Opinión: Comer perros y gatos

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Por Jorge RAMOS 

Es triste pero ya es lo normal. Cada vez que hay elecciones en Estados Unidos, los candidatos y los partidos se dedican a atacar a los inmigrantes indocumentados para obtener votos.

En mis 40 años como periodista en EE.UU me ha tocado escuchar muchas mentiras y barbaridades. Pero nunca había oído a alguien decir que los extranjeros se estaban comiendo las mascotas de los estadounidenses. Hasta que llegó Donald Trump.

“En Springfield (Ohio) se están comiendo los perros la gente que acaba de llegar”, dijo Trump en el pasado debate presidencial. “Se están comiendo los gatos. Se están comiendo las mascotas de la gente que vive ahí. Esto es lo que está ocurriendo en nuestro país y es una vergüenza”.

Eso no es cierto. Es una mentira gigantesca. Por eso uno de los dos moderadores del debate de la cadena ABC, David Muir, corrigió a Trump y, basándose en una conversación que su equipo tuvo con el administrador de Springfield, le dijo al expresidente que no había ninguna evidencia de lo que estaba diciendo.

Pero Trump, en su típico estilo, insistió en su mentira. “Bueno, yo he visto a gente en televisión (decir esto)”, medio explicó el candidato republicano a la presidencia. “Gente en la televisión está diciendo que su perro fue robado y usado para comer”. De nuevo, eso no es cierto. La BBC de Londres, que tiene la reputación de ser una de las mejores organizaciones de noticias del mundo, informó que “no hay reportes creíbles ni quejas específicas de que mascotas hayan sido maltratadas, lastimadas o abusadas por individuos de la comunidad migrante”.

Este es el contexto de esta noticia.

Springfield, Ohio, es una pequeña ciudad de unos 60 mil habitantes compuesta, en su mayoría, de gente trabajadora. En los últimos años ha recibido a unos 15 mil inmigrantes de Haití, atraídos por las oportunidades de trabajo, las ayudas a extranjeros y los relativamente bajos costos de comida y vivienda, según reporta la agencia de noticias AP. Pero algunos residentes sospechan que los recién llegados pueden convertirse en competencia laboral, aumentar los costos de las rentas y sacar ventaja de los recursos públicos.

La realidad es muy distinta. Los inmigrantes contribuyen a la economía de los lugares donde viven, hacen trabajos que muchos estadounidenses no quieren, pagan impuestos, generan nuevos empleos y, esto es importante, cometen menos crímenes que los propios ciudadanos de EE.UU. Es decir, los inmigrantes son una maravillosa contribución en un país donde casi todos somos extranjeros o venimos de familias migrantes. No nos comemos sus perros y sus gatos.

Demonizar a los inmigrantes para obtener ventajas políticas no es algo nuevo. Al contrario. En Estados Unidos hay una larga tradición de ataques injustificados a los inmigrantes, desde la Operación Wetback que deportó a más de un millón de personas en 1954 hasta los más recientes comentarios de Trump, quien asegura que Estados Unidos está siendo invadido y que hay 21 millones de indocumentados. (No hay ninguna evidencia de esas cifras).

Pero decir que los recién llegados se están comiendo las mascotas de los estadounidenses es algo totalmente inusitado, falso y llega a un nuevo extremo. Trump “estaba amplificando una teoría conspirativa que, yo creo, pone un objetivo en las espaldas de los haitianos y está basada en el racismo”, dijo la influyente presentadora del programa The View, Ana Navarro, en una entrevista con CNN.

Los últimos comentarios de Trump me recuerdan los letreros que había hace décadas en algunos restaurantes y parques en el suroeste de Estados Unidos y que decían: “Prohibida la entrada a perros y mexicanos” (No Dogs or Mexicans Allowed, en inglés). Ahora no se le prohíbe la entrada a los inmigrantes haitianos a Ohio pero este debate a nivel nacional los discrimina, los estigmatiza y los acusa injustamente de algo que no han hecho.

Desafortunadamente, nada de esto es nuevo.

Luego de que Trump bajara de las escaleras doradas de uno de los edificios en Nueva York para anunciar su candidatura presidencial en el 2015, dijo que los inmigrantes mexicanos éramos “criminales” y “violadores”. Yo soy un inmigrante mexicano en Estados Unidos y sé que eso es falso. Por eso le pedí una entrevista, para cuestionarlo y para que rectificara. Pero en lugar de aceptar la entrevista, publicó mi carta y mi teléfono en una red social.

Esa historia es vieja. Lo que no ha cambiado es su estrategia para tratar de conseguir más votos: dividir al país, enfrentar a ciudadanos estadounidenses con los recién llegados, y culpar a los inmigrantes (falsamente) de los principales problemas del país. Varios periodistas denunciamos esto hace casi una década y pocos nos hicieron caso.

 

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