Opinión: El Tiburón y yo

Por Jorge Ramos

Júpiter, Florida. Primero la buena noticia: nadé junto a un tiburón y no pasó nada. Ahora, la mala: cada año matan alrededor de 100 millones de tiburones y, al hacerlo, está disminuyendo peligrosamente su población a nivel mundial.

El plan era muy sencillo. Queríamos hacer un reportaje sobre los mitos que hay en torno a los tiburones y nuestra guía sería la activista Julie Enderson, quien ha dedicado los últimos 15 años de su vida a denunciar la caza de este magnífico y amenazado depredador marino. Julie, fundadora de la organización Shark Angels, es una de las más efectivas publirrelacionistas que podrían tener los tiburones. Hay que tratarlos con “respeto”, me dijo. Y no te preocupes, aseguró: “No somos parte de su menú”.

Llegamos a la población costera de Júpiter, en el sur de la Florida -una hora al norte de Miami- donde varias compañías llevan todos los días a turistas a nadar con tiburones. Es menos arriesgado de lo que parece. Si los tiburones se comieran a sus clientes, este negocio no hubiera sobrevivido por mucho tiempo.

Pero había un problema. La noche anterior a nuestro viaje hubo una poderosa tormenta que alejó a los inofensivos tiburones limón que íbamos a filmar. Los buscamos un par de horas y no encontramos ninguno. El capitán se fue a aguas más profundas y luego, sin dudarlo, nos dijo: “Aquí van a encontrar tiburones.” La sangre de un pedazo de pescado fresco era la carnada perfecta.

Brinqué al agua con visor y aletas, y seguí a Julie. A pesar de los bondades que me había contado sobre los tiburones -no te van a atacar- y sus instrucciones -no los toques- tenía miedo de encontrarme, a solas, con un tiburón en pleno océano Atlántico. Y tal y como había dicho el capitán, a los pocos minutos apareció un tiburón. Venía del fondo, en dirección a la carnada que flotaba dentro de una caja de plástico. Pero no era lo que yo esperaba. Era un tiburón toro de 10 pies de largo (unos tres metros) y, según recordaba de mi investigación, uno de los más peligrosos que existen.

Me quedé casi paralizado, flotando en la superficie, pero sin perderle la vista al tiburón. En cambio Julie tomó una bocanada de aire, se sumergió sin esfuerzo y suavemente se acercó al tiburón. Los dos se reconocieron y, con cierta armonía, nadaron en círculos por unos segundos hasta que el animal gris oscuro desapareció.

Eso fue todo. Ya en el barco y sin nervios agradecí el sol de la tarde y el brevísimo encuentro con el tiburón. (Aquí está el reportaje que filmamos https://bit.ly/2xgHn24)

Pero me quedo con esto. Los tiburones necesitan un cambio de imagen. La película Jaws (1975) hizo un daño terrible a los tiburones, presentándolos como brutales asesinos que atacaban sin provocación. Esa distorsionada reputación se ha extendido por los exagerados reportes de las noticias locales cada vez que hay un incidente con un tiburón.

La realidad es muy distinta. En el 2018 solo cinco personas murieron en todo el mundo por ataques de tiburones, según el detallado reporte -International Shark Attack File- que lleva Museo de Historia Natural de la Florida. Y únicamente se reportaron 66 ataques no provocados. Estos números son muy parecidos a los de otros años.

En cambio, los seres humanos matamos en promedio a 100 millones de tiburones cada año. ¿Por qué? Por sus aletas. En Asia existe la equivocada idea de que la sopa de aleta de tiburón tiene cualidades medicinales, da energía y puede, incluso, ayudar contra el cáncer. Todo falso. A pesar de eso, las aletas de tiburón se cotizan a unos 600 dólares el kilo.

La tragedia de los tiburones es gigantesca. El estudio más completo, realizado por el británico Journal of Marine Policy, da un rango de 63 millones hasta 273 millones de tiburones sacrificados anualmente. Cada año desaparece el 6.4 por ciento de todos los tiburones, un porcentaje superior al de su capacidad de reproducción -4.9 por ciento anualmente. A este ritmo, nos vamos a quedar sin tiburones en menos de un siglo.

 

En el imaginario popular los seres humanos le tenemos miedo a los tiburones. Debería ser al revés. Por cada ser humano que ellos matan, nosotros asesinamos aproximadamente a 20 millones de tiburones. Los verdaderamente peligrosos somos nosotros.

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