Opinión: El país de los 100 mil muertos

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quiere ayudar a los más pobres del mundo. Y esta semana hizo una atrevida y generosa propuesta en Naciones Unidas en Nueva York.

Pero el presidente quiere cambiar el mundo cuando no puede con el principal problema en su propio país: en México llegamos a los 100 mil asesinatos en sus casi tres años de gobierno.

El recibimiento que tuvo López Obrador en la ciudad de Nueva York fue casi de película. Cientos de inmigrantes mexicanos le aplaudieron y le llevaron mariachis mientras él caminaba la calle frente a su hotel, alzando las manos y simulando un abrazo a la distancia. Una valla lo separaba de la multitud y lo protegía un atento grupo de guardaespaldas. Pero el apoyo y el cariño de la gente era indiscutible. No cabe duda, lo dice una encuesta, que es un presidente muy popular.

López Obrador se ha dado a conocer en México por su lucha contra la corrupción y por el dicho: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Así obtuvo más de 30 millones de votos en el 2018. Y esta semana -cuando le tocó a México la presidencia rotativa en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas- AMLO aprovechó para proponer un plan de ayuda mundial a los más necesitados.

Su plan de “fraternidad y bienestar” tiene como objetivo darle una “vida digna” a los millones en el planeta que sobreviven con menos de dos dólares diarios. Y López Obrador quiere financiar este fondo con una “contribución voluntaria anual del 4 por ciento de sus fortunas a las mil personas más ricas del planeta, aportación similar por parte de mil corporaciones probadas más importantes por su valor en el mercado mundial y cooperación del 0.2 por ciento del PIB de cada uno de los países integrantes del G20”.

Buena idea. Pero eso nunca va a pasar. Es prácticamente imposible hacer esas listas de las personas más ricas, nadie ha ofrecido regalar su dinero a la ONU y ningún país está dispuesto a donar parte de su presupuesto solo porque se lo pidió López Obrador.

Son las mismas buenas intenciones que escuchamos en su estrategia –“abrazos, no balazos”- contra la violencia en México. O su desinformada y peligrosa sugerencia a los mexicanos al principio de la pandemia, en marzo del 2020, cuando dijo: “Hay que abrazarse; no pasa nada”. 

Sí pasa. Y mucho.

A pesar de los malabares lingüísticos del gobierno mexicano y de sus estadísticas parciales, México -el décimo país en población – es el cuarto del mundo con más muertos debido al covid-19. En México han muerto más de 290 mil personas por el coronavirus. Y muchas de esas muertes podrían haberse evitado con mejor información y más preparación.

Pregunta al aire. ¿Por qué López Obrador sí usó un cubrebocas cuando llegó al pleno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y no lo usa en muchos eventos públicos en lugares cerrados en México?

Las palabras de AMLO no son mágicas. Pero cuando él habla a veces da la impresión de que cree que sus palabras, solo por pronunciarlas, se van a convertir en realidad. Y ese whishful thinking, como le llaman en inglés, ha ocurrido tanto con la pandemia como con la violencia en el país.

En estos días México ha sobrepasado la marca de los 100 mil asesinatos. Y eso que todavía no llegamos a los tres años de gobierno de López Obrador. Hasta septiembre, según cifras oficiales, el número de homicidios dolosos había alcanzado los 97 mil 532. Y en algún momento en octubre o a principios de noviembre llegamos por encima de los 100 mil. Están a punto de salir los números del Sistema Nacional de Seguridad Pública que van a corroborar esta tragedia.

“Los abrazos no han funcionado”, le reclamó al presidente un empresario hotelero luego que asesinaran hace poco a dos personas en la playa de un hotel en Puerto Morelos. “Siendo honesto, no se han dedicado los recursos suficientes para controlar la inseguridad.” ¿Cómo promover el turismo en México cuando te pueden dar un balazo en una playa?

Pero el presidente no quiere escuchar. Está aferrado a una estrategia fallida. “Aplicamos un nuevo paradigma en materia de seguridad en el que la atención a las causas de la violencia es lo central”, escribió hace poco en Twitter. De nuevo, suena muy bonito. Y quizás podría funcionar a muy largo plazo. Ahora no ha dado resultados.

En México asesinan, en promedio, a 95 personas diariamente. El sexenio de AMLO está a punto de convertirse en el más violento en la historia moderna de México. Ningún gobierno de la joven democracia mexicana -del 2000 para acá- ha tenido tantos muertos en tan poco tiempo. AMLO ha fallado en el principal reto de su presidencia: proteger a los mexicanos y evitar que los maten. De seguir así ¿cuántos muertos vamos a tener en el 2024?

AMLO no ha sido un presidente efectivo. Le cuesta mucho aterrizar sus conceptos. Se le escapan las soluciones concretas. Es ambicioso y hasta grandioso al proponer utopías –ahí está el sueño de la Cuarta Transformación- pero se atora en la ejecución.

Y como la naturaleza histórica de la presidencia mexicana es aislar al primer mandatario, encerrarlo en una burbuja y no decirle las cosas que no quiere oír, López Obrador está cada vez más alejado de la realidad y de los mexicanos que tanto quiere proteger. Sus largos discursos y ataques en las mañaneras -a feministas, periodistas, empresarios, opositores y a cualquier que piense distinto- prueban esta desconexión con el resto del país.

 

Es muy loable que el presidente AMLO quiera ayudar a los más pobres del planeta. Su discurso en Naciones Unidas está plagado de buenas intenciones. Pero es muy difícil creer que podrá lograr algo a nivel global cuando recordamos que es el mandatario del país de los 100 mil muertos en tres años.

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