Opinión: El encuentro hace 500 años

Hace cinco siglos -en lo que hoy es la esquina de dos calles del centro histórico de la ciudad de México- se encontraron por primera vez el tlatoani azteca, Moctezuma II, y el conquistador español, Hernán Cortés. Este encuentro, uno de los más extraordinarios de la historia, ocurrió el 8 de noviembre de 1519 y sus repercusiones aún las sentimos hoy.

Solo la descripción de ese histórico encuentro es motivo de controversia. Hay, de hecho, dos visiones -igualmente poderosas y vitales- que chocan y que se mezclan.

​Tenochtitlan impacta a los españoles con sus canales y su mercado central. Es, además, mucho más grande que cualquier ciudad europea de la época. “Nos quedamos admirados”, escribe Bernal Díaz del Castillo en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España.

​Desde que Moctezuma II se entera de la llegada de una expedición a las costas del golfo de México, hace todo lo posible para evitar que se acerquen al centro del país. Pero no lo logra. De hecho, genera el efecto contrario. Los regalos que le envía a los españoles despiertan más su curiosidad.

​Cortés, de 34 años de edad, llega a Tenochtitlan con unos 400 españoles, 16 caballos -había perdido a dos en una brutal batalla en Tlaxcala-, no más de seis escopetas y el apoyo de miles de indígenas totonacas y tlaxcaltecas (enemigos tradicionales de los aztecas y que se habían sumado a la fuerza expedicionaria).

​Así es como Cortés lo recordó en su segunda carta de relación que envió casi un año después al emperador Carlos V: “Nos salió a recibir aquel señor Mutezuma con hasta doscientos señores, todos descalzos y vestidos de ropa bien rica a su uso… Mutezuma venía por medio de la calle… y ahí me tomó de la mano y me llevó a una gran sala y allí me hizo sentar en un estrado muy rico”.

​ El historiador Cristian Duverger en su libro Hernán Cortés; Más Allá de la Leyenda resume así el encuentro con Moctezuma: “El gran Motecuzoma desciende de su lujosa silla de manos. Doscientos señores lo rodean. Todo el gobierno de México está allí. Cortés desciende del caballo, se descubre la cabeza y se dispone a abrazar al emperador. El servicio de orden de Motecuzoma lo rechaza. A pocos metros uno del otro, intercambian regalos, collares valiosos. Sin decir una palabra, en la tensión que es fácil imaginar, Motecuzoma lleva a los españoles a una gran casa cerca del gran templo, el palacio del antiguo emperador Axayacatl”.

​Ya ahí en el palacio comienza una larga y compleja conversación entre Cortés y Moctezuma con la ayuda de dos intérpretes: el español Gerónimo de Aguilar, quien tras un naufragio pasó varios años entre los mayas, y Malintzin, hija de un jefe nahua, con una infancia muy difícil y entregada a Cortés antes de llegar a Tenochtitlan. La también conocida como Malinche traduce del náhuatl al maya y Gerónimo del maya al español. Y viceversa. Así es como Moctezuma II y Cortés se comunican.

​Por eso Cortés, en su carta al rey, le atribuye a Moctezuma II estas palabras: “A mí veisme aquí que (soy) de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable…Ved cómo os han mentido. Verdad es que yo tengo algunas cosas de oro que me han quedado de mis abuelos. Todo lo que yo tuviere tenéis cada vez que vos lo quisiéredes”.

​Moctezuma II eventualmente es secuestrado por los españoles, muere (apedreado por su gente o asesinado por sus captores) y, tras una larga campaña bélica, Tenochtitlan cae en agosto de 1521.

​La conquista fue brutal. Millones de indígenas murieron violentamente, por enfermedades y en esclavitud. Pero es inútil discutir si la influencia indígena o la española tiene más peso en nosotros en este siglo XXI. Somos lo que somos; resultado de un conflicto.

​La historia, a veces, se va armando sin lógica o dirección. Y es imposible que estos dos hombres se hubieran imaginado la mayúsculas consecuencias que su encuentro estaba creando.

​Pero aquí estamos. Muchos de nosotros -de este lado del mundo- somos producto del desenlace de ese choque/reunión entre Cortés y Moctezuma Xocoyotzin hace 500 años.

​En la esquina de las calles República de El Salvador y Pino Suárez en el centro de la ciudad de México hay una placa de cantera recordando el evento.

 

De ahí venimos.

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