Por Jorge Ramos
Detrás de la “gran mentira” hay un experto en el arte de mentir. La “gran mentira” es la falsa idea de que Joe Biden no es el presidente legítimo de Estados Unidos. Y el señor de las mentiras es Donald Trump, quien ha impulsado esa idea.
Desde que Trump perdió incuestionablemente las elecciones presidenciales el 3 de noviembre del 2020, se la ha pasado mintiendo. “La realidad es que ganamos la elección presidencial”, dijo pocos días después, “y ganamos en grande”. La realidad es que perdió en grande. Biden obtuvo 306 votos electorales contra solo 232 de Trump; y hasta en el voto popular Biden le ganó (81 millones de votos contra 74 millones).
Trump nunca deja que la realidad afecte sus innumerables mentiras. Cuando Trump comenzó su presidencia, mentía seis veces al día, según el conteo del periódico The Washington Post. Pero ya en su cuarto año mentía, en promedio, 39 veces diarias. Al final de su presidencia Trump dijo 30 mil 573 mentiras o datos falsos. Sería difícil encontrar en todo el mundo a un presidente o político que cuantitativamente dijera más falsedades.
El problema es que algunas de las mentiras de Trump son muy peligrosas. Como decir que él ganó las pasadas elecciones presidenciales y que hubo un fraude a gran escala. Esa “gran mentira” afecta seriamente al sistema democrático en Estados Unidos. Uno de los grandes orgullos de la democracia estadounidense era que, por más de dos siglos, había existido una transferencia pacífica del poder de un presidente a otro. Hasta que llegó Trump.
El ataque al Capitolio en Washington el pasado 6 de enero del 2021 fue una seria amenaza a ese traspaso de poder. Trump incitó a sus simpatizantes a ir al edificio del Congreso, donde se estaban certificando los resultados de las elecciones. “Si no pelean como si estuvieran en el infierno, se van a quedar sin país”, les dijo. Y fueron. Más de dos mil personas se metieron por la fuerza al edificio y cinco murieron durante o después del ataque.
Al final, el sistema funcionó y Trump no se quedó en la presidencia. Pero nunca ha reconocido públicamente que perdió esas elecciones. Y sigue mintiendo.
Trump “estaba separado de la realidad” y no tenía ningún interés “por datos reales”, dijo el entonces procurador general, William Barr, ante un comité del Congreso que investiga el ataque al Capitolio y las acciones de Trump. Barr agregó que las teorías de conspiración en las que creía el expresidente -como la de un supuesto fraude con las máquinas que reciben los votos- “no tenían ningún sentido” y eran “una cosa loca”.
Incluso la misma hija de Trump, Ivanka, reconoció en esas audiencias que su papá había perdido la elección. “Respeto al procurador Barr y acepté lo que él estaba diciendo”, testificó. Pero Trump no lo ha aceptado. Incluso en su sitio de internet, Trump dijo que su hija Ivanka “no había estado involucrada en estudiar los resultados de las elecciones”. Trump no tiene límites; ni con su propia familia. Luego el exmandatario publicaría una carta de 12 páginas respondiendo a las serias acusaciones en las audiencias congresionales e insistiendo, falsamente, que él había ganado la elección.
“Mentir es una característica central de la vida”, escribe el profesor Paul Ekman en su libro Telling Lies. Es posible -nunca lo sabremos- que Trump se crea sus propias mentiras. Aún si fuera así, está diciendo algo que no es cierto y que pudiera tener terribles consecuencias para el país. Más de la mitad de los republicanos cree la mentira de que Trump ganó las elecciones presidenciales, según una encuesta de Reuters. Qué triste creerle a alguien que miente.
Que Trump se crea sus propias mentiras no es lo más importante. Congresistas y abogados están analizando si hay algo criminal en la conducta y en las mentiras de Trump. “Está absolutamente claro que lo que Trump estaba haciendo, y lo que personas en su entorno estaban haciendo, era ilegal”, dijo en una entrevista la congresista republicana, Liz Cheney. “Y aun así lo hicieron.”
La congresista Cheney se refiere a los intentos de Trump de modificar los resultados de las elecciones. En un audio se escucha al entonces presidente Trump presionando a un funcionario de Georgia para “encontrar 11 mil 780 votos” que necesitaba para ganar en ese estado. Al final, Trump perdió Georgia y muchos otros estados.
Ni el Departamento de Justicia ni el vicepresidente Mike Pence sucumbieron, tampoco, a los esfuerzos de Trump para cambiar los resultados electorales. En las audiencias quedó claro la enorme presión que ejerció Trump para que Pence no reconociera los resultados oficiales. Pero no pudo con él. “El presidente Trump está equivocado”, dijo Pence en un discurso este año. “Yo no tenía la autoridad para anular las elecciones”.
Ahora depende del Departamento de Justicia si se acusa, criminalmente, al expresidente Trump por su fallido intento de revertir la voluntad de la mayoría de los estadounidenses. Su posible candidatura presidencial para el 2024 está en juego.
Mientras tanto, el daño está hecho. La duda corroe.
Los periodistas latinoamericanos siempre estuvimos bien entrenados para cubrir a alguien que dice tantas mentiras como Donald Trump. Tristemente nuestra historia está llena de dictadores y líderes autoritarios que mintieron incesantemente para quedarse en el poder. Y ahora ese mismo maleficio ha infiltrado al sistema democrático estadounidense.
El crédito es todo del señor de las mentiras.