Sanna no esperaba que fueran a publicar las fotos y los videos en los que sale bailando en una fiesta privada y haciendo poses frente a la cámara.
Sanna tiene 36 años y estaba entre amigos, algunos de ellos influencers. Pero nunca pensó que alguien la fuera a traicionar. Ese fue su error.
El problema es que Sanna Marin no es una finlandesa cualquiera. Ella es la primera ministra del país. En el 2016, cuando fue elegida, Sanna se convirtió en la jefa de gobierno más joven del mundo. (Ahora lo es el presidente de Chile, Gabriel Boric.) Y aunque Finlandia tiene a Rusia como vecino y el miedo permanente a una invasión, como ocurrió en Ucrania, la primera ministra no ha dejado de trabajar y de ser lo que es: una joven que anhela “la alegría, la luz y el placer en medio de estas nubes oscuras”.
Así lo dijo en un discurso en el que casi llora y en el que se defendió de las duras críticas que ha recibido por las fiestas a las que ha asistido. Más tarde, también ofreció disculpas por la publicación de una fotografía de dos mujeres toples besándose en los jardines de la residencia oficial de Kesaranta en la capital Helsinki. “No fue apropiada”, dijo. Pero se mantiene firme en su derecho a tener una vida privada.
“Soy un ser humano”, enfatizó en su discurso. “No he faltado ni un solo día al trabajo y no he dejado nada por hacer… quiero creer que la gente valorará lo que los políticos hacemos en el trabajo en lugar de lo que hacemos en nuestro tiempo libre. No veo ningún problema en que disfrutemos en compañía de nuestras amistades”.
En apoyo a su primera ministra, del partido Socialdemócrata, finlandesas -y mujeres de todo el mundo- llenaron las redes sociales con videos de ellas bailando. Y el mensaje se repetía: en un mundo dominado por hombres mayores y con corbata, Sanna Marin no debe ser juzgada y criticada por el simple hecho de ser mujer y joven.
Esa disparidad quedó al descubierto cuando políticos de la oposición en Finlandia le exigieron a Sanna que se hiciera una prueba para detectar drogas, luego de que salieron los primeros videos de ella bailando en una fiesta entre amigos. Y aunque el resultado de las pruebas fue negativo, siempre queda la sospecha de machismo contra la primera ministra (incluso en uno de los países más liberales del mundo). Nada es privado.
“Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser”, dice la popular canción de Alejandro Sanz. “Cuando nadie me ve, pongo el mundo al revés”. Pero si pones el mundo al revés y alguien tiene un celular en la mano, te puede grabar y difundirlo.
Lo que le ocurrió a la primera ministra de Finlandia nos puede pasar a cualquiera. De hecho, sucede todos los días. Las redes sociales están llenas de fotografías y videos de personas que no querían ser captadas. Jennifer López se quejó recientemente por el video de su boda con Ben Affleck que se publicó sin su autorización. “Fue robado sin nuestro consentimiento”, se quejó la actriz. Pero incluso gente que no tiene nada que ver con la política o el cine ve su vida expuesta.
Los celulares dominan nuestra vida. Dormimos y bailamos con ellos. Varios artistas a quienes he entrevistado alucinan cuando ven a miles de personas agarrando su celular en medio de un concierto en lugar de disfrutar de la música. Para los influencers no hay comida, viaje, beso o abrazo, sin fotografía o reel. Ante el éxito de TikTok y de los stories en Instagram, nos hemos convertido en editores (sin paga) de China y de Meta. Nosotros editamos y publicamos y ellos cobran.
La computadora en que escribo esta columna tiene un ojito que, estoy convencido, siempre me quiere ver. Algo sabrá Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, quien cubre -como yo- la cámara de su laptop.
Me asusta cuando busco algo en mi celular o en la computadora y a los pocos minutos me aparecen anuncios precisamente del objeto que estoy buscando. Y tengo la casi absoluta certeza de que nuestros textos y correos electrónicos son vistos por personas a quienes no van dirigidos. Por eso mismo Donald Trump presume de no haber enviado ningún texto o email en la última década. Trump es muchas cosas pero nadie lo ha acusado de tonto.
Cuando llego al aeropuerto de Miami, basta con una fotografía en el quiosco de Global Entry para que sepan de dónde vengo y en qué vuelo. Ya ni necesitan ver mi pasaporte para saber quién soy. Y con registrar las pupilas de mis ojos, el sistema CLEAR me permite entrar a cualquier aeropuerto de Estados Unidos sin mostrar identificación.
Por supuesto, hay muchas maneras de proteger nuestra información y nuestra vida personal. Pero tengo tantas contraseñas que es imposible memorizarlas. Están esparcidas en papelitos y en claves. Siempre temo que un hacker principiante pueda darme digitalmente el mayor dolor de cabeza de mi vida lineal.
Se le ha atribuido a Gabriel García Márquez la siguiente frase: “Uno tiene tres vidas; la vida pública, la vida privada y la vida secreta”. La vida secreta de Sanna Marin sigue a salvo. Pero su vida privada ha sido violada.
Y aquí hay una lección para todos. Ante las frecuentes e inevitables invasiones a nuestra privacidad, el único error en que incurrió la primera ministra de Finlandia fue por ingenuidad. El mantra de nuestros días es este: foto tomada, foto publicada. Y si no quieres que un video se haga viral, no lo grabes.
Hacer público lo privado es el mal de nuestro tiempo. Cuando creemos que nadie nos ve, casi siempre hay una cámara apuntando.