Si vives en México o en Estados Unidos es muy posible que nadie te pueda proteger frente a un pistolero bien armado. Por eso, más vale que tengamos un plan personal. Just in case.
En Estados Unidos hay más armas que personas, existen lugares donde es más fácil conseguir una pistola que una medicina sin receta y no hay ninguna voluntad política para desafiar a la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y restringir su uso. En México el problema es distinto. Hay muchas armas en manos de los carteles y los criminales -en buena parte, provenientes de Estados Unidos- y no hay ninguna confianza de que la policía o el gobierno federal te puedan proteger. Y si te matan, asaltan o secuestran, es casi seguro que el crimen quedará impune.
Vivo en un estado -en la Florida- donde hay políticos que creen que la mejor manera de enfrentar la violencia por las armas de fuego en las escuelas es dándole pistolas a los maestros. El ridículo argumento va, mas o menos, así: hay que enfrentar fuego con fuego y armas con armas. Lo que estos políticos no se atreven a hacer es lo más lógico y sensato: prohibir el uso de rifles, pistolas y armas de guerra. ¿A quién se le ocurrió la brillante idea de que más armas generan menos violencia?
El gobernador de la Florida, Ron DeSantis, firmó una ley que le permitirá a los maestros del estado portar armas en los salones de clase. Los profesores que lo deseen requerirán un entrenamiento especial con la previa autorización de su distrito escolar. Pero, al final de cuentas, el maestro de matemáticas de tercero de primaria de la escuela de tu hijo podría llevar una pistola junto con las tablas de multiplicar. ¿Y si se le dispara por accidente? ¿Y si lo confunden con un terrorista? ¿Cómo reaccionarán los niños ante un maestro abusivo que tiene una calibre 22 en el cinturón?
Más armas no van a lograr que disminuyan los tiroteos en las escuelas. Más de 228 mil estudiantes en Estados Unidos han sufrido en carne propia algún tipo de tiroteo en 234 escuelas desde 1999, según calculó el diario The Washington Post. Ese fue el año en que mataron a 13 estudiantes en la escuela Columbine de Colorado.
Cerca de mi casa, en Parkland, Florida, mataron a 17 alumnos y maestros el año pasado. Y volverá a ocurrir. Otra vez. Y otra vez. Y una vez más. Por eso los estudiantes en Estados Unidos se están preparando para lo peor.
Aquí hay dos ejemplos: Kendrick Castillo, de 18 años, se le lanzó a un pistolero que se metió a su clase de literatura en una escuela de Highlands Ranch, Colorado; lo mismo hizo Riley Howell, de 21 años, cuando se le fue de frente a un hombre armado en la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte y recibió tres disparos. Los dos estudiantes murieron. Pero salvaron muchas vidas.
Ante la amenaza de un pistolero -aseguran varios cuerpos de policía en Estados Unidos y el mismo Departamento de Seguridad Interna- hay que hacer tres cosas: primero, correr; si no se puede, esconderse; y la tercera opción es pelear.
En México el problema de la violencia tiene otro origen y requiere de soluciones muy distintas. Hay un vacío de autoridad, grupos criminales controlan partes del país, millones sufren de pobreza y desigualdad, la corrupción es rampante, la guerra contra las drogas fue un fracaso, las armas entran fácilmente de Estados Unidos y el gobierno no le puede garantizar la vida a los mexicanos.
Y las cosas no parecen mejorar. En los últimos dos sexenio fueron asesinados más de 230 mil mexicanos. Y el primer trimestre de este 2019 -ya con un nuevo presidente- fue el más sangriento que se recuerde.
Claro, le podemos extender un poquito más la luna de miel a Andrés Manuel López Obrador. No es su culpa lo que pasó antes. Pero el reciente tiroteo en Cuernavaca -con dos muertos, a plena luz del día, frente a cámaras de televisión y sin ningún temor a las autoridades o a la ley- es un enorme y urgente desafío al nuevo gobierno.
Esto se repite en todo el país. ¿En qué momento ya no se le pueden achacar los asesinatos a los presidentes anteriores? ¿Hasta que empiece a funcionar la Guardia Nacional? La violencia es, para mí, el principal problema a resolver en México. Y echarse a correr no es, en ninguna parte del mundo, la solución.