Opinión: Deportar a los más débiles

No sé cómo llegamos a este punto. En lugar de estar hablando del poder de los latinos en las próximas elecciones y sobre cómo implementar una reforma migratoria en Estados Unidos, estamos hablando de deportaciones. Algo salió mal.

Algo está muy mal cuando, de pronto, el candidato republicano que va adelante en las encuestas, Donald Trump, tiene algo en común con el presidente Barack Obama: las deportaciones. Uno, Trump está pidiendo más deportaciones mientras otro, Obama, las ordena. (De hecho Trump, en un tuit, tomó el crédito y dijo que las deportaciones planeadas por Obama se debían a la presión que él, Trump, había ejercido).

Si el objetivo de las redadas ordenadas a principio de año por el gobierno de Estados Unidos era crear miedo, lo lograron. Padres y madres salen de sus casas por la mañana en Los Ángeles, Atlanta y Nueva York sin saber si verán a sus hijos en la noche. Muchos inmigrantes no quieren subirse al metrorail en Miami porque temen que los agentes de inmigración se suban a los trenes. Y organizaciones pro-inmigrantes dan información por internet y en español con instrucciones sobre qué hacer si “la migra” toca la puerta en la madrugada. (Manténgase en absoluto silencio, recomiendan, no abra la puerta sin una orden judicial y no firme nada).

Hasta el momento han detenido a 122 personas con órdenes de deportación. Y faltan muchos más. Son, en su mayoría, familias que vinieron huyendo de la narcoviolencia y las pandillas en El Salvador, Honduras y Guatemala. Sí, hay niños entre los detenidos. ¿No bastan los más de dos millones de deportados en siete años? Si el número de indocumentados ha disminuido, ¿cuál es la urgencia de deportar gente sin un pasado delictivo?

La Casa Blanca dice que se siguen fielmente las prioridades de deportación establecidas en un memorándum por el secretario de Seguridad Nacional, Jeh Johnson. Lo leí. Es cierto, la tercera prioridad es expulsar a gente que recibió órdenes de deportación después del primero de enero del 2014. Pero ese es precisamente el problema. La prioridad debe ser deportar terroristas y criminales no a niños y a sus madres.

La verdad duele. Los están deportando para enviar un mensaje claro a los centroamericanos que piensan venir a Estados Unidos: no vengan y, si vienen, los vamos a deportar.

El problema es que mucha de la gente que están deportando puede ser asesinada o violada a su regreso. El diario británico The Guardian reportó que más de 80 centroamericanos fueron asesinados en los últimos dos años luego de ser deportados de Estados Unidos. Y conozco a un padre hondureño que sacó a su hija del país porque el viejo líder de una mara quería tener relaciones con la menor de edad.

En el fondo, no hay ninguna diferencia entre los refugiados centroamericanos que quiere deportar el gobierno de Barack Obama y los diez mil refugiados sirios que quieren recibir. Los dos grupos están huyendo de la violencia. Pero, arbitrariamente, unos son expulsados y otros son bienvenidos.

El problema está creciendo en el mundo. Naciones Unidas reportó que en el 2015 había 20 millones de refugiados (es decir, personas que huyen de la violencia política). Le corresponde a los países más ricos y generosos, como Estados Unidos y Alemania, salir en su ayuda. Pero eso no ha significado un alto total a las deportaciones de los refugiados.

Hay, desde luego, una enorme diferencia entre lo que está haciendo el gobierno de Barack Obama y lo que propone Donald Trump. El actual gobierno quiere deportar a unos 100 mil centroamericanos que llegaron a Estados Unidos desde enero del 2014, según reportó originalmente The Washington Post, mientras que Trump quiere sacar del país a los 11 millones de indocumentados si llega a la Presidencia. Pero, al final de cuentas, ambas cosas causan pánico. ¿Hay acaso algo más brutal y doloroso que separar a un niño de sus padres?

No sé cómo llegamos aquí. En lugar de apelar a lo mejor de Estados Unidos, el debate migratorio en el país parece haber sido secuestrado por los intolerantes. Deportar a los más débiles no es una estrategia necesaria; es una simple decisión política con trágicas consecuencias.

 

Lo único que me consuela es que, conforme se acerque el día de las elecciones en noviembre, muchos vendrán a suplicar por el apoyo de 26 millones de latinos elegibles para votar. Ese día nos acordaremos de quienes estuvieron con nosotros cuando más los necesitábamos y las cosas, espero, empezarán a cambiar.

 

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