Opinión: Dos días en Los Ángeles

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Me pasé dos días en Los Angeles; uno para recordar y otro para ver el futuro.

Los Angeles es la ciudad que me salvó, la primera a la que llegué después de irme de México hace 35 años. La ola latina apenas se estaba formando pero ya quedaba claro que sería imparable y que lo trastornaría todo. Esta fue la ciudad que me dio mi primer abrazo en Estados Unidos.

Una de las primeras cosas que me sorprendió es que en Estados Unidos se podía criticar al presidente y no pasaba nada. El contraste era brutal. En esa triste época, en México casi no se podía tocar al presidente, ni al dedazo, ni al sistema de corrupción y represión que se había instalado con el PRI desde 1929. Yo apenas había cumplido 24 años y no quería ser un periodista censurado. Así que me fui. (Mi cálculo fue correcto; tendrían que pasar casi dos décadas para que hubiera las primeras elecciones más o menos libres en el 2000).

Llegué a California como estudiante y con muy poco. Todo lo que tenía -una maleta, una guitarra y un portafolios- lo podía cargar con mis dos manos. Me aceptaron en un curso de extensión universitaria en UCLA y busqué un lugar donde dormir. Encontré una casa de estudiantes donde pagábamos cinco dólares diarios, con derecho a una cama con huecos pero no al uso de la cocina. Por eso, junto a mis compañeros de Ghana, Brasil, Irán, Paquistán y Corea del Sur, cocinábamos pasta y arroz metidos en el closet del cuarto para que no se diera cuenta el dueño. Fue un año de mucha lechuga y pan, y de mucho aprendizaje.

Apenas hablaba inglés pero fui recibido con enorme generosidad. UCLA, Los Angeles y Estados Unidos, en ese orden, me dieron la mano cuando más lo necesitaba. Y eso es imposible de olvidar. Lo agradeceré siempre. Fui tratado con tanto cariño y con tanta comprensión que lo menos que puedo hacer es luchar para que los inmigrantes que llegaron después de mí reciban el mismo trato.

Una mañana, soleada y fresca, salí a correr por los pasillos y calles de la universidad que en 1983 se convirtieron en mi nuevo mapa. La nostalgia me hizo parar una y otra vez. En cada esquina del campus, y en la cara de cada estudiante, encontraba una parte de mí. Si alguien me hubiera visto habría dicho que ese corredor con canas estaba medio perdido y a punto de llorar.

No puedo regresar a esos días pero, sin duda, fueron los más importantes de mi vida. El presidente John F. Kennedy tenía razón: “No hay nada más extraordinario que la decisión de emigrar”.

Bueno, dejemos el pasado atrás para echarle un vistazo al futuro.

Ahí, en la misma universidad, me tocó ser uno de los moderadores de un debate entre los seis principales candidatos a la gubernatura de California. En un momento en que las políticas antiinmigrantes de Donald Trump están afectando millones de familias, California ha surgido como el antídoto al racismo y la discriminación. Enfureciendo al gobierno de Washington, varias ciudades californianas se han convertido en santuario para indocumentados. Ese espíritu, generoso y protector, es el mismo que yo conocí en mi época de estudiante.

Y para donde vaya California va el resto del país. Aquí ningún grupo étnico es mayoría. Hay más hispanos que en cualquier otro estado del país y también más asiáticos, con la excepción de Hawaii. Y en un estado multiétnico, multirracial y multicultural como California, la única manera de vivir civilizadamente es con mucha tolerancia, respeto y aceptación de los que son distintos y vienen de fuera.

Más vale que aprendamos de California. La Oficina del Censo calcula que para el 2044 ningún grupo étnico será mayoría en Estados Unidos. Los blancos no hispanos serán menos de la mitad y nuestra identidad estará compuesta por mezclas. ¿Cómo les suena porto-cubano-méxico-americano? ¿O qué tal chino-irlandés-salvadoreño-americano?

Conclusión: el esfuerzo trumpista de revertir el cambio demográfico, y de volver a hacer de Estados Unidos un país blanco y europeo, va a fracasar. El futuro ya empezó y se puede ver en California.

En todo esto pensaba mientras escuchaba a los seis candidatos. Pero de vez en cuando la mente se me echaba a volar y me encontraba en los ojos inquietos de algún estudiante. Ese, sentado ahí, alguna vez fui yo.

 

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