Opinión: El país de las tertulias

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Solo los viernes se puede subir al segundo piso, detrás del altar, a tocar el Cristo de larga cabellera en la Basílica de Jesús de Medinaceli en Madrid.

Hay largas colas para entrar. Pero la espera sirve para discutir, entre amigos y desconocidos, desde el último partido de fútbol hasta las elecciones para escoger presidente del gobierno el próximo 20 de diciembre. Una hora de fila fue, para mí, una lección en el arte de discutir.

Al entrar a la iglesia lo primero que ven los feligreses es un puesto de lotería para el premio gordo de navidad. Ahí continúa la discusión. Si no se cumplen las plegarias al cielo siempre hay -con un poquito de suerte y un billete de lotería- una segunda oportunidad. Iglesia y estado en plena complicidad para engañar a los ingenuos.

Pero más que de santos, lo que me interesa es hablar del poder salvador de la conversación. España es el país de las tertulias y, gracias a eso, mantiene su carácter democrático. El mejor antídoto para los autoritarismos -y para los adictos al celular- es la conversación viéndose a los ojos. 

Los españoles discuten y discuten y no pasa nada. Eso es buenísimo. No se matan ni se caen a golpes, solo discuten. A veces coinciden, otras no. Pero desde niños han aprendido la importancia de argumentar y de ser tolerantes. Está en su forma de ser. 

En los últimos dos meses -viajando entre Madrid, Barcelona, Sevilla y Granada- he escuchado tertulias de todo tipo en la radio y la televisión; desde cotilleos de la prensa rosa hasta la mejor manera de prevenir ataques terroristas de ISIS en Europa. No hay tema prohibido. Bueno, quizás los reyes y esos pactos no escritos de algunos medios de comunicación con el poder. Pero en general las discusiones que escuché fueron bastante libres y espontáneas.

Hasta el casi imposible asunto de la independencia de Cataluña es discutible. No hay tanques en las Ramblas pero sí mucha política. Y está bien. Para eso sirven los políticos: para encontrar soluciones a problemas que no parecen tener solución. ¿Hay acaso un problema más difícil que cuando alguien se quiere ir de casa?

En España la tertulia se ha convertido, también, en la manera preferencial para escoger a sus líderes políticos. Por eso llama la atención la negativa del presidente del gobierno español de participar en los debates televisivos. Mariano Rajoy se rajó de los debates. ¿Por qué? Por miedo a verse mal ante los tres candidatos opositores -Pedro Sánchez del PSOE, Albert Rivera de Ciudadanos y Pablo Iglesias de Podemos. Los tres son más jóvenes que Rajoy y mucho más diestros en la esgrima verbal. 

En cualquier otro país sería prácticamente descalificado de la contienda el candidato que se negara a participar en un debate. Pero en el peculiar caso de Rajoy, a quien nadie le recuerda un buen discurso o entrevista, quizás su estrategia antitertuliana funcione. Ya veremos el 20D. 

Hay muchas cosas buenas que puedo decir de la marca España: se come maravillosamente bien (como en México, Perú, Italia, Singapur y China) y se toman muy en serio la hora de la comida; adoro su jamón serrano, su aceite de oliva, sus carabineros, el arroz de Casa Benigna y las alcachofas de Lago de Sanabria; aquí juegan los mejores equipos de futbol del mundo (Barza y Real Madrid); un país de 46 millones de habitantes con 60 millones de turistas extranjeros al año debe tener muchos imanes; su estilo de vida ha permitido a los españoles celebrar muchos cumpleaños -más de 82 en promedio- y ser de los más longevos del planeta; hay pocos sitios como España donde los jóvenes pueden salir con seguridad (pregúntenle a mi hija Paola quien pasó en Madrid su infancia y adolescencia); a pesar del desempleo, inseguridad laboral y corrupción, hay un consenso en mantener las redes de protección social; y ejemplarizante para mí -y el tema de esta columna- es esa maravillosa disposición a platicar. 

Los españoles han aprendido bien de su historia. En cada tertulia parecen reafirmar esa decisión plural de rechazar los abusos del franquismo y de cualquier imposición. Pocos pueblos han pasado en solo unas generaciones de una férrea dictadura a una democracia tan saludable. Y mi teoría es que lo hicieron discutiendo. Todo. 

 

Hay, desde luego, muchas cosas que no funcionan en España. Sin embargo, están perfeccionando el método para encontrar soluciones colectivas. Muchos españoles, desde luego, no estarán de acuerdo conmigo. Pero eso es precisamente lo que espero de ellos (incluso en la fila entrando a la iglesia).

 

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