El presidente Donald Trump tiene un muro en la cabeza. Por más que le digan que una muralla entre México y Estados Unidos no va a detener significativamente el paso de drogas y de indocumentados, él insiste en la absurda y anticuada idea.
El muro es un concepto muy viejo. Altos y poderosos muros tenían el propósito de detener a enemigos fuera de los castillos en Europa en la era medieval y, del siglo 14 al 17 la principal ampliación de una gran muralla en China le sirvió a la dinastía Ming para protegerse de grupos nómadas. Hoy -en un siglo 21 marcado por la globalización, la tecnología y el movimiento de gente- los muros no tienen sentido. Pero Trump quiere el suyo.
Todo comenzó el día que lanzó su candidatura. “Voy a construir un gran muro y nadie construye mejores muros que yo”, dijo Trump con su característica humildad en junio del 2015. “Los construyo muy baratos y voy a hacer que México pague por él. Apunten mis palabras.”
Yo las apunté y por eso digo que Trump, una vez más, está mintiendo. Trump no construirá un gran muro en la frontera con México, ni lo podría hacer muy barato, ni México pagará por él. El presidente se rehúsa a decirle la verdad a los estadounidenses; que su promesa de campaña fue solo un manojo de prejuicios e insultos para ganar votos.
Eso lo sabe también John Kelly, su jefe de gabinete, quien recientemente reconoció ante un grupo de legisladores que Trump no estaba “suficientemente informado” durante la campaña sobre los problemas para construir un muro con México. Es grave cuando el principal asesor del presidente asegura que su jefe no sabe lo que dice.
El problema es que sería un muro inútil. No detendría a la mayoría de los inmigrantes y drogas que entran al país. ¿Por qué? Porque muchos inmigrantes llegan con visa y por avión, y las drogas entran por túneles y aeropuertos. Por eso.
Y a pesar de todo, Trump quiere su muro. Es difícil de entender por qué un hombre que se describe como “genio” y como un gran empresario le ha pedido al congreso 18 mil millones de dólares para un proyecto que no va a funcionar. El dinero se usaría, según reportó The Wall Street Journal, para añadir unas 350 millas de muro a las 654 que ya lo tienen. Aún así, quedarían otras mil millas sin ningún tipo de barrera física entre México y Estados Unidos.
Este mismo debate ya lo hemos tenido antes. El expresidente Bill Clinton ordenó la llamada Operación Gatekeeper en 1994 con el propósito de limitar el paso de indocumentados de Tijuana, México, a la zona de San Diego, California. Aumentó el número de agentes en ese paso fronterizo y construyó varias millas de muro. (Sí, los Demócratas también han votado por poner un muro en la frontera con México.) ¿Y cuál fue el resultado de la Operación Gatekeeper? Un tremendo fracaso. Los inmigrantes indocumentados dejaron de cruzar de Tijuana a San Diego, pero se fueron a los desiertos, zonas montañosas y a otros estados para hacerlo. Cruzar se convirtió en una aventura sumamente peligrosa. Miles han muerto en el intento.
La Operación Gatekeeper fue como poner una gran piedra en un río: el agua se va por los lados. Más muros y más agentes no pudo evitar que la población indocumentada pasara de 3.5 millones en 1990 a 11.2 millones en el 2013, según el American Immigration Council.
Conclusión: Ningún muro puede parar a un indocumentado decidido a cruzar; menos si tiene hambre y la promesa de un trabajo en el norte. Y mientras haya más de 20 millones de consumidores de drogas en Estados Unidos, habrá narcotraficantes que las traigan. La migración y el narcotráfico es, al final de cuentas, una simple cuestión de oferta y demanda.
Creo que todos los países del mundo tienen el derecho a fronteras seguras. Pero hay formas mucho más humanas y racionales de proteger a un país que tratar de acomodar un pedazo de la muralla china en la frontera entre México y Estados Unidos. Un acuerdo migratorio entre México, Estados Unidos y Canadá, paralelo al Tratado de Libre Comercio que están negociando en este momento, haría mucho más por regular la entrada de indocumentados que las 350 millas de muro que quiere construir Trump.
Los muros más difíciles de tumbar son los que tenemos en la cabeza.