Por Jorge Ramos
Empecemos con tres datos: uno, el canal de Panamá es de Panamá; dos, Groenlandia no está a la venta; y tres, el territorio mexicano es de México y de nadie más. Pero todas estas cosas no parecen importarle a Donald Trump, quien cree que el mundo es suyo.
Trump aún no toma posesión y ya quiere cambiar la geografía.
En un discurso de 90 minutos, ante un grupo conservador en Phoenix, el todavía presidente electo presentó su visión de cómo quisiera reorganizar el mundo. Y sin importarle la soberanía de varias naciones, expuso sus nuevos mapas en un planeta Trump.
A Panamá le quiere quitar su canal. Trump dijo que había sido algo “estúpido” que Estados Unidos regresara el canal a Panamá en 1999 a través de los acuerdos Torrijos-Carter (firmados en 1977). “Se le regresó a Panamá, y a la gente de Panamá, pero tiene algunas condiciones”, dijo Trump. “Nos están robando en el canal de Panamá, al igual que nos están robando en todos lados”. Se refería a los costos a los barcos cargueros por cruzar el canal, que él calificó de “ridículos” y “muy injustos”.
La respuesta del presidente de Panamá, José Mulino, no se hizo esperar. “Cada metro cuadrado del canal de Panamá y su zona adyacente ES DE PANAMÁ”, dijo en mayúsculas en un comunicado publicado en redes sociales. “La soberanía e independencia de nuestro país no es negociable”. A lo que Trump contestó, también en las redes: “ya lo veremos”. Además, puso una imagen con la bandera estadounidense y la frase “Bienvenidos al canal de Estados Unidos”.
A Dinamarca le quiere quitar la isla de Groenlandia, la más grande del mundo. De hecho, se la quiere comprar aunque no está en venta.
“Por cuestiones de seguridad nacional y de libertad en todo el mundo”, escribió Trump en su red Truth Social, “Estados Unidos siente que ser propietario y tener control de Groenlandia es una necesidad absoluta”.
Pero los habitantes de Groenlandia, a quienes nunca se les ha preguntado si quieren ser conciudadanos de Trump, lo ven de otra manera. “Groenlandia es nuestra”, respondió por escrito el primer ministro Mute Egede. “No está a la venta y nunca estará a la venta. No debemos perder nunca nuestra lucha por la libertad”. Groenlandia es una nación semiautónoma y constituyente del reino de Dinamarca.
Trump, sin duda, sufre del síndrome del billonario, que cree que todo es negociable y se puede comprar. Hacer el intento de comprar Groenlandia —aunque tenga una gran importancia estratégica y militar— es tan absurdo como pretender adueñarse de Australia o Madagascar. Hay cosas que no tienen precio.
Y respecto a México, la situación es más compleja. No se trata de invadir o de apropiarse del territorio mexicano, sino de abrir la posibilidad de realizar operaciones militares o de fuerzas especiales estadounidenses contra los cárteles de las drogas dentro de México.
Trump dijo en Phoenix que, tan pronto tome posesión de la Casa Blanca, “va a designar inmediatamente a los cárteles como organizaciones terroristas”. Esto los pondría en la misma lista del Departamento de Estado como Isis o Al-Qaeda, entre muchos otros. Trump ha culpado a los cárteles mexicanos de las muertes de decenas de miles de estadounidenses por sobredosis de fentanilo.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, tiene razón al aclarar en su mañanera que Trump nunca habló “de la intervención de México, nunca”. Pero la realidad es que otros grupos designados como terroristas han sido atacados directamente y en varios países por fuerzas militares de Estados Unidos, sin que les importe la cuestión de soberanía.
De hecho, un reciente reporte de la revista Rolling Stone cita a un funcionario del equipo de transición de Trump, preguntándose: “¿Qué tanto debemos invadir a México?”. Las opciones, según las fuentes de la revista, van desde ataques con drones a casas de seguridad y laboratorios, hasta el uso de asesores y de fuerzas especiales para asesinar o secuestrar a líderes de los cárteles.
Sheinbaum, sin embargo, confía en que habrá un acuerdo de cooperación en varias áreas, incluyendo el narcotráfico, con Estados Unidos. El problema es que Trump nunca es de confiar. Hace solo lo que le conviene.
Trump no es un intelectual ni un historiador y, como hemos visto, tiene muy poco respeto por las fronteras. Ahora se está inventando su propio planeta —el planeta Trump— y en ese mundo imaginario, Estados Unidos recuperaría el canal de Panamá, compraría Groenlandia y detendría, en seco, a los inmigrantes y a las drogas que cruzan por la frontera con México. Trump también asegura que, si él hubiera sido presidente, Rusia no habría invadido Ucrania ni Hamas atacado a Israel.
Trump opera con un concepto muy básico —paz por la fuerza— y cree que el poder no se esconde, se ejerce. Y cuando a Trump se le mete una idea en la cabeza, casi nadie puede convencerlo de lo contrario.
A prepararse: en menos de un mes se sentirá imparable.