Opinión: Del dedazo a las corcholatas

La mayoría de los presidentes en México han sido impuestos. Por fraude. Por trampas. Por la fuerza bruta. Por corrupción.
Quiero creer que millones de mexicanos no permitirán que eso vuelva a ocurrir. Aunque el sistema para elegir candidatos presidenciales en México ha pasado del dedazo a las “corcholatas”, confío en que el próximo presidente o presidenta sea quien gane más votos.
Explicarle a un extranjero eso de las “corcholatas” es divertido y todo un reto. El diccionario de la RAE dice que la corcholata es una “chapa” o tapa de botella. La interpretación política mexicana indica que la “corcholata” es un aspirante presidencial destapado y anunciado.
Para los mexicanos esto contrasta con la época priista de los “tapados”, en que los posibles candidatos presidenciales tenían que estar calladitos, sin anunciar sus pretensiones y sin moverse porque no salían en la foto y eran descartados de la competencia electoral. Al final, por dedazo, el presidente en turno escogía entre los “tapados” a su sucesor.
Así fue desde 1929 al 2000. Era el secreto peor guardado de México. Todo el mundo sabía que el presidente decidía quien lo reemplazaba. Se realizaban elecciones falsas para hacernos creer que el proceso era democrático. Siempre digo que vengo del país de las fake news.
En México ha habido fraudes grandes y chiquitos. Me acuerdo del enorme fraude de 1988 cuando “se cayó” el sistema de conteo de votos cuando ganaba el candidato opositor, Cuauhtémoc Cárdenas. Se lo dije en dos entrevistas a Carlos Salinas de Gortari, uno de los “tapados”, quien luego se tomó la presidencia a pesar de las denuncias. (Esta es la liga de las entrevistas  HYPERLINK “https://tinyurl.com/pr9ra729” \t “_blank” https://tinyurl.com/pr9ra729) Salinas insiste en el mito de que él ganó las votaciones.
Fraudes y muchos “tapados” después, México por fin tuvo unas elecciones legítimas en el 2000 ganadas por el candidato opositor, Vicente Fox. Fue uno de los grandes triunfos de la democracia en México. Recuerdo haber brincado -y hasta jugado futbol en el zócalo- para celebrarlo.
Vendrían dos elecciones presidenciales (2006 y 2012) muy cuestionadas por el entonces candidato y actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador. Y  volvimos a tener otras votaciones incuestionables en el 2018, cuando AMLO obtuvo más de 30 millones de votos y estuvo muy por encima de sus contrincantes políticos.
El gran reto para México en el 2024 es que, a pesar de la enorme polarización política en el país, todos estemos de acuerdo en quién es el ganador o la ganadora. Pero no será fácil por el creciente poder que tiene AMLO y su partido MORENA, y por los frecuentes ataques presidenciales al Instituto Nacional Electoral (INE), al poder judicial y a los periodistas independientes.
Si bien AMLO no tiene el poder casi absoluto de los presidentes priistas que escogían por dedazo a su sucesor, está muy claro que preferiría a un sucesor de su propio partido, que continúe con sus programas de gobierno y que defienda su legado.
Tanto en el partido oficial como en la alianza de partidos opositores (PRI, PAN y PRD) existe un complicado método de selección para escoger a su candidato único en vista a las elecciones del 2 de junio del 2024. Como quiera que sea, para principios de septiembre deberíamos saber quiénes son. Y, por supuesto, no podemos descartar a candidatos independientes o que se resistan a seguir las reglas del partido.
Ya no es el dedazo. El problema de las “corcholatas” es que todas son del presidente y su lealtad al jefe es más importante que su proyecto de país. Ningún candidato de MORENA se atreverá, por ahora, a criticar la fallida estrategia de seguridad de AMLO (con más de 146 mil muertos), ni la errada política migratoria que convirtió a México en el muro de Estados Unidos, o la vergonzosa alianza con dictaduras como la cubana. Durante la campaña será casi imposible que el presidente se abstenga de defender a su candidato en las mañaneras y que se utilicen recursos del gobierno para promover su candidatura. Corcholatear, ya se sabe, no es el método más transparente para escoger presidente. Está lleno de vicios.

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