Nunca antes habíamos tenido dos candidatos presidenciales tan impopulares en Estados Unidos. Así que los próximos tres debates entre Hillary Clinton y Donald Trump serán para ver a cuál de los dos rechazan menos los votantes.
La indignación y enojo que ha generado Trump está ampliamente documentado: ha comparado a mujeres con animales, le ha llamado criminales y violadores a inmigrantes, propone discriminar a millones de musulmanes sólo por su religión, ha ofendido a personas con discapacidades físicas, cree que el calentamiento global es un invento de los chinos y por años se rehusó a decir que el presidente Obama había nacido en Estados Unidos.
En el país que es sinónimo del capitalismo, un empresario multimillonario no nos quiere decir cuánto ha pagado de impuestos. La excusa es que le están haciendo una auditoria. Pero cualquier votante desde el este de Los Angeles hasta Hialeah en la Florida debería saber si ha pagado un mayor porcentaje de impuestos que Trump.
Hillary Clinton, por su parte, ha tenido tos y un problema de credibilidad. Las encuestas dicen que mucha gente no le cree. ¿Por qué? Porque sospechan que borrar miles de correos electrónicos de un servidor privado es para esconder algo. Y porque tomar decisiones simultáneamente en el Departamento de Estado y en la Fundación Clinton pudo haber generado conflictos de interés.
Lo de la tos, causada por una neumonía, nos puede pasar a cualquiera. Pero ¿por qué el retraso de varios días en informar el diagnóstico a la prensa? ¿Será esa su misma manera de operar en la Casa Blanca?
No estoy muy seguro que en los debates obtendremos respuestas a todas nuestras preguntas para ambos candidatos. Pero sí espero que quede claro quién puede liderar la nación más poderosa del mundo en un momento de tanta división interna.
Yo, personalmente, quiero ver los debates para entender qué es lo que quieren hacer con los 11 millones de inmigrantes indocumentados. Solo les adelanto algo: esos inmigrantes son ya parte de nuestra economía y de nuestra sociedad y no se van a ir voluntariamente. Están aquí porque hay miles de empresas que los contratan y porque hay millones de personas que se benefician de su trabajo.
Solo veremos a dos candidatos debatir. Pero me hubiera gustado que fueran cuatro.
Es una pena que en el primer debate presidencial no incluirán al candidato del partido Libertario, Gary Johnson, y a la candidata del Partido Verde, Jill Stein. He organizado foros con Johnson y con Stein y, sin duda, tienen ideas que nunca escucharíamos de Hillary Clinton y de Donald Trump. Son una verdadera tercera opción y es difícil entender por qué la Comisión de Debates Presidenciales, en una campaña electoral única como esta, no fue más flexible en su regla de solo aceptar a candidatos que tuvieran un 15 por ciento de apoyo en un promedio de encuestas. Todos perdemos.
Por último, tengo una gran admiración por todos los periodistas que participarán como moderadores en los tres debates presidenciales y en el vicepresidencial. Sé que están bajo enorme presión. Pero espero que entiendan que su rol, en esta ocasión, es muy distinto al de otros debates presidenciales.
El moderador que solo planteaba temas y luego se distanciaba para que los candidatos dijeran cualquier cosa es una forma muy vieja de hacer periodismo. En esta ocasión los moderadores deben asumirse, antes que todo, como periodistas, no como policías de tránsito; activos y participantes, no pasivos y pacientes; haciendo las preguntas que nosotros los telespectadores quisiéramos hacer.
Les pido a los moderadores, por favor, que tomen partido. No, no por ningún candidato sino que tomen partido por la audiencia y por los votantes. Es el periodismo como servicio público. Están obligados a hacer preguntas duras e incómodas, a corregir a los candidatos si mienten, a presionarlos si no quieren contestar y a evitar que tiren rollos llenos de generalidades. Al final, si las dos campañas se quejan del moderador será la mejor señal de que hicieron bien su trabajo.
Cualquiera de los dos candidatos puede ganar la Casa Blanca. Hay mucho en juego. Los debates son la última prueba de fuego. El mundo, no exagero, estará debatiendo los debates.