Opinión: El mito de la igualdad en Estados Unidos

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La última moda en Estados Unidos es echarse encima un balde de agua con hielo, retar públicamente a otra persona a hacerlo y luego enviar una donación a la fundación que lucha contra la enfermedad de Lou Gehrig.

La campaña ha sido un sorprendente éxito mediático. Artistas y celebridades han aceptado gustosos el reto (con foto o video incluido) y la fundación ha recaudado millones de dólares.

Y así también, como un balde de agua fría -inesperado y brutal- nos llegó otro caso más de racismo en Estados Unidos. Es injustificable que un joven afroamericano de l8 años de edad y totalmente desarmado, Michael Brown, haya recibido seis balazos de un policía blanco, Darren Wilson, el pasado 9 de agosto. Nada -salvo prejuicios y una larga historia de impunidad- puede explicar esa muerte y el abuso de autoridad.

Ferguson, Missouri, es vista en el mundo como el símbolo de lo peor de Estados Unidos. Muchos estadounidenses no ven nada raro en que una población donde el 67 por ciento de sus 21 mil habitantes es afroamericano tenga solo tres policías de la raza negra (de un total de 53). Pero en el extranjero sí se dan cuenta.

El diario español El País ha tenido una extraordinaria cobertura de las protestas por la muerte de Brown en Ferguson y, en sus reportajes y editoriales, ha destacado lo siguiente: el 84 por ciento de los autos detenidos son conducidos por afroamericanos; el 92 por ciento de las personas arrestadas por la policía son de la raza negra; solo uno de los seis miembros del consejo de gobierno es afroamericano al igual que solo uno de los siete representantes del distrito escolar.

Ferguson es, por lo tanto, una población con mayoría afroamericana pero dominada por blancos. Eso ocurre en muchas partes de Estados Unidos a pesar de que para el año 2043, según la Oficina del Censo, los blancos dejarán de ser una mayoría a nivel nacional.

Ya en este momento, el número de bebés nacidos de madres latinas, afroamericanas, asiáticas y de otras minorías es casi idéntico al de recién nacidos de madres blancas no hispanas. Estados Unidos está viviendo una revolución demográfica, que se nota primero en los hospitales y en las escuelas, y que lo está cambiando todo.

Pero lo grave es que hay muchos estadounidenses que se resisten a aceptar este inevitable cambio poblacional y reaccionan con intolerancia y violencia. Hace solo unos meses estábamos discutiendo las estúpidas declaraciones racistas del dueño del equipo de basquetbol de los Clippers de Los Angeles, Donald Sterling, que no quería invitar a afroamericanos como espectadores a los juegos (a pesar de que la mayoría de sus jugadores lo son).

La misma intransigencia se siente en el caso de Trayvon Martin. Independientemente del veredicto judicial, la muerte del desarmado joven afroamericano de l7 años de edad en la Florida en el 2012 -por parte de un pistolero blanco- fue para muchos una verdadera injusticia y una grave falla del sistema legal.

La declaración de independencia de Estados Unidos, escrita y adoptada en 1776, tiene una frase genial: “todos los hombres fueron creados iguales”. Pero, desafortunadamente, los casos de Michael Brown y de Trayvon Martin nos demuestran que eso sigue siendo una aspiración, más que una realidad.

La verdad, no esperaba estar escribiendo de racismo en Estados Unidos a finales del 20l4. La elección de Barack Obama como presidente en el 2008 nos hizo creer a muchos que Estados Unidos, por fin, había llegado a una era post-racial. Décadas de esclavitud, seguidas de décadas de racismo y segregación, parecían haber quedado atrás con la elección del primer presidente afroamericano en la historia.

Pero no hay nada post-racial ni esperanzador en las muertes de Trayvon Martin y Michael Brown. La sospecha es que si su color de piel hubiera sido otro, hoy estarían vivos. Y le puede pasar a cualquiera. El propio presidente Obama dijo que Trayvon Martin pudo haber sido el hijo que nunca tuvo.

Con razón, afroamericanos, asiáticos y latinos sentimos que en este país se puede lograr cualquier cosa. Como inmigrante, Estados Unidos me ha tratado con una generosidad asombrosa y extraordinaria. Pero no podemos ocultar que hay muchos lugares en los que no somos bienvenidos. Ferguson, Missouri es tan hostil para los afroamericanos como lo es el condado de Maricopa en Arizona -vigilado por el shérif Joe Arpaio- para los inmigrantes latinos y Murrieta, California, para los niños centroamericanos.

No me canso de repetirlo. Lo mejor de Estados Unidos son sus oportunidades pero lo peor es el racismo y la discriminación. Esta es, sin duda, la tarea pendiente de la democracia más poderosa del planeta. Sus mejores jóvenes están muriendo por los más absurdos prejuicios. La igualdad, aquí, es un mito.

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