Opinión: El día más triste

Algo no está bien cuando unos celebran el dolor de millones. Ese es un día muy triste.

Vi a muchos políticos aplaudir la decisión de la Corte Suprema y a familias enteras llorar de enojo, de rabia, de frustración, de miedo. Aplauden que miles de padres y madres podrían ser deportados y separados de sus hijos.

Los ocho jueces de la Corte Suprema no se pusieron de acuerdo y, con una votación de cuatro contra cuatro, se lavaron las manos y decidieron no decidir. Así, quedó atorada la llamada “acción ejecutiva” del presidente Barack Obama que hubiera beneficiado (con permisos de trabajo y una protección contra la deportación) a más de cuatro millones de indocumentados. Obama, inexpresivo, salió en televisión a decir que, legalmente, ya no podía hacer más.

Todo queda pendiente. La pregunta es ¿qué vamos a hacer con los 11 millones de indocumentados que hay en Estados Unidos? Obama, cuando pudo hacer algo -en el 2009- no lo hizo y ahora ya es demasiado tarde. A la Corte Suprema le falta un juez y habrá que esperar hasta que el nuevo presidente o presidenta elija al noveno miembro. Pero ese es un proceso legal largo e incierto. 

Esto nos deja con el congreso en Washington donde, por definición, todo se atora. Tirarse al piso y sentarse hasta que se apruebe una ley -como hicieron varios congresistas Demócratas- tampoco funciona. Si no funcionó para limitar el uso de armas de fuego tampoco servirá para legalizar a 11 millones. 

¿Entonces? Entonces nos quedan los Dreamers. En ellos sí confío. Confío en su honestidad y en sus estrategias. Ellos saben presionar a los congresistas y senadores hasta que los oigan. A veces se meten en sus oficinas y no se van hasta ser recibidos. Otras los persiguen a los restaurantes. Unas más los bombardean con llamadas y mensajes en las redes sociales. Sus tácticas no son muy tradicionales pero funcionan.

¿Por qué lo hacen los Dreamers? Por que no tienen nada más que perder. Sus papás pueden ser deportados en cualquier momento y, si Donald Trump llega a ser presidente, ya prometió cancelar las órdenes ejecutivas de Obama. Eso los dejaría en un limbo migratorio. Los Dreamers están acostumbrados al riesgo y han aprendido que lo primero es perder el miedo. 

Su misión es convencer al líder de la cámara de representantes, el Republicano Paul Ryan, a hacer lo que John Boehner, cobardemente, no se atrevió desde el 2013: poner a votación una propuesta de reforma migratoria. Si eso ocurre, el Senado se vería obligado a actuar también. El problema es que los Republicanos en el congreso no piensan como la mayoría de los norteamericanos.

A pesar de la retórica antiinmigrante de Donald Trump, el 75 por ciento de los estadounidenses estaría dispuesto a que los indocumentados se quedaran, si cumplen ciertas condiciones, de acuerdo con una encuesta del Centro Pew del pasado mes de marzo. Solo el 23 por ciento no los querrían aquí.

Entiendo, sin embargo, que estas cifras no han servido de mucho. A veces parecería que nos estamos enfrentando a un asunto totalmente irracional. Desde que llegué a este país en 1983 nunca había sentido tanto odio como ahora. 

El efecto Trump, sin duda, ha sido muy nocivo en la percepción que hay sobre los inmigrantes. Si un candidato presidencial insulta a mexicanos y musulmanes ¿por qué sus seguidores no van a seguir su ejemplo? Mitt Romney, el excandidato presidencial Republicano, le llamó a esto “trickle down racism” (o la promoción del racismo desde arriba hacia abajo). Comentarios que antes solo se decían en la cocina o en la recámara ahora se han vuelto virales. El odio se ha democratizado.

La decisión de la Corte Suprema ocurrió, por pura casualidad, el mismo día que Gran Bretaña votó por salirse de la Unión Europea. Hay días en que el miedo gana. La xenofobia puede voltear cualquier elección. Y a eso está apostando Donald Trump. 

 

Espero que esta ventana de odio se cierre pronto y que Estados Unidos, que tan generosamente me ha tratado, haga lo mismo con los que llegaron después de mí. Pero si no es así, las votaciones del 8 de noviembre podrían corregirlo casi todo. Por cada indocumentado habrá, por lo menos, un votante hispano. Y los latinos suelen recordar a quien los acompaña en sus días más tristes.

 

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