Hay tres formas de lidiar con un bully: una, dejarse; dos, enfrentarlo; y tres, ignorarlo. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador ha decidido esta tercera opción en su relación con Donald Trump. Por ahora, le ha funcionado. Pero esta estrategia tiene demasiados huecos para sostenerse por largo tiempo en una relación tan compleja como la de México y Estados Unidos.
El principal reto de la política exterior de López Obrador era cómo desactivar las agresiones de su vecino y principal socio comercial. Y ya encontró una fórmula: no le hagas caso a todo lo que diga y no te lo tomes personal.
Ignorar a Trump -y no reaccionar ante todos sus tuits y amenazas- requiere de una personalidad zen. Más de uno se le ha puesto a las trompadas y ha salido con una avalancha de críticas en las redes sociales. (Trump tiene más de 59 millones de seguidores en Twitter.)
Pero está muy claro que López Obrador ha decidido no enfrentarse -ni en público ni en privado- al presidente de Estados Unidos. Esto no es una cuestión de valentía o de valores personales sino de ser más listo que Trump.
Hace unos días Trump sacó varios tuits en contra del gobierno de México. En uno de ellos dijo que “México no está haciendo NADA…” para detener la inmigración ilegal a Estados Unidos. Y en otro su amenaza más grande: “El siguiente paso es cerrar la frontera”.
Otro presidente, quizás, hubiera saltado en televisión a decir que México está haciendo mucho para lidiar con los centroamericanos que cruzan su territorio hacia Estados Unidos y que tendría terribles consecuencias económicas cerrar la frontera. Pero no López Obrador.
En una de sus conferencias de prensa “mañaneras”, se rehusó a contestarle a Trump y solo dijo que había que actuar con prudencia. Eso es todo. A pesar de que se trataban de temas centrales para México.
El plan funcionó. Días después Trump cambió de opinión y le dijo a un grupo de reporteros que “le vamos a dar (a México) una advertencia de un año” para reducir las drogas y la migración. Si no, dijo, impondrá sanciones económicas y cerraría la frontera.
La estrategia de dejar a Trump dar vueltas -él solito- en el viento le está dando el espacio, el tiempo y, sobre todo, los resultados que quiere López Obrador.
Tampoco es que Trump le caiga bien al presidente mexicano. En una entrevista en el 2017, cuando le pregunté si para él Trump era un racista, me contestó: “Sí. Sí, él lo ha expresado. Azuza el racismo”. Pero, hasta el momento, no ha dejado que su opinión personal sobre Trump afecte las relaciones entre ambos países.
Sin embargo, AMLO no puede continuar indefinidamente callado frente a los gritos y atropellos de Trump. Tiene que haber un punto de quiebre. Una de mis críticas principales al gobierno de Enrique Peña Nieto es que nos dejó solos a los más de 35 millones de personas de origen mexicano que vivimos en Estados Unidos. Ningún funcionario de México daba la cara en FoxNews. López Obrador no puede caer en el mismo error; debe ser presidente de todos los mexicanos, aquí y allá. Si algo es seguro es que Trump seguirá golpeando a México en su intento de reelegirse. Y alguien tiene que ponerle un alto.
Pero sospecho que el estilo de gobernar de AMLO no va a cambiar mucho. Ni muy rápido. Un reciente evento en Poza Rica, Veracruz, demuestra con absoluta claridad dos cosas: el tipo de liderazgo que le gusta a López Obrador -en contacto con la gente, consultando, dialogando, más intuitivo que institucional- y su convicción -personalísima- de que al bully se le puede ganar si lo ignoras.
“¿Verdad que debemos llevar una buena relación con el gobierno del presidente Donald Trump?” le preguntó López Obrador a los asistentes. “Sí”, se escuchó fuerte en la audiencia.
Luego siguió el ejercicio.
“Que levanten la mano los que piensen que le debo de contestar cada vez que se refiere a México el presidente Donald Trump”, preguntó frente al micrófono, aunque ya sabía la respuesta. Y la cámara no mostró a nadie alzando la mano.
Y al final.
“A ver. Que levanten la mano los que piensen que debemos actuar con prudencia.” Las imágenes muestran a casi todas las personas levantando la mano.
“¡Ese es mi pueblo!”, dijo López Obrador con entusiasmo y se puso a aplaudir.