Por Jorge RAMOS
Algo salió mal, muy mal.
Se suponía que el 2021 iba a ser el año en que íbamos a controlar el coronavirus con las vacunas y que este sería un “verano de alegría” en Estados Unidos.
Debido a sus enormes posibilidades económicas, se pudieron comprar millones de vacunas para toda la población. Pero no contábamos con nuestra propia ignorancia y terquedad: hay mucha gente que se puede vacunar y no lo hace. Y hoy la pandemia ha resurgido entre los no vacunados.
No hace mucho, a principios de junio, el presidente Joe Biden sonaba muy optimista. “Estados Unidos va a tener un verano dramáticamente distinto al que tuvimos el año pasado”, dijo en un discurso desde la Casa Blanca. “Un verano de libertad. Un verano alegre. Un verano de reuniones y celebraciones. Un verano que se merece este país después del oscuro invierno que todos tuvimos que aguantar”.
El optimismo de Biden se sentía en todo el país. El diario The New York Times envió a 40 fotógrafos y 9 reporteros por la ciudad de Nueva York, entre mayo y julio, para registrar el regreso de la vida nocturna y en las calles. Son escenas de cientos de personas bailando en clubes, reunidos alegremente en bares y restaurantes, o apretujados en el asiento trasero de un Uber. Todos sonriendo y sin máscaras.
Y luego el optimismo nos reventó en la cara.
¿Qué fue lo que pasó? Le pregunté a la doctora Rochelle Walensky, la directora de los Centros para el Control de las Enfermedades y una de las asesoras médicas de la Casa Blanca. “Varias cosas pasaron”, me dijo. “La primera es que mucha gente no se vacunó y lo teníamos que hacer. Teníamos la esperanza de que más vacunas se iban a administrar en ciertas comunidades y eso no pasó. Y lo segundo que ocurrió fue la variante Delta. Esta es una variante del virus que es mucho más contagiosa que las otras variantes. Y en las áreas donde no pusimos muchas vacunas, este virus -que es muy oportunista- se fue para allá”.
Es increíble que, a pesar de que sobran las vacunas en Estados Unidos, en agosto tuvimos más nuevos casos de covid que el año pasado. Un ejemplo. El 10 de agosto del 2020 se reportaron 47 mil173 nuevos casos. Pero el 10 de agosto de este año los nuevos casos fueron 118 mil 067. Esto es un aumento del 86 por ciento en las últimas dos semanas.
Como lo dijo el doctor Anthony Fauci, el principal asesor de salud del presidente Biden, se trata de “una pandemia entre los no vacunados”. ¿Cuál es el problema? Que sólo el 50 por ciento de la población de Estados Unidos se ha vacunado (o el 61 por ciento de los mayores de 18 años).
Entiendo cuando la pandemia se extiende en un país que no tiene acceso a las vacunas. Pero es imperdonable que Estados Unidos -la principal potencia económica a nivel mundial que acaba de aprobar totalmente el uso de la vacuna de Pfizer- esté sufriendo una nueva ola de la pandemia debido a gente que no se quiere vacunar.
La desinformación mata.
Las redes sociales están plagadas de mentiras y de estupideces sobre las vacunas. No es cierto que te van a meter un chip en el cuerpo con la vacuna. No es cierto que la vacuna es más peligrosa que el covid. No es cierto que el coronavirus no afecta a los más jóvenes. No es cierto que esta es una conspiración internacional para controlar nuestras mentes. Y muchos de los que se creen estas tonterías están terminando contagiados e intubados en las salas de emergencia de los hospitales del país.
Sólo las vacunas, el uso de máscaras y la distancia social, entre otras medidas, pueden evitar la propagación de esta enfermedad. Eso es lo que dice la ciencia. “El uso de máscaras debe ser parte de una estrategia para suprimir la transmisión (del coronavirus) y salvar vidas”, asegura la Organización Mundial de la Salud.
Pero yendo contra las más básicas prácticas de higiene y salud pública en medio de una pandemia, el gobernador de la Florida, Ron DeSantis, firmó una orden ejecutiva que le prohíbe a las escuelas del estado obligar a sus estudiantes el uso de mascarillas. “El gobierno federal no tiene ningún derecho de decirle a los padres que sus hijos tienen que usar mascarillas todos los días si quieren ir a clases presenciales”, dijo DeSantis.
Las clases en Estados Unidos ya comenzaron y varias escuelas, desafiando al gobernador, están obligando a sus estudiantes a usar mascarillas. Y la razón es sencilla: los niños menores de 12 años todavía no se pueden vacunar. El debate propiciado por el gobernador DeSantis de la Florida, donde vivo, tiene más que ver con sus posibles aspiraciones presidenciales que con lo que dice la medicina.
Hay quienes han tratado de convertir las vacunas y las mascarillas en un asunto de libertad individual. Pero no lo es. En ciertos casos, por el bien y la salud pública, los gobiernos imponen medidas a los ciudadanos; como el uso de una licencia de manejar y el cinturón de seguridad para evitar accidentes, o las revisiones de seguridad en los aeropuertos para evitar actos terroristas.
Y hay compañías en Estados Unidos que ya están obligando a sus empleados a vacunarse o a ser sometidos a frecuentes pruebas de covid si quieren ir a la oficina o al lugar de empleo. El gobierno federal y el ejército también exige vacunación -o pruebas frecuentes- para ir a trabajar.
“Déjenme ser muy clara”, me dijo la doctora Walensky. “Esto no tiene nada que ver con la política… No me importa por quién votaste y al virus tampoco. Así que nuestra recomendación es usar un cubrebocas si no te has vacunado”.
Lo más triste es que este verano podríamos haber vencido la pandemia en Estados Unidos. De hecho, por unas semanas, parecía que lo habíamos logrado. Pero nosotros mismos -por ignorancia, desinformación y motivaciones políticas- lo echamos todo a perder. ¿Cuántos países quisieran tener tantas vacunas disponibles como las tenemos aquí?
El “verano de la libertad y la alegría” se ha convertido en una etapa más de contagios, muertes y desilusión.
Es nuestra culpa.