Solo porque se trata de una emergencia mundial, los presidentes y líderes del planeta no deben esperar que los periodistas tengamos una actitud sumisa y de apoyo incondicional a todas sus propuestas. Al contrario. Nuestra obligación como reporteros es cuestionar su autoridad y sus ideas, con o sin coronavirus. Y eso salva vidas.
Cuando el presidente Trump dijo que esperaba que Estados Unidos “se abriera y estuviera listo para el 12 de abril” hubo mucho reportes periodísticos que pusieron en duda la intención de revertir las cuarentenas en el país. “Expertos en salud pública estaban horrorizados con la declaración del presidente”, reportó The New York Times, “al amenazar con regresar a los estadounidenses a la vida pública al mismo tiempo que el virus alcanza su punto más alto”.
Trump ha mentido tanto durante su presidencia -más de 16 mil veces, según el conteo del diario The Washington Post- que sus palabras y pronósticos en la peor crisis de su gobierno no pueden ser tomados muy en serio. Como cuando dijo que “mucha gente pensaba que (el coronavirus) iba a desaparecer en abril, con la llegada del calor” o que la pandemia “estaba bajo total control en nuestro país”. Basta notar que el número de contagiados en Estados Unidos ya supera los de China e Italia.
En cuestiones de salud y ciencia no se puede confiar en Trump. Es el mismo que tuiteó en el 2013 que “el calentamiento global es un engaño total y muy caro”.
Las mismas dudas surgen con el presidente de Brasil, Jail Bolsonaro, quien en un discurso comparó al coronavirus con una “gripita”. También dijo que “no había por qué cerrar las escuelas” cuando la mayoría de los afectados eran mayores de 60 años. Bolsonaro, aparentemente, no ha leído los reportes médicos que aseguran que los niños pueden infectar a sus padres, abuelos, hermanos, maestros y conductores de autobuses escolares.
En México el presidente Andrés Manuel López Obrador ha dejado apropiadamente la operación contra el virus en manos de doctores y especialistas. Pero a veces su conducta personal ha ido en contra de las recomendaciones médicas. Tres ejemplos: Lo que comenzó con un beso a una niña en público, pasó a una conferencia de prensa en donde dijo que “hay que abrazarse, no pasa nada” y culminó con un video en Oaxaca donde recomendó a los mexicanos que “si tienen posibilidad sigan llevando a la familia a comer a los restaurantes y fondas… para fortalecer la economía popular”.
Las críticas han sido duras. “El comportamiento del presidente López Obrador frente a la crisis de Covid-19 es un ejemplo profundamente peligroso que amenaza la salud de los mexicanos”, dijo el director de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco.
Hay un abierto debate entre doctores y gobernantes -como Trump, Bolsonaro y López Obrador- que quieren mantener o incrementar la actividad económica a pesar del brutal avance de la pandemia. Y aunque se enojen los presidentes y los empresarios, los periodistas tenemos la obligación de destacar el enorme costo en vidas humanas de esas decisiones.
No se debe sacrificar a una sola persona, sin importar su edad, para salvar las bolsas de valores de Nueva York, Sao Paulo y la ciudad de México. Lo que dice la razón es que la prioridad debe ser preservar vidas, no negocios. No se trata de generar pánico o de miedos infundados. Solo vean la alza en las cifras de contagios y muertes. Mientras no se aplane la curva de nuevos casos, no se puede regresar a la gente a las calles, oficinas y escuelas. Eso sería una gigantesca irresponsabilidad.
Tanto para gobernantes como para periodistas, es una cuestión de credibilidad. Si la gente no te cree, de poco sirve lo que digas o hagas. Es en las crisis cuando se miden a los políticos más competentes y visionarios. Y lo mismo ocurre entre periodistas.
Entiendo el periodismo como un servicio público. Nuestra labor como periodistas, particularmente en medio de esta epidemia global, se debe concentrar en tres cosas: uno, reportar la realidad tal y como es, no como quisiéramos que fuera; dos, cuestionar a los que tienen el poder; y tres, dar información que salve vidas.
Tenemos que regresar a lo básico. En una época de fake news y falsos remedios para el coronavirus no hay nada más esencial que decir la verdad con datos y hechos, con informes médicos y no con discursos basados en intereses financieros. Aunque duela. Aunque haya que reconocer que lo peor está por venir.
Y cuestionar a los gobernantes no significa que existen planes conspirativos para sacarlos del poder o ganas de golpetearlos por una enfermedad que no es su culpa. Nadie quiere que le vaya mal a Estados Unidos, a Brasil o a México, por mencionar solo a tres países. De lo que se trata es de sobrevivir. Juntos.
Al final de cuentas, que los periodistas no estén de acuerdo con el presidente -y se lo hagan saber- puede salvar vidas. ¿Hay acaso algo más importante?