Por Jorge RAMOS
Estados Unidos, bajo el presidente Donald Trump, me recuerda tanto ese juego infantil en que dos equipos jalan los extremos de una cuerda.
Tug of war le llaman en inglés. La traducción literal sería algo así como el jaloneo de la muerte. Casi nunca hay empate y el propósito del juego es que el equipo contrario ceda o se cruce a tu lado. El problema es que en Estados Unidos esto no es un juego y hay muchas vidas de por medio.
Está claro que Trump no gobierna para todos. Solo lo hace para un grupito: los casi 63 millones que votaron por él. Pero más de 65 millones votaron en su contra y no hay ninguna indicación que esos votantes estén cambiando de bando. Al contrario. Las diferencias son cada vez más patentes y dolorosas.
El congreso en Washington está paralizado. No hay ninguna ley con apoyo bipartidista. Eso lo que significa es que cualquier cambio se tiene que dar por la fuerza, ya sea por una orden presidencial o por una decisión de la Corte Suprema de Justicia.
Hasta la principal corte del país -bastión de la civilidad estadounidense y una de las instituciones más respetadas- tiene graves divisiones. La reciente decisión (con un voto de 5 a 4) que le permite a Trump prohibir la entrada de ciertos musulmanes a Estados Unidos, recibió un fuerte rechazo de la jueza Sonia Sotomayor. Se trata de un “avasallador ataque contra la religión musulmana y sus seguidores,” dijo. Pero de nada sirvió su argumento.
Prohibir la entrada de personas por su religión o por su lugar de nacimiento es, simplemente, discriminación. La política oficial de Estados Unidos es rechazar a los que son distintos (aunque se vista como una medida antiterrorista).
Los seguidores de Trump están muy nerviosos. El color del país está cambiando. Para el 2044 todos seremos parte de una minoría. Pero para acrecentar esta ansiedad demográfica, les han vendido el cuento de que el país está siendo invadido por inmigrantes, cosa que es absolutamente falsa. No hay ninguna invasión; el número de indocumentados se ha mantenido estable en 11 millones por una década. Pero la narrativa oficial para reforzar ese miedo ha sido cruel y despiadada.
Jamás me imaginé que Estados Unidos separaría a miles de niños de sus padres para desalentar la inmigración indocumentada. ¿Qué culpa tienen esos niños? Las imágenes de menores de edad, solos y en jaulas, son de horror. Y las grabaciones de sus sollozos rompen el corazón. Todo para sugerir que Estados Unidos se vio obligado a imponer estas políticas para evitar que lleguen más pandilleros, violadores y traficantes.
Mientras todo esto ocurre, la resistencia a Trump y sus políticas crece. En el otro extremo tenemos a los sobrevivientes de la masacre escolar en Parkland, Florida, obligando a cambiar el debate sobre la posesión de armas de fuego y a los Dreamers presionando para cambiar las política migratoria de Estados Unidos.
En Brownsville, Texas, hace poco, se reunieron activistas de todo el país para apoyar a los niños que habían sido separados de sus padres y para informarle al resto del país que no, que en las poblaciones fronterizas no se ha colado la narcoviolencia que impera en México.
Y así hemos llegado a este increíble momento en que muchos padres están educando a sus hijos para NO ser como el presidente de Estados Unidos. Bajo el radar, están surgiendo nuevos líderes y figuras de oposición. Alexandria Ocasio-Cortez, de solo 28 años, se ha convertido -literalmente de la noche a la mañana- en una de las mayores esperanzas del partido Demócrata (y de cambio en un país donde pocos confían en los partidos políticos). Ella y una nueva generación de activistas y organizadores sociales han entendido que no basta con estar en contra de Trump. Es necesario hacer propuestas muy concretas para que la gente viva mejor.
Al final de cuentas, un presidente que insulta, que hace comentarios racistas, que se burla de personas con discapacidad, que miente, que separa a bebés de sus mamás y que enjaula a familias, no puede unir a un país. Al contrario, él es el principal motivo de desunión y conflicto. Los extremos jalan para su lado y no parece haber ninguna posibilidad de consenso.
Estamos viviendo en los Estados (Des)unidos de Donald Trump.