No hay otros.

Estas cifras son casi las mismas que los 121 mil homicidios dolosos ocurridos durante todo el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012) o los 124 mil asesinatos realizados durante los seis años de gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018). Ahora, a finales de agosto, el gobierno de López Obrador va a superar esos catastróficos números. La terrible ironía es que cuando México esté celebrando las fiestas de la independencia en septiembre, van a entrar las cifras oficiales de muertos. Y van a ser las peores desde la revolución y la guerra cristera.

El presidente siempre tiene otros datos, y en las mañaneras él y sus asesores hacen malabarismo estadístico para mostrar cómo se han reducido mínimamente los homicidios dolosos. Eso es cierto. Pero las cifras de muertos son tan altas -insisto, pronto serán mucho más altas que las de los gobiernos de Calderón y Peña Nieto- que presumir de éxito en la estrategia de criminalidad es absurdo. Y falso.

Los militares no van a traer la paz a México.

La rápida y masiva militarización del país es una amenaza para la joven y vulnerable democracia mexicana y para el control civil del país. Además, ni siquiera ha dado resultados en la lucha contra el crimen. Ahí están los datos duros. El traspaso de la Guardia Nacional (que nunca fue de carácter o mando civil) a la Secretaría de la Defensa solo va a añadir botas y rifles a una institución que debe regresar a los cuarteles. Ese es su lugar en una democracia. No las calles.

Y esto es importante: sí puede haber una salida de esta crisis sin los militares.

“El despliegue de las fuerzas armadas mexicanas en tareas policiales durante la última década y media ha provocado graves violaciones a los derechos humanos y ha fracasado como estrategia para controlar la violencia criminal”, concluye WOLA, una organización de defensa de los derechos humanos basada en Washington D.C. Ellos abogan por un modelo de seguridad en México “basado en la construcción de instituciones sólidas y la rendición de cuentas, en vez de la militarización”.

Los soldados no pueden ni deben ser la policía de México. Y menos con un grave historial que va desde la matanza de Tlatelolco en 1968 hasta la masacre de Tlatlaya en 2014, por mencionar solo dos casos. Creo que el ejército, en cualquier país, debe estar siempre bajo un mando civil y no involucrarse en política ni en el control de la criminalidad.

En una vieja entrevista de mayo del 2017, le pregunté a López Obrador -quien aún no anunciaba su oficialmente su candidatura presidencial- si él regresaría “el ejército a los cuarteles”. Y no quiso contestar. Solo agregó que aplicaría una política de seguridad que atendiera las causas de la delincuencia.

-“¿Y no va a haber 80 mil, 100 mil muertos con usted?” le pregunté.

-“No, no, no, no”, me dijo cuatro veces.

Tuvo razón y me quedé corto. No serían 80 mil o 100 mil muertos. Ya van 120 mil y contando.

Controlar la violencia en México no es un trabajo fácil. Pero más de 30 millones de mexicanos votaron por AMLO porque creían que él podría encontrar una solución al problema. No ha sido así. La militarización de México no ha tenido buenos resultados y pone en peligro a un país que durante 71 años sufrió regímenes autoritarios.

Tras casi cuatro años de intentos fallidos, hay que tener la honestidad y la fuerza para reconocer que la estrategia de seguridad (de “abrazos, no balazos”) no está funcionando. Y cambiar.

Los infiernos -y el vacío de autoridad- en distintas partes del país lo dicen todo. Los muertos, y es algo que no admite la menor duda, nunca se pueden ocultar.

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